Roland Yuno Rech, La consciencia de la Sangha
PUERTA 10
Primera parte – La consciencia de la Sangha
“La consciencia constante de la Sangha, ya que ella conduce inevitablemente a la verdad”
“Ser constantemente consciente de la Sangha conduce inevitablemente a la verdad”, es la décima puerta del Dharma en el sutra que evoca las ciento ocho puertas del Dharma.
Tradicionalmente, la Sangha budista está compuesta de cuatro tipos de miembros: los monjes, las monjas, los discípulos laicos hombres y las discípulas laicas mujeres, nosotros diríamos los bodhisattvas hombres o mujeres. En su deseo de ayudar a todos los seres, sea cual sea su nivel de evolución y sus capacidades, el Buda dio enseñanzas adaptadas a cada uno, es decir, permitir a cada uno, a su ritmo, practicar la Vía. Por supuesto, él mismo era un monje, un shukke, y se dirigía más a menudo a monjes porque los discípulos que lo rodeaban eran monjes, pero también pasó mucho tiempo enseñando a laicos.
Compartir bodaishin
La Sangha es el Tercer Tesoro con el Buda y el Dharma. Es un tesoro porque la Sangha es la comunidad de los que siguen al Buda y a su enseñanza, el Dharma, y se esfuerzan por actualizarla en su práctica y en su vida cotidiana y son así, los unos para los otros un espejo y, a la vez, un estimulante.
Lo que se comparte en la Sangha es bodaishin, el Espíritu del Despertar. Es lo que nos impulsa a venir a hacer zazen a la mañana al dojo, a romper nuestros hábitos, nuestro pequeño ego para practicar con los otros y compartir esta práctica juntos. El hecho de practicar con la Sangha, compartir la práctica con los otros, hacer el fuse de nuestro tiempo y de nuestra energía para que esta práctica continúe, es ya en sí, una práctica de Despertar pues dar, significa ya, soltar presa de nuestro egocentrismo, la tendencia a pensar siempre “yo primero”. Esto no quiere decir “los otros primero” como decimos a menudo, sino todos juntos, sin crear oposición o discriminación entre uno y los otros. Es tratarse a uno mismo como a los otros, como nos gustaría que los otros nos trataran y tratar también a los otros como a uno mismo. Esto implica la capacidad de soltar presa de nuestro punto de vista condicionado por nuestros hábitos egocéntricos y zazen nos ayuda a soltar presa de ese punto de vista limitado. Facilita la empatía, la capacidad de ponerse en el lugar del otro, lo que es el punto de partida de la compasión y la benevolencia. Hay que poder ponerse en el lugar del otro para sentir su sufrimiento y sentir el deseo de ayudarle a remediarlo. Es preciso ponerse en el lugar del otro, también, para sentir lo que sería bueno para él, para ella, lo que le haría bien y así, ejercitar nuestra benevolencia.
La armonía de la comunidad
Practicar zazen nos permite tener una visión mucho más amplia, no permanecer encerrados en nuestras categorías mentales. Cuando estamos encerrados en nuestro pequeño ego, estamos como si viviéramos en el fondo de un pozo. Aunque miremos hacia el cielo, no vemos de él más que una pequeña parte limitada. Practicar zazen permite realizar un espíritu vasto, ver la verdadera naturaleza de todas las existencias y recibir su enseñanza, estar despierto a todos los fenómenos que encontramos. Zazen nos permite salir de nuestro egocentrismo y encontrar de verdad a los otros, sin prejuicios, ponerse en su lugar y tener compasión.
La compasión no es piedad, es un sentimiento activo. Nos conduce a querer aliviar el sufrimiento de los otros, reconfortarlos y, sobre todo, darles los medios para resolver su propio sufrimiento compartiendo con ellos la práctica de zazen y todas las enseñanzas de Buda que no tienen más que un solo objetivo: resolver el sufrimiento humano. Y así permitir llevar una vida feliz que no dependa de nuestras posesiones, de nuestra posición, sino de nuestra calidad de ser. Es esta calidad de ser la que permite formar una comunidad pues compartimos los mismos valores.
Para preparar la gen mai, tomamos diferentes verduras, puerros, zanahorias, nabos, cebollas, apio, arroz. Cortamos las verduras en pequeños trocitos, mezcladas y cocidas juntas, luego revueltas con el arroz, y al final, todos esos elementos diferentes forman la gen mai. Cada uno tenía su propio sabor, pero finalmente, mezclados armoniosamente forman un solo sabor, el sabor de la gen mai. De la misma manera, la Sangha forma una comunidad armoniosa con un solo sabor, el sabor del Dharma pues lo que nos reúne es nuestro voto de estudiar y de practicar el Dharma de Buda, y es eso lo que nos armoniza. Nuestra comunidad no es una comunidad separada y, mucho menos opuesta, a los otros pues el Dharma de Buda que practicamos corresponde a un voto universal del ser humano: ser liberado de las causas de sufrimiento y llevar una vida feliz que tenga sentido.
Somos totalmente diferentes por nuestro karma, nuestra historia, nuestras características personales, nuestra posición en el Orden Cósmico, pero fundamentalmente, somos semejantes. Es lo que nos permite comprendernos a pesar de nuestras diferencias. Todos aspiramos a la paz y a una vida armoniosa. A partir de nuestra práctica de zazen, podemos crear medios hábiles para apaciguar los conflictos, contribuir a restablecer la paz, restablecer la armonía, más allá de nuestras diferencias. La Sangha es el lugar en el que podemos experimentar esto por la práctica en común, no sólo la práctica de zazen sino todas las actividades que permiten la vida en común, de manera armoniosa. Esto quiere decir que cada uno da su energía para permitir la existencia de esta comunidad, también su tiempo.
La Sangha actualiza la naturaleza de Buda
La Sangha muestra la Vía a cada ser humano para realizar la verdad que hay en nosotros y que compartimos universalmente con todos los seres. Nos ayuda a soltar presa de nuestras particularidades, nuestros apegos y a estar en contacto con la verdadera naturaleza de nuestra existencia, que compartimos con todos los seres. A esta verdadera naturaleza, en nuestra escuela, la llamamos la naturaleza de Buda. El Buda no hacía aquí referencia a una persona en particular, sino al Despertar realizado, y no sólo por Shakyamuni. Como él mismo dijo, no hizo más que descubrir la antigua vía, y desde hace veinticinco siglos, la vía que el mostró, la que reveló, ha sido transmitida de generación de generación. Así, decimos que la Sangha es la presencia de Buda hoy.
En la época de Buda Shakyamuni, los practicantes, se reunían en ciertos periodos del año para practicar juntos la meditación, escuchar la enseñanza, hacer samu para mantener los lugares de la práctica y cuidar los unos de los otros. Entonces, esto ocurría durante los tres meses de la estación de las lluvias. Ahora, esto ocurre cuando tenemos vacaciones. La periodicidad es diferente, las formas suelen ser diferentes, pero el espíritu es el mismo. Es el espíritu de fe, en el sentido de una confianza profunda en el hecho de que, cada uno de nosotros puede despertarse a la verdad, y por su propio Despertar, su propia experiencia, contribuir al despertar de los otros pues, el mismo corazón, la esencia misma de la experiencia del Despertar, es la experiencia de nuestra no separación de todos los seres. Por tanto, el despertar no puede tener lugar más que con los otros. Debemos realizar el sí mismo, pero no podemos más que querer compartirlo con los otros. Y esto es posible, pues todos los seres tienen la misma naturaleza y son despiertos por la propia naturaleza de Buda. Lo que podemos transmitir es la confianza en la posibilidad de hacer realidad esto, y el camino: la práctica para realizarlo, es decir zazen, y la práctica cotidiana en armonía con zazen, es decir, cada cosa practicada con una gran atención y realizada como un servicio rendido a la comunidad.
Incluso cuando cuidamos de nosotros mismos, es para darnos la capacidad, la energía para poder ayudar mejor a los otros. Lo que recibimos, es decir, todo, porque lo hemos recibido todo, empezando por la vida, lo compartimos y volvemos a dárselo a los otros. Y así, actualizamos la naturaleza de Buda, nuestra verdadera naturaleza que es estar totalmente en interdependencia con todos los seres. La gran enfermedad de la sociedad actual es el individualismo excesivo, con mucho egocentrismo a causa del no Despertar, a causa de la ignorancia y de la ilusión, que se convierten en causa de todo sufrimiento. Los que siguen el Dharma de Buda comprenden esto, trabajan para liberarse y así, contribuyen a ayudar a los otros a liberarse. Esta es la función de la Sangha, que tiene vocación de ser universal. Para actualizarlo en la vida cotidiana, para hacer real este Despertar, es preciso ser consciente no sólo de nuestras diferencias, sino de lo que tenemos de semejante y que juntos compartimos. Es lo que llamamos la sabiduría y que es lo que permite una auténtica compasión. Y es lo que, cotidianamente, hacemos voto de realizar por el bien de todos los seres. Deseo que este voto continúe acompañándonos e iluminándonos en nuestras vidas cotidianas y que, así, la práctica no cese jamás.
El espejo de la Sangha
El sutra dice que ser constantemente consciente de la Sangha, conduce inevitablemente a la verdad, sólo porque la Sangha está incluida en la práctica del Dharma, y el Dharma es la verdad a la que Buda se despertó y a la que cada uno de nosotros puede despertarse practicando juntos: la verdad de la impermanencia, de la interdependencia de nuestra existencia con todos los seres, la verdad de la causa del sufrimiento que es el apego, la verdad de la posibilidad de liberarse de él que es el soltar presa. Si la Sangha es también un factor de verdad y si nos conduce inevitablemente a realizarla, es que es un espejo, evidentemente a veces deformante pues cada uno en la Sangha tiene también su propio ego, su propio punto de vista; pero un espejo de todos modos generalmente es muy útil para verse uno mismo más objetivamente que lo hacemos de habitual, cuando tenemos tendencia a ser complacientes con nosotros mismos o a rehusar ver nuestras propias sombras, a disimularlas, no solo ante los otros sino ante nosotros mismos. Y para que la Sangha sea verdaderamente un espejo, es preciso que cada uno practique con vigilancia, energía y benevolencia, en particular absteniéndose de criticar a los otros a sus espaldas, pero permitiéndose hacerlo cara a cara con benevolencia, si pensamos que eso puede ser útil para la persona y ella pregunta. Esto debería ser así si de verdad tenemos bodaishin, el deseo de profundizar nuestra práctica de la Vía, de aceptar ponerse en cuestión, soltar nuestros malos hábitos y armonizarse cada vez más profundamente con nuestra verdadera naturaleza, la naturaleza de Buda. Así el Buda, el Dharma, la realidad última a la que él se despertó, y la Sangha, la comunidad de los que comparten la misma práctica de ese Dharma, forman realmente Tres Tesoros, lo más precioso que hay en nuestra vida, que merece ser, no sólo respetado, sino desarrollado en la práctica.
La ordenación de bodhisattva
Los que quieren confirmar su fe en la práctica de zazen y en la enseñanza, el Dharma, y relacionarse espiritualmente con el maestro fundador Buda Shakyamuni, piden ser ordenados bodhisattvas, es decir discípulos laicos.
Cuando recibimos la ordenación, hacemos el voto de seguir los Tres Tesoros, de respetarlos, de inspirarnos en ellos para llevar una vida en armonía con esos Tres Tesoros. En esa ocasión recibimos los preceptos, es decir, las reglas de vida que permiten, siguiéndolos, permanecer fiel en el sentido del Despertar de Buda, que podemos hacer realidad en zazen. Esto quiere decir armonizar nuestra vida real concreta cotidiana con lo que hemos percibido en zazen. Para los bodhisattvas o discípulos laicos los principales preceptos son:
En principio no matar, no quitar la vida, al contrario, proteger la vida de todos los seres sensibles, permitir a todos los seres desarrollar y realizar su naturaleza de Buda. Para ello, tienen necesidad de continuar viviendo. Debemos proteger la vida como debemos proteger nuestra propia vida, mantener nuestro cuerpo saludable para continuar la práctica.
Luego está el precepto de no robar, es decir, no tomar lo que no nos pertenece en propiedad. Como nada nos pertenece en propiedad, si pensamos en ello, no podemos robar nada. Pero, sobre todo, el espíritu ávido que puede impulsar a robar desaparece. En su lugar aparece el espíritu generoso, el espíritu de compartir, que se regocija con poder dar, ayudar a los otros a través del don.
No mentir, como suelo recordar, en principio es no mentirse a uno mismo, ser sincero, honesto, no llevar máscara. Pero más profundamente, no mentir, es ser transparente a la verdad profunda que está en nosotros, que es que somos la naturaleza de Buda que está esperando florecer. No mentir, vivir en armonía con la verdad que nos habita y de la que no siempre somos conscientes es el tercer precepto.
El cuarto precepto es: no avidez, no mala sexualidad, entendida principalmente como no engañar a la propia pareja, ser fiel, lo que evita crear sufrimiento y el mal karma de la infidelidad, del engaño. Es lo que permite establecer una relación de amor auténtico y no de simple consumación del placer que nos procura el otro.
En fin, no intoxicarse, el quinto gran precepto de los bodhisattva, de los discípulos laicos, implica no abusar del alcohol, no tomar drogas, no intoxicarse el espíritu con doctrinas esotéricas, dogmas, todo lo que nos impide ver claro y volvernos verdaderamente transparentes a la verdad que está en nosotros.
Como remarcaba el Maestro Kodo Sawaki: “Seguir los preceptos es poner los propios pasos en los pasos de Buda, seguir el mismos camino que él y, por tanto, actualizar el mismo Despertar a la misma realidad profunda que existe en cada ser.” Esta verdad, no sólo debe ser comprendida mentalmente, sino vivida, actualizada concretamente a través de nuestras palabras, nuestras acciones de la vida cotidiana. Y, para facilitar esto, hay reglas de vida, los preceptos, que han sido transmitidos desde Buda, como expresión de su Despertar y de su gran compasión para ayudar a todos los seres y evitarles el sufrimiento, el mal karma de una vida no despierta.
Estos preceptos no son prohibiciones sino recomendaciones para vivir en armonía con nuestra naturaleza profunda, por tanto, para vivir como un Buda, como un despierto y así, no producir sufrimiento sino, por el contrario, remediar el sufrimiento de los otros y nuestro. Así, los preceptos son verdaderamente la expresión de la compasión y a la cabeza de todos los preceptos está el voto de seguir los Tres Tesoros: Buda, Dharma y Sangha. Y esto no sólo para uno mismo, por el propio bienestar, sino también para ayudar a todos los seres, y por lo tanto también dando a conocer esta enseñanza, esta práctica en nuestro entorno sin proselitismo, pero sin tampoco esconder esta práctica, aprovechando la oportunidad de presentarla cuando las personas están dispuestas a recibirla.
La práctica de los monjes zen
En lo que concierne a los monjes, en la época de Buda, formaban parte de esta categoría los que lo habían abandonado todo por la práctica espiritual. No era sólo el budismo el que proponía esta vía. También en el hinduismo, había muchos ascetas, yoguis que se retiraban del mundo y vivían solos en el bosque.
En nuestra época, esta manera de practicar la Vía es cada vez menos frecuente. En la escuela zen soto, los monjes están casi todos casados, viven en familia en su templo, pero hasta ahora, la enseñanza de Buda a los monjes debe continuar e inspirar nuestra práctica. Aunque no nos retiremos al interior de un bosque o a una montaña, aunque no cortemos todos los lazos con una familia y con la vida social, hacerse monje o monja es lo más importante de la vida pues significa hacerse uno con la Vía. Es colocar la realización del Despertar, de la gran liberación, como la prioridad absoluta en nuestra vida y consagrar nuestro tiempo y nuestra energía, no sólo a practicar, sino a enseñar y ayudar a los otros a practicar. Es la vocación fundamental de los monjes y las monjas. Aunque no cortemos nuestras relaciones con la familia y la vida social, en tanto que monjes, no deberíamos depender de ello. Este es un punto importante: Podemos permanecer unidos a nuestra familia, vivir en medio del mundo social, a condición de no depender de las ilusiones familiares, sociales, que esas ilusiones no interfieran nuestra práctica, sino que, al contrario, nuestra práctica ilumine esas ilusiones. Para ello, es preciso realizar interiormente el desapego.
Es igual que en zazen. En zazen, los pensamientos, las sensaciones, las emociones surgen sin cesar. El propósito de zazen no es cortar con las producciones mentales, lo que equivaldría a la muerte, pero tampoco depender de ellas, no estar condicionado por ellas, no apegarse a ellas. Así, ser monje o monja, es vivir en el espíritu de zazen con los fenómenos, con los pensamientos, los sentimientos, las emociones, las sensaciones, todas las cosas que hacen la vida, pero ya no estar apegado a ellas, no depender de ellas, no ser condicionado por ellas. Concebir así la existencia en tanto que monje o monja presenta el mérito infinito de permitir practicar con los otros, sin retirarse del mundo, dar el ejemplo de una práctica que muchas más personas pueden adoptar que la de un asceta retirado en la montaña. Y además, esta práctica tiene la ventaja de irradiar alrededor de uno mismo, no sólo a los pájaros, los peces, sino a todos los seres humanos, a los que están atrapados en las dificultades y los sufrimientos de la vida. Por ello en las ceremonias de ordenación, cuando los futuros monjes y monjas se prosternan ante sus familiares, no decimos que abandonan a sus familias, que las dejan definitivamente para no tener contacto con, como se hace en el cristianismo, sino que abandonan el lazo de apego a la familia que no tiene nada que ver con el amor auténtico. Amar verdaderamente a la familia, amar a los seres que viven en el mundo social, no es alimentar lazos de apego, sino un lazo espiritual que consiste en ayudar a cada uno a evolucionar hacia la liberación, por consecuencia la felicidad auténtica, durable.
Tradicionalmente, los monjes y monjas tienen más preceptos que los discípulos laicos pero, hoy en día, sus diferencias disminuyen pues muchos monjes no viven en monasterios y es, sobre todo, el espíritu que anima su existencia el que hace la diferencia. El espíritu del monje y de la monja es el espíritu de alguien que coloca la práctica de la Vía por encima de todo. Entonces eso no es fácil, es por lo que cuando alguien quiere hacerse monje o monja, pido siempre un periodo probatorio de un año, para verificar si somos verdaderamente capaces de colocar la práctica de la Vía con los otros, con la Sangha antes de todo. Algunos verían ahí una especie de sufrimiento, pero en realidad, cuando seguimos esta vía, su práctica se hace realización, cada día, cada instante. Y lo que se sacrifica, es una ilusión: hábitos, apegos no satisfactorios. Lo que se realiza es una vida despierta que toma todo su sentido, que es animada por el Dharma, el deseo de armonizarse con la enseñanza de Buda y lo que nos revela la práctica de zazen.
En japonés, el monje es shukke, alguien que ha dejado su morada. Podríamos traducirlo por alguien que ha dejado su ego, ya no se deja dirigir por él, sino que es dirigido por la Vía que se ha hecho más fuerte que sus deseos egoístas. En castellano, monje proviene de la palabra griega monos, que quiere decir, a la vez, “solo” y “uno”. Podemos ser uno sin estar sólo. Ser uno con la práctica de la Vía permite, precisamente, no estar sólo jamás, sino estar totalmente unido a todos los seres por la raíz de lo que anima nuestra vida y de lo que llamamos la fe que, como decía Sosan al final del Shin jin mei: “La fe es no dos, no dos es el espíritu de fe.” Podemos decir que el monje o la monja es el o la que está animado por el espíritu de confianza en el Despertar con todos los seres.
Los discípulos de Buda realizan el despertar aquí y ahora
Ser un discípulo de Buda, es recordarse siempre la verdadera significación de la práctica, su dimensión espiritual, no dejar que se transforme en técnica de bienestar psicosomático y recordarse que todas las enseñanzas y todas las prácticas en el budismo zen, como en todas las escuelas budistas, tienen por sentido realizar el Despertar, no sólo, como para muchos budistas, al final de un largo caminar que puede tomar muchas vías, sino aquí y ahora, en la práctica justa, que es el punto esencial de nuestra escuela Soto y de la enseñanza del Maestro Dogen.
Las prácticas, y en especial zazen, no son medios para llegar a despertarse más tarde tras numerosos esfuerzos, sino que son, en particular zazen, realización del Despertar aquí y ahora, siempre que se practique de manera justa, es decir, no esperando un resultado más tarde, un Despertar, un satori en el futuro, sino absorbiéndonos totalmente en la práctica de aquí y ahora abandonando el espíritu de discriminación, no creando dualidad, y para ello, estando totalmente concentrado en el cuerpo y en la respiración.
Este era el punto esencial de la enseñanza del Maestro Dogen. Desde el origen, en el Fukanzazengi, decía que el zazen no es un aprendizaje de la meditación, sino la práctica realización, en una palabra, de un Despertar perfecto. En lo que concierne a los discípulos laicos, los bodhisattvas, y que en nuestros días no son muy diferentes de lo que son los monjes; es decir que practican sin abandonar en mundo social ni la familia, es importante recordarse que, aunque vivamos en el mundo social, familiar; no deberíamos apegarnos a ellos demasiado, lo que no quiere decir no amar a la familia sino amarla de una forma profundamente espiritual, es decir, deseando el Despertar de cada uno, no contentándose sólo con desear satisfacer los deseos ordinarios de cada uno. Vivir en el mundo social sin apegarse demasiado, es recordarse que todas las cosas son impermanentes y, finalmente inasibles y que el apego es la causa principal del sufrimiento pues, finalmente, no podemos conservar eso a lo que estamos apegados. Así, la inquietud por perder aquellos a los que amamos, la cólera por no poder obtener aquello que deseamos son las principales causas de sufrimiento.
Cuando comprendió esto, el Buda decidió transmitir la práctica que permite verdaderamente la liberación, el soltar presa, el no apego, lo que no quiere decir el no amor sino el no amor egoísta. El apego es, en el fondo, amarse a uno mismo; estamos apegados al otro por lo que nos aporta. En la práctica del zen es a la inversa. En nuestra relación con el otro, con los otros en general, estamos más preocupados con lo que podemos aportarles, darles, compartir con ellos, con ellas. Así, las relaciones humanas que, a menudo, son fuentes de conflicto, de apego, de sufrimiento, se convierten también en ocasión de practicar la Vía, lo que hace que, sin tener que retirarse de lo social ni de la familia, todos los lugares, todas las circunstancias son buenos lugares, buenas circunstancias para practicar y despertarse.
Extender la Sangha a todos los seres
Es el mérito de la Sangha lo que facilita esta práctica del Despertar a lo cotidiano, pero no hay que limitar la Sangha a la comunidad de los que vienen a practicar al dojo. Por supuesto que, en la base, es sobre todo, esta comunidad con la que compartimos nuestra experiencia de la práctica. Pero, cuando somos discípulos de la Vía de Buda, es importante testimoniar esta experiencia del Despertar alrededor de nosotros y, para empezar, en nuestra familia, en nuestros próximos y así, alargar el círculo de la Sangha pues, en el fondo, todos los seres tienen vocación de despertarse pues todos los seres son la naturaleza de Buda.
Para servir a los propios padres, para ayudar a los hijos a desarrollarse es preciso aprender el cariño, el amor desinteresado hacia todos los seres y para vivir concretamente este amor desinteresado, es preciso abandonar nuestro egocentrismo, nuestros deseos egoístas, de forma que creemos armonía en el seno de la familia, de nuestros próximos y, de próximo a próximo en la sociedad. Dicho de otra forma, hay que evitar oponer la vida de familia o la vida social en general y la vida en el zen, en la Sangha, en la comunidad de los discípulos de Buda y mejor extender ese sentido de comunidad a todos los seres. Ese es el interés que hay en practicar la Vía en la vida cotidiana, en la vida social, sin convertirnos en reclusos encerrados en los monasterios. Por el contrario, es más difícil. Hay todo tipo de causas de distracción, de dificultades en la vida material que hay que superar, que chupan energía, tiempo, que acaparan nuestra mente.
Entonces es tanto más importante recordarse que, todo lo que nos llega, de la mañana a la noche puede ser la ocasión de practicar la Vía, de dar un paso adelante en su realización. Es lo que en el zen llamamos el Genjo koan, el koan es decir la realidad que se actualiza en todos los fenómenos, a condición de estar atentos a lo que pasa en uno mismo y en la relación entre uno mismo y los otros, el mundo que nos rodea. Y la práctica de zazen nos ayuda a estar más atentos, menos distraídos por nuestros pensamientos. Así, el ideal es practicar zazen cada día, particularmente a la mañana y después recordarse lo que es la esencia misma de la experiencia de zazen en todos los aspectos de la vida cotidiana, y así vivir plenamente y sin nostalgias una vida despierta.
Extracto de 108 Luminosas Puertas del Dharma
de Roland Yuno Rech,
Traducción y publicación
Dojozen Genjo Pamplona/Iruña
Libro disponible en
zennavarra@yahoo.es

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