Novena puerta de las 108 luminosas puertas del Dharma, Roland Yuno Rech


 

PUERTA 9 – LA CONSCIENCIA DEL DHARMA

“La consciencia constante del Dharma, pues eso es en sí la pureza”

La novena puerta del Dharma es ser constantemente consciente del Dharma pues eso es en sí la pureza. La práctica cotidiana de zazen es la ocasión de recordarnos el Dharma, de colocarlo en el centro de nuestra vida y hacer de él un factor esencial de liberación, para nosotros mismos y para los otros; es decir, de felicidad auténtica pues no hay verdadera liberación si no nos hemos liberado de nuestros bonno, de nuestras ilusiones, si no estamos verdaderamente despiertos.

Zazen, la puerta principal del Dharma

¿Por qué nos quedamos sentados durante dos horas en zazen? Es porque tenemos confianza en el Dharma, en el hecho de que la vida no es un caos, sino que existe un Orden Cósmico. Es lo que llamamos el Dharma. El Buda no creó el Dharma. No hizo más que descubrirlo y revelarlo. El Maestro Deshimaru decía que practicar zazen permite volver a la condición normal y ese estado normal, para él, era armonizarse con el Dharma, con el Orden Cósmico.

La consciencia hishiryo en zazen, la consciencia que no permanece en nada nos armoniza naturalmente con el Dharma. Permite realizar un espíritu vasto que abraza todos los polos de nuestras dualidades y nos permite ir más allá de nuestras contradicciones. El Dharma es también, por supuesto, la enseñanza de Buda, que ha sido memorizada y transcrita bajo forma de sutras. El Maestro Dogen, que fundó el zen Soto, insistía en el hecho de que los sutras son la expresión del espíritu de Buda, de su Despertar y, por tanto, estudiarlos ayuda a realizar este espíritu de Buda, a condición, por supuesto de practicar eso que enseñan. Pero como el Dharma es la expresión del Orden Cósmico, todos los fenómenos de la naturaleza son también la expresión del Dharma. Es por lo que los monjes zen han amado siempre la naturaleza y han despertado por ella. Practicar zazen nos vuelve receptivos a la enseñanza de todos los fenómenos. Es lo que llamamos “Mujo seppo”, la enseñanza del Dharma por los seres no sensibles. Las hierbas, los árboles, las montañas, los ríos, el sol, la luna y las estrellas, todo esto enseña el Dharma, siguen el Orden Cósmico naturalmente, sin resistencia. Solo los seres humanos oponen resistencia. En lugar de aceptar la impermanencia y aprender a soltar presa, quieren tomar todo tipo de seguridades contra todo riesgo de perder algo.

Practicar zazen flexibiliza nuestra mente. La mente flexible fue la enseñanza de Nyojo al Maestro Dogen: shin jin datsu raku. Abandonar el apego al cuerpo y a la mente, es hacer realidad la mente flexible, abandonar nuestras resistencias, armonizarnos con el Orden Cósmico. Podemos hacer gassho ante todos los fenómenos que se producen. Agradecer al Orden Cósmico que nos da la ocasión de despertarnos. Si la naturaleza puede enseñarnos el Dharma, es porque originalmente somos ya ese Dharma. Los fenómenos naturales no hacen más que recordarnos lo que somos en el fondo de nosotros mismos.

Zazen es la puerta principal del Dharma, la gran puerta a través de la cual todos los seres pueden despertarse. Despertarse quiere decir reconciliarse con uno mismo, con la verdadera naturaleza de nuestra existencia. Es ella la que nos impulsa a venir a practicar pues comporta en sí misma un deseo de realización. Es lo que nos da la energía para practicar la Vía, lo que estimula bodaishin, nuestro Espíritu del Despertar. Y como nuestra verdadera naturaleza es ser en interdependencia y en unidad con todos los seres, bodaishin, la aspiración al Despertar es una aspiración a realizar el Despertar para compartirlo con todos los seres. Es el sentido de la existencia de los bodhisattvas. Y todas las circunstancias de la vida son la ocasión de actualizar ese Espíritu del Despertar pues todos los fenómenos son el Dharma, la expresión de la última realidad. No es necesario ir lejos para encontrarla, Es suficiente con sentarse y volver la mirada hacia el interior, sólo eso.

Los fundamentos del Dharma: kai, jo, e

El Dharma, es la última realidad, lo que sostiene la existencia de todos los seres y, al mismo tiempo, la enseñanza de Buda para armonizarse con esta última realidad y con ello remediar las causas del sufrimiento. Y como esa enseñanza, ese Dharma tuvo lugar durante cuarenta y cinco años con todo tipo de personas diferentes, las enseñanzas han sido innumerables, especialmente porque hay que añadir la enseñanza que nos dan todos los fenómenos de la vida, y en particular la naturaleza, que es una magnífica ilustración de la impermanencia y de la interdependencia de todos los seres, lo que estudia particularmente la ecología.

Entonces, en la enseñanza del zen, en particular para el Maestro Deshimaru, se ha resumido la enseñanza de Buda en tres sílabas: kai, jo, e – kai, los preceptos, el comportamiento, todo lo que es del orden de la ética; jo, todo lo que es del orden de la concentración, la meditación, la atención; y e que es la sabiduría, la comprensión. Solemos enseñar el zazen diciendo que hay que concentrarse en la postura, la respiración, dejar pasar los pensamientos y, efectivamente esa es la práctica de zazen. Pero ¿cómo se articula esto con todas las enseñanzas de Buda?

Para comprender esto, hay que partir de la práctica de zazen, es decir de jo, la concentración. La concentración en zazen permite calmar la agitación mental, encontrar una mente clara y comprenderse mejor uno mismo, así como nuestras interacciones, nuestra interdependencia con el entorno. Por tanto, la concentración es la base. Continúa en la vida cotidiana en una práctica de atención justa, de vigilancia, de atención al propio cuerpo, los propios gestos, estar plenamente presentes en cada cosa que hacemos, no traicionar con nuestro comportamiento los valores a los que nos adherimos y en los que nos reconocemos, lo que implica la continuación de la concentración de zazen en las acciones de la vida cotidiana, no estar distraído, no ser perturbado por nuestras producciones mentales de forma que estemos siempre lúcidos y en contacto con la realidad tal cual de verdad es.

El segundo punto es la sabiduría, e, la comprensión. No insistimos suficientemente, en general, en la enseñanza, en la que sobre todo hablamos de concentración. Pero la comprensión es esencial, y es, sobre todo, el aspecto en el que insistía Buda diciendo a sus discípulos que no debían hacerse creyentes de una enseñanza sin comprenderla, sino que por el contrario, debían verificar constantemente su validez por su propia comprensión, en particular la comprensión de la interdependencia en el espacio y en el tiempo. En el espacio quiere decir que, cada una de nuestras acciones tiene una influencia sobre su entorno, igual que una piedra arrojada al agua produce olas que se propagan a lo lejos. Y en el tiempo, quiere decir que, lo que somos ahora es el resultado de todo nuestro karma pasado y condicionará nuestro karma futuro y, por tanto, en el aquí y ahora, es posible corregir los efectos negativos del karma pasado y dar una nueva orientación a nuestro karma futuro. Fundamentalmente, la sabiduría, e, permite ver claramente que nuestro ego no es más que una construcción mental, en ningún caso el centro del mundo, y esto nos permite relativizar este ego, permitirle que se armonice suavemente con las circunstancias.

En fin kai, es el comportamiento. En la enseñanza de Buda la sabiduría de Buda no es sólo una comprensión mental sino una comprensión a través de la acción. Lo que hemos comprendido, lo ponemos en práctica a través de todas las acciones de nuestra boca, de nuestro cuerpo y de nuestra consciencia. Si hemos comprendido profundamente que no estamos separados de todos los seres y que, además, somos semejantes los unos de los otros, entonces, la sabiduría, implica forzosamente la compasión y la benevolencia, es decir, la capacidad de ponerse en el lugar del otro, de sentir empatía o actuar ante los otros como quisiéramos que los otros actuaran ante nosotros, tanto en sus palabras como en sus acciones.

Cuando recitamos el Shiguseiganmon y decimos: “Por numerosos que sean los Dharmas, hago el voto de hacerlos realidad”, podemos recordar que Dharma quiere decir sólo kai, jo, e: comportamiento, concentración, sabiduría, y eso da una dirección mucho más clara a nuestra vida. A cada instante podemos volver a la concentración justa aunque, a veces, estemos distraídos; si pensamos en otra cosa, inmediatamente nos damos cuenta, abandonamos lo que perturba la mente y volvemos a la presencia en el instante y actuamos con sabiduría. Si no vemos cuál sería la acción justa aquí y ahora, podemos apoyarnos en la enseñanza de los preceptos, es decir todos los “no”, es preciso tenerlos en la cabeza: no matar, no robar, no mentir, no intoxicarse, no ponerse por encima de los otros para rebajarlos, no criticar, entrar en cólera, ser avaro, calumniar los tres tesoros… Para respetar todos estos “no”, es preciso tenerlos en la cabeza, haberlos reflexionado, ver las implicaciones en nuestra vida cotidiana, pero, sobre todo, permanecer concentrado. La concentración es la mejor manera de mantenerse fiel a los valores de nuestra vida, no traicionarlos por descuido, negligencia. Además, no ser negligente sino permanecer vigilantes, permite recibir todas las enseñanzas, más allá de las de Shakyamuni, la enseñanza de todos los dharmas, todos los fenómenos de nuestra vida.

Recordarse los sellos del Dharma

Ser constantemente consciente del Dharma, es recordarse los puntos esenciales de la enseñanza de Buda, es decir, de la verdad a la que él despertó. En otros tiempos, los monjes se aprendían de memoria los sutras, se transmitían oralmente. Así, los tenían constantemente presentes en la mente o rápidamente accesibles todos los puntos esenciales de la enseñanza de Buda. Podían pues ser conscientes del Dharma en todas las circunstancias de la vida y así, hacer de esas circunstancias una ocasión de confirmar y profundizar la enseñanza de Buda.

Hoy en día, estamos demasiado informados, conocemos demasiadas cosas, pero, demasiado a menudo, olvidamos los puntos esenciales que son importantes para nuestra vida. Recordarse, por ejemplo, que el primer sello del Dharma es el sufrimiento, es decir, la característica no satisfactoria de la vida no despierta, de la vida en la que somos dominados por la ignorancia de la naturaleza profunda de nuestra existencia. Esto arrastra una actitud ávida para intentar compensar esta insatisfacción, una actitud demasiado agresiva, colérica, de odio contra todo lo que, pensamos, perturba nuestra satisfacción, sean cuales sean las personas y las circunstancias de la vida. Esto hace que, en lugar de recibir la enseñanza de los fenómenos que encontramos, nuestra vida sea un samsara, es decir, una causa permanente de sufrimiento, o de estados insatisfactorios.

El segundo sello del Dharma que es preciso tener siempre presente es la impermanencia. No deberíamos tener necesidad de recordarlo pues todo es impermanente en nuestra vida y todo nos lo recuerda constantemente. Pero preferimos ignorarlo, hacer como si pudiéramos escapar de ello con todo tipo de seguridades, de posesiones que fueran como la garantía contra las fechorías de la impermanencia. Pero es totalmente utópico y la realidad nos atrapa. Por el contrario, si aceptamos la impermanencia y nos armonizamos con ella, eso se convierte en fuente de Despertar. Podemos curar el mal con el mal, como en la homeopatía, pues la impermanencia nos ayuda a encontrar, si nos armonizamos con ella, una mente flexible, un ego ligero, sin ninguna rigidez, sin demasiados apegos y, sobre todo una capacidad de transformar los fenómenos de nuestra vida en ocasiones de Despertar y de armonización de nuestra manera de funcionar con la realidad profunda, siendo menos egocéntricos, menos apegados, más solidarios, más libres interiormente.

El tercer sello del Dharma es anatta, no substancia de lo que pensamos, es nuestro ego, que va de la mano con la impermanencia, pero que nos hace ver claramente que no existimos de forma autónoma sino, sólo gracias a toda una red de causas y de fenómenos interdependientes, lo que llamamos vacuidad. Es la ausencia de una existencia substancial, autosuficiente, autocreada. Estamos condicionados. Cuanto más conscientes somos de nuestros condicionamientos, más se ensancha el campo de nuestra libertad interior. Y por ello, recordarse el Dharma, recordarse los puntos fundamentales de la enseñanza de Buda y, sobre todo, recordarlos a través de la práctica con el cuerpo, no sólo mentalmente, dicho de otro modo, armonizando nuestra vida real con el Dharma, es fuente de nirvana, es decir de pureza, de no mancilla de la mente por los bonno. Volvemos a la unidad, pues, finalmente, todo en el universo no es más que el Dharma, el Orden Cósmico, el gran cuerpo de Buda, que llamamos dharmakaya, del que formamos parte. Y es lo que hace que tengamos la posibilidad de despertarnos pues el Despertar no es otra cosa que una autorevelación de lo que somos en realidad y que a menudo, extrañamos ser en la vida.

 

ROLAND YUNO RECH

108 LUMINOSAS PUERTAS DEL DHARMA 

(Libro disponible en zennavarra@yahoo.es)

Traducción Dojozen Genjo Pamplona/Iruña 

 

 

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