¿DÓNDE QUEDA EL ZEN EN VERANO? Ramón Dokuten Bustos
¿DÓNDE QUEDA EL ZEN EN VERANO?
EL ANGO Y LA PRÁCTICA EN TIEMPOS DE PAUSA
Con la llegada del verano, el ritmo de la vida cambia. Las ciudades se vacían, las agendas se relajan y las rutinas se suspenden. Muchos aprovechamos para viajar, desconectar, descansar. Es comprensible, y el ritmo de la vida lo hace necesario. Sin embargo, ¿qué ocurre con nuestra práctica del Zen? ¿Por qué, al llegar el verano, la sentamos a un lado como si fuera algo que también pudiera "vacacionar"?
A menudo, sin darnos cuenta, tratamos el Zen como una actividad más de nuestra vida cotidiana, como quien va al gimnasio o a una clase semanal. Y así, cuando el calendario se vacía, también se vacía el zafu. Sin darnos cuenta, rompemos ese hilo invisible que sostiene nuestra conciencia despierta, justo cuando más espacio y silencio hay para profundizar.
Pero esta tendencia no es nueva. En tiempos del Buda, durante la estación de lluvias en la India, los monjes errantes interrumpían sus desplazamientos. Viajar se volvía difícil, y por respeto a la vida que emergía en la tierra húmeda, se evitaba caminar innecesariamente. Fue entonces cuando, cuentan los textos, el Buda instituyó el ango —un tiempo de retiro, de recogimiento, donde la comunidad (la sangha) permanecía unida en un solo lugar para profundizar en la práctica, compartir la enseñanza y consolidar la armonía del grupo.
Lejos de detenerse, el Dharma se hacía más vivo durante ese tiempo. Se reconocía que incluso (o especialmente) en los momentos de pausa externa, el corazón de la práctica puede fortalecerse. La enseñanza no se apartaba, sino que se integraba en otro ritmo: más lento, más silencioso, más íntimo.
Desde los tiempos del maestro Deshimaru, esta práctica, (y la sangha) al menos de manera ordenada, tampoco se detiene. Es más, aún se mantiene. Los diferentes campos de verano en los templos de la comunidad y en los espacios habilitados para el retiro se suceden dando como consecuencia que la práctica, a pesar del solaz, sigue en marcha. Siendo así que los dojos, permanecerán entonces a la espera hasta que las conciencias vuelvan a su ser rutinario nuevamente.
Quizá hoy podemos preguntarnos: ¿qué pasaría si, en lugar de soltar el hilo de la práctica en verano, lo tomáramos con suavidad y atención? ¿Qué pasaría si este tiempo libre pudiera ser también un ango moderno, una oportunidad para reconectar con el silencio, con el cuerpo, con la comunidad?
No se trata de forzar nada, ni de imponer disciplina cuando lo que el cuerpo pide es descanso. Pero sí de no olvidar que el Zen no necesita condiciones especiales. La práctica puede respirar con nosotros también en la playa, en la montaña, en la casa de los abuelos o en un aeropuerto. Incluso unos minutos de zazen durante la contemplación de la luz en esa playa o tal montaña al amanecer, una lectura atenta, una respiración consciente, pueden (deberíamos) mantener vivo ese fuego.
Quizá el desafío de nuestro tiempo no sea buscar más o menos retiros, si no no abandonar el corazón del retiro en medio de este tedio de la vida.
Ramón Dokuten Bustos
- La ilustración del texto es de Ramón,
Summer Bodhicitta, 38x25 cm.
Tinta y collages/papel, 2025
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