POST SESSHIN ARTIEDA JULIO 2025, CONSOL BOFILL

 


  SESSHIN ARTIEDA 2025

Dirigida por el maestro ANTONIO TAISHIN ARANA

Organiza Dojo Zen Genjo, Pamplona

Se nos da vivir en esta sesshin un ambiente de riguroso respeto, silencio y atención, a la par que generosa, alegre disposición.

Zazen ocupa el centro neurálgico de lo que aquí se trata sin, sin embargo, quedarnos en las sentadas; encontramos momentos y disposición para aprender juntos prácticas que, partiendo del gesto, del movimiento, nos encaminan a una honda conexión con uno mismo, despojándonos de hábitos, rigideces, bloqueos.

Siempre y en todo momento hacia esa intimidad de la que nos habla Dogen, buceo a las entrañas del Ser:

“Si quieres alcanzar la vacuidad (el ku infinito) tienes que andar en tu profunda intimidad.”

Compartimos experiencias y dudas, los teishos nos dan nuevas perspectivas, remueven certezas, levantan asombros.

El mondo vuelca en el centro del círculo que entre todos dibujamos, esas inquietudes que hacen presencia andando al encuentro con uno mismo en la inmovilidad sobre el zafu.

Nos acuna el silencio del lugar, el canto de los pájaros, la calma que se respira durante zazen.

Los zapatos a la entrada del dojo, el gesto de un acto tan cotidiano, el cuidado al dejarlos, dejando con ello todo lo que no requiere el dojo, lo que no necesitamos acarrear en la práctica.

Cuerpo y mente despojados, como nos recuerda el lema de la sesshin que nos recibe a la entrada del dojo, Shin Jin datsu raku, caligrafiado por el sussho, Artur Shôgyô Duch.

Sesshin, entrar en la propia intimidad, espacio latente, disponible, que se abre tan solo al soltar, desasiéndonos de cuerpo y mente. Eso que tanto nos cuesta, sin percibir que lo que se abre no es una nada sino un vacío fértil, nos recuerda el godo Taishin Arana.

No es hacer, pero tampoco dejar de hacer. Entre el hacer y el no hacer,

encontramos el hacer sin hacer, ni lo uno ni lo otro, sino toda otra cosa, abriendo otra dimensión del ser. Algo bien difícil, que no está al alcance de nadie al no haber un sujeto que hace, ni siquiera un sujeto que suelta.

Y sin un sujeto ¿Quién hace? ¿Quién suelta?

Cuenta el godo que en cierta ocasión, era un verano como éste de hace justamente 800 años, el maestro Nyojo amonestó a un monje que se dormía en zazen diciéndole:

“La práctica del zen, es abandonar, despojarse de cuerpo y mente, ¿a dónde quieres llegar durmiéndote?”. Estas palabras sobresaltaron a Dogen y luego le invadió un gozo que nunca había conocido. Comprendió que había encontrado respuesta a su gran duda: “Si todos tenemos la naturaleza de Buda, para qué practicar”. Duda que le había impulsado en su búsqueda.

Después, Dogen, al acabar el zazen va a la habitación del maestro, ofrece incienso y se prosterna y le dice:

“Acabo de abandonar cuerpo y mente”

A lo que el maestro responde:

“Los has abandonado realmente”

Dogen humildemente contesta.

“Justo acabo de comprender, pero no me des fácilmente tu aprobación. ¿En qué reconoces que yo estoy ahí?

A lo que Nyojo contesta:

“Cuerpo y mente abandonados”

Sutil matiz que, sin embargo, marca una gran diferencia, observa el godo. Esta respuesta nos lleva más allá, atestigua que en lo último, ninguna voluntad, ninguna esfera de lo humano, pueden despojar, hacer abandonar cuerpo y mente. Diría Dogen: “Es únicamente por la fuerza del Despertar que uno se despoja”.

Así, si bien la perseverancia, la voluntad, los esfuerzos desplegados en la práctica a lo largo del caminar en la Vía son indispensables, lo que a veces es una gran paradoja, lo que llega, lo que adviene, es una realidad que los trasciende.

Luego, Dogen hace sampai en signo de respeto, y según nuestra escuela, Nyojo se habría también prosternado ante Dogen diciendo:

“Abandona hasta la idea de abandonar”

Zazen, nada a hacer, tan solo ser donde se está.

“Desde que abandoné mi hogar he dejado mis huellas

en la bruma y en las nubes.

soy allí donde estoy” Ryokan. 

  


 

“En el abandonar hay un paso más a dar, hay que dejar todo esfuerzo consciente, abandonar incluso las mejores motivaciones. Simplemente ser sin segundas intenciones, sin dualidad.” (Roland Yuno Rech, La iluminación silenciosa, p. 144)

Volver, entrar en la propia intimidad, espacio de cada uno a la par que de todos.

Abrirse al vacío fértil.

El miedo interfiere, retiene, no deja ser.

Eso que desde siempre nos acompaña, cada “yo” junto a su miedo.

VERLO                                                           QUEDARSE

Comprender el proceso que en la mente tiene lugar, instante a instante, comprender cada surgir en su espacio, la sensación en la sensación, la emoción en la emoción, el pensamiento en el pensamiento.

“Comprender lo que es, es liberarse de lo que es”, nos dice Krishmamurti.

No comprender es quedar atrapado en las propias inercias y hábitos, en la propia personalidad.

No basta con afinar la atención como la más fina espada, ¿para qué nos va a servir?

“Si sois capaces de estar serenos y de comprender, podéis caminar con toda seguridad.” (Roland Yuno Rech, La iluminación silenciosa, p. 106)

Comparte con todos, Antonio Taishin Arana, la llamada “Meditación de la órbita microcósmica”, si bien no es una meditación, recalca el godo, sino una práctica para la reactivación del Ki, la energía vital.

Tras ello, realizamos una práctica de Katsugen, no tanto “movimiento espontáneo”, como se la suele llamar, sino más bien “movimiento del sistema nervioso autónomo”.

Se trata en primer lugar de expulsar el Ki residual, los demonios que asolan el plexo, esa plaza que todo lo acoge y todo retiene. Liberar lo que ensombrece el espíritu y confunde la mente que entra en la dualidad, dando paso al auto-cuestionamiento, el juicio y la culpa.

Un segundo movimiento rotatorio flexibiliza la columna vertebral y finalmente una inspiración intensa seguida de la presión del tronco encefálico, repetida únicamente tres veces, por intensa, da paso propiamente a Katsugen. Ahí, abandonarse al irrumpir de la expresión, observando las zonas que piden movimiento, sin interferir, sin introducir nada por cuenta propia, dejándose llevar por el aparecer de lo que quiera presentarse.

Finalmente, se proponen unas sesiones de Feldenkrais, una práctica de movimiento más que un método, que afina en la autoconciencia, la íntima percepción de sí en todos los planos del ser. No se trata de ejercicios sino de aprendizaje orgánico, un caer en cuenta de los propios hábitos e inercias físicos y mentales, no habiendo separación entre cuerpo y mente. Se entra en profunda conexión con uno mismo.

Prácticas todas ellas, aclara el godo que, no siendo meditación, tampoco ejercicios, ayudan en el soltar todo aquello que interfiere en el abrirse a la intimidad. 

 


 Artur Shôgyô nos ofrece un teisho con el tema de la sesshin: cuerpo y mente abandonados.

Quien comprende el Dharma (ley cósmica, orden natural, palabra de Buda), nos dice el sussho, comprende nuestra pertenencia a la realidad cósmica y no puede sino ver con claridad la matriz ficticia del pequeño yo que nos encierra en nuestras construcciones sin dejarnos ir más allá.

Creemos vivir por nosotros mismos, creyendo que elegimos, decidimos, disponemos con libertad los asuntos que nos ocupan en el vivir, pero no es así. La vida nos respira, el orden cósmico nos lleva, el copo de nieve cae donde a de caer, justo en su sitio.

Cada cual hace ruta, sigue su propia trayectoria, sin que haya dos andaduras iguales en el zen.

El contacto con el orden natural de las cosas en la naturaleza, los animales, los fenómenos climáticos, nos recuerda quienes somos en todo momento. Solo hace falta habitar la presencia de cada instante, nos dice Shôgyô Duch.

Zazen lleva a esta comprensión, y la actualiza más allá de las sentadas.

Las numerosas cuestiones que despierta el teisho en la sala son indicativas del gran interés que suscita.

Así mismo, el teisho de Paco Doshu sobre solo sentarse, cuestiona las estructuras y todo aquello, según él, prescindible en el zen, levanta un debate de gran interés. Qué necesita y qué no el zen. De cuánto se podría prescindir sin rozar su esencia. Cuánto hay que no es en realidad del zen sino aportación y necesidad humana.

¿Somos en realidad conscientes del abanico de nuestros apegos y debilidades?

¿Hasta dónde estamos dispuestos a soltar?

Juntos hemos vivido una sesshin con muchos silencios y… muchas palabras.

Si nos atamos a las palabras

perseguimos las sombras

y las sombras nos alejarán

cada vez más de nosotros. 

Ryokan

En el mondo, el godo hace referencia a la cuestión del aspecto engañoso de las palabras y, sin embargo, la imposibilidad de prescindir de ellas. Nos movemos a través de las palabras sorteándolas, contándonos lo que nos pasa, con el anhelo de llegar al otro, de comunicarnos generando comunidad, de cotejar mi experiencia con la tuya, pero la palabra, queriendo decir, no dice lo que dice.

Cuán a menudo nos encontramos en coletillas tales como “entiéndeme”, “quería decir que”, “¿me explico?”. Sin saber, hablamos de lo que no sabemos queriendo conocerlo. Cada experiencia (que quiere decirse) es singular e inefable, pero tantea como convocar la palabra que en ella alienta.

La palabra lleva, en el orden de lo simbólico, la esencia de la experiencia. Semilla. Si no, no es palabra, es signo hueco.

La palabra, más allá de informar, “dice” el ser, conecta con él, lo transmite. Flujo, onda, resonancia.

Hay que regar la semilla.

Hay que cultivar la experiencia vivida.

Nos habla el godo de los lugares comunes por los que pasamos, lugares reconocidos en todas las tradiciones espirituales. Se da una primera fase, llamada purgativa, depurativa,

de sufrimiento, donde se remueven las certezas que venían sosteniendo la propia identidad, haciéndose patente la ilusión del yo.

Una segunda fase, llamada iluminativa, va mostrando atisbo de la existencia de otra dimensión, otro orden de cosas, un más allá. La sigue “la noche oscura del alma” referida en todas las tradiciones, cuyo nombre hace referencia al hermoso poema de Juan de la Cruz. Fase de soledad y desolación en que se deja de sentir la conexión espiritual. Finalmente, la vía unitiva, comprensión profunda de la unidad fundamental del ser, cumbre de toda andadura espiritual.

En el zen somos bodhisattvas, nos recuerda Antonio Taishin, andamos en el camino de la entrega y el desapego. No nos quedamos en el nirvana por compasión, ni en el samsara por sabiduría.

Nos encontramos con una entrañable sorpresa, unos compañeros de la vía ofrecen a Artur Shôgyô Duch un kesa, “corazón del zen, médula de sus huesos”, dice Dogen, cosido por todos. 

 


 Llega el último zazen, el silencio en la mañana, el aroma de la lavanda colándose en el dojo, el aliento de los campos cercanos, la brisa.

¿Y tú, qué haces? ¿Cuál es tu parte?

Cuentan que habiéndose producido un terrible incendio en un hermoso bosque, todos los animales huían despavoridos, alejándose de las llamas con rapidez. En su huida, se cruzaban con un pequeño petirrojo que recogía agua de una balsa cercana en su pico y se acercaba a lanzarla sobre el fuego, así una y otra vez. Le preguntaban asombrados los animales, ¿qué haces? El petirrojo les respondía ¡yo cumplo con mi parte!

Nos vamos cada cual a lo suyo que tal vez ha dejado de ser lo de antes. Nos separamos sin hacerlo, conectados en lo aquí vivido, aprendido, compartido, con el corazón alegre y la resolución de seguir transitando hacia ese no lugar de nuestra intimidad.

Un profundo agradecimiento al godo Antonio Taishin Arana por hacer posible estos intensos encuentros, tan rigurosos como alegres y entrañables, que todo acogen y aun y siempre más allá.

Gracias al sussho Artur Shogyo Duch por su dedicación y disposición en todo momento.

Gracias a la shanga del Dojo Zen Genjo de Pamplona por la estupenda organización.

Gracias a las monjas de Artieda por su cálida acogida anual.

Finalmente, gracias a los participantes por todo lo aportado, el interés, escucha y deseo de compartir.

¡Hasta pronto!

Sincero Gassho

 

Consol Bofill, Artieda, julio 2025


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