Ryokan, monje y poeta zen: la primavera estaba realmente ahí.

 

Como hijo primogénito de la familia Tachibanaya, el destino de Ryokan era el de suceder a su padre en los cargos públicos, por lo que con 17 años dejó el colegio de las Tres Cumbres, estudió para ser el futuro alcalde y comenzó el aprendizaje como myoshu, es decir, como encargado de la justicia en el pueblo.

 

Izumozaki era el lugar de embarque para llegar a la isla de Sado, donde se encontraba la mina de oro más rica de Japón.

Por esta época detuvieron a un presunto ladrón al que se le acusaba de haber robado mercancías de un barco naufragado. Durante el interrogatorio, la policía lo mató.

Este acontecimiento trastornó a Eizo y tomó conciencia de su impotencia e incapacidad para gestionar este tipo de situaciones. Escribiría: “Es evidente que soy incapaz de llegar a ser myoshu. Todas las acciones que he hecho creyendo que favorecerían a las personas solo han hecho acrecentar la confusión y el descontento”.

La benevolencia, la equidad, el respeto al otro, la sabiduría aprendida con su maestro Shiyo eran letras muertas en el nuevo mundo de trabajo entre los representantes del shogunato y sus administrados: pescadores y campesinos.

 

Sentado frente al mar a la hora del crepúsculo como acostumbraba, como cada atardecer escuchó la campana del cercano templo Kosho. El sonido llegó, lo traspasó y se extinguió suavemente. Sintió que le penetraba hasta lo más íntimo y que disolvía su dolor. Se sintió en paz en lo más profundo de su corazón. Nunca había sentido tal emoción.

Tomó la decisión de ir al templo y de ser discípulo del maestro Genjo. Genjo le hizo reflexionar sobre su decisión y sobre la exigencia de la vía del zen.

Le preguntó si se lo había comunicado a sus padres. Ellos aún no lo sabían, añadió que su decisión era irrevocable.

 

Ryokan, plasmó su alegría en un poema:

 

Día de primavera

 

Mi corazón salta de alegría

cuando contemplo,

juguetones,

una bandada

de alborotadores gorriones.

 

 

UNSUI: NUBE Y AGUA

 

La lluvia ha cesado,

las nubes se han disipado,

el cielo es límpido de nuevo.

 

Confiando mi cuerpo al curso de la vida,

he renunciado al mundo a fin de ser libre.

 

Si tu corazón es puro,

todo en el universo es puro

y la luna y las flores

te guiarán en la vía.

 

 

 

El 18 de agosto de ese 1775 se fue al templo de Koshoji a practicar con Genjo y recibe la primera ordenación de Shuke, unsui, literalmente nube y agua, con 17 años.

 

Cuando pienso

en el sufrimiento

de las gentes de en este mundo,

su tristeza

se convierte en mía.

 

¡Ojalá que mi hábito de monje

fuera suficientemente amplio

para cobijar a toda

la gente que sufre

en este vacilante mundo!

 

Nada me hace

más feliz que

el voto del Buda Amida

de salvar a todos los seres.

 

 

Este monasterio pertenecía a la línea Soto del zen, introducida por Dogen tras su viaje a China (1200-1253), con el acento puesto en la meditación sedente –zazen- y en que ella misma es ya la práctica realización del despertar, de la unidad. Escribiría sobre su práctica:

 

Avanzo siguiendo el curso del agua,
buscando su fuente.

Llego allí donde el manantial
parece comenzar.

Desconcertado,
comprendo que no se alcanza jamás
la fuente verdadera.

 

Estuvo en el templo Koshoji durante cuatro años, de 1775 a 1779, practicando con Genjo Haryo en la línea del linaje de Dogen; muy comprometido con la práctica y deseoso de llegar hasta el final. Años después recorrería Japón para leer el Shobogenzo, obra maestra del Maestro Dogen, dispersa por varios templos y cuya publicación estaba prohibida.

 

Joven, junto a la ventana vacía

me siento en formal meditación

vistiendo mi kesa de monje.

 

El ombligo y la nariz en línea recta,

las orejas paralelas con los hombros.

 

La luz de la luna inunda la habitación;

ha cesado la lluvia                      

pero los aleros siguen goteando.

 

Este momento es perfecto.

 

En la vasta vacuidad

mi entendimiento se intensifica.

 

 

 

Pero su verdadero maestro fue Kokusen, del templo Entsuji de Okayama. Kosusen llegó al templo de Genjo a dirigir una sesión de meditación e impresionó vivamente a Ryokan.

  Algo más de cuatro años habían pasado desde que Ryokan entró en el templo Kosho. En esta época, Genjo invitó a su maestro Kokusen a enseñar en su templo. Kokusen gozaba de una gran reputación y no dudaba en recorrer el país a pie para transmitir la enseñanza del zen. Era una persona noble y generosa, sosegado, inteligente y con gran perspicacia y, como Ryokan, también practicaba la caligrafía y le encantaba la poesía japonesa y Han Shan.

 Ryokan le escuchaba desde el fondo de la sala. Sus palabras le reconfortaban y su eco resonaba en el fondo de su ser más profundo. Cuando se acercó a Kokusen con las manos unidas en gassho para pedirle que continuara por favor lo que estaba diciendo, Kokusen le dijo: “De hecho mi discurso no tiene continuación ni fin”.

 

“En cuanto nos hemos mirado su corazón ha encontrado al mío, a lo que ha seguido una admiración común cercana al amor sin ningún apego”.

Fue un gran retiro de noventa días. Ryokan sintió una íntima relación de corazón a corazón con el maestro. Genjo le propuso seguir la práctica con Kokusen. “¿De verdad, alguien como yo puede ser su discípulo?” le preguntó y  Kokusen, como aprobación se inclinó levemente.

 

La primavera estaba realmente ahí

en el pequeño arrozal

sobre el dique

en el que esta mañana

recogía plantas

cantando.

 

 

Antonio Taishin Arana (dojo zen Genjo Pamplona/Iruña)

“Primavera, verano, otoño… y primavera

La vida de Ryokan monje y poeta zen”

Editorial Milenio 2021

 


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