Postsesshin Can Grau 2025, Conso Bofill


 

SESSHIN CAN GRAU 2025

Dirigida por el maestro ANTONIO TAISHIN ARANA

Organiza el DOJO ZEN ARREL DE LA PRÁCTICA, Sitges

 Un nuevo año nos reencontramos felizmente en Can Grau, ubicada en el solitario y agreste entorno en medio de las montañas del Garraf, coincidiendo, en esta ocasión, con unas hermosas y estrelladas noches en las que la alineación de los planetas se hace visible a la humana mirada y, gracias a la pasión de una compañera por la astronomía, se nos ofrece la posibilidad de poder apreciar el detalle de los planetas a través del observatorio situado junto a la masía que nos acoge.



 

En esta ocasión nos reunimos un grupo reducido pero compacto que hace de la sesshin un encuentro íntimo, familiar, fluido, en el que todo lo que va pasando deviene cercano y fácil.

Tenemos el privilegio de asistir a la ordenación de bodi-sattwa de  nuestra querida amiga María Myosin Aguirre, corazón luminoso, por el maestro Antonio Taishin Arana con la asistencia del Shusso Artur Shôgyô Duch. Una ceremonia sencilla e intensa en la que acompañamos a María en este importante paso que con gran emoción ha decidido dar. Un paso en resonancia con el espíritu que en esta ocasión guía la sesshin:

Mukoo, más allá

Cuando has vivido la experiencia de entrar en el espacio expandido, esa dimensión sin límites, una vivencia de absorción, de plenitud, de inmensa paz, ya no retrocedas, nos dice  el Godo ­_ quien guía la sesshin_ Taishin Arana, a qué volver atrás.

Eso se te ha abierto en un instante y tal como llega se va, realízalo, actualízalo, estabiliza esa experiencia. Es un traslado que sobreviene dando cuenta de que, desde ahí, todo es diferente y nada es como venía siendo, tú te has mudado y el color de lo que ves es otro.

Eso ocurre, y ocurre en diferentes momentos a lo largo  de la vida, sentados en zazen, en contacto con la naturaleza, paseando  junto al mar un día de invierno, al avistar el horizonte o un amanecer, cuando un olor sorprende o alguien te dedica una sonrisa, y  en muchas otras ocasiones, grandes o pequeñas, trascendentes o banales.

Sin embargo, tras esas experiencias sublimes en las que nos transformamos, suele pasar que  retrocedemos atrapándonos de nuevo en “lo nuestro”, siguiendo con la búsqueda de sentido a pesar de ya haber encontrado.

“Con toda la energía de vuestro cuerpo y de vuestra mente, penetrad totalmente en Komyozo, el tesoro de la clara luz,  sin volveros hacia atrás para mirar el tiempo.” Nos dice el maestro Ejo.

 


Y sigue llamándonos la atención acerca de que:

“No existe solamente el komyo del momento de zazen. También está el que, paso tras paso, acto tras acto, nos hace ver que cada fenómeno de nuestra vida puede iluminarse de forma inmediata, automática, independientemente de la propia inteligencia y de los pensamientos personales.

Es el poder espiritual del no actuar de la luz que se ilumina por sí misma.”[1]

Experiencias que se nos dan y no recogemos para realizarlas y actualizarlas en todo momento. Cabe darse cuenta de lo trascendente de tales vivencias. Se nos escapa su verdadera dimensión. Volvemos atrás, a ese yo preocupado, sufriente. No sabemos cómo llevarnos, qué hacer con  esos temas que se presentan una y otra vez atrapándonos en las cuitas y comercios del día a día. Y seguimos y regresamos, entrando y saliendo en un imparable vaivén que nos recuerda que nada permanece. Somos  transitando. 

Todo lo que buscamos está dentro de nosotros, se nos ha dicho y si, estas experiencias y tantas otras lo confirman. La vida va dando pistas de por dónde seguir.

Más allá dice el Hannya Shingyô, más allá del más allá, pero cómo ir más allá si se está ciego a lo real, opaco a la experiencia.

Por lo pronto cabe andar atento, mirar, sentir, abrirse a las sensaciones, al cuerpo, a la intuición. Y, cuando algo pasa, algo real, un acontecer que sobreviene, abrirse a ello por extraño que parezca. No  apropiárselo, no perderlo, retenerlo un instante antes de soltarlo. Quedarse. Dejarse.

Se abre la vida en pequeños claros, destellos de comprensión que aparecen y se cierran, claros que dan noticia de todo otro acontecer, de otras realidades, de otras existencias. Noticia de otra amplitud.

A menudo, deambulando, sin saber, sin buscar, sin rumbo, se llega súbitamente a un claro, donde quedarse y descansar, desde donde mirar.

La concentración, la atención, son vías, andaduras, maneras de marcar el paso y, a la par, pueden llegar a ser retenciones, nos dice el maestro, fijar el ritmo, el manifestarse del espíritu. De nuevo:

Ir más allá

Caminamos en la oscuridad, tanteando a ciegas, avanzando de claro en claro.

“El claro del bosque es un centro en el que no siempre es posible entrar. Es otro reino que un alma habita y guarda.

No se encuentra nada, en el claro, que no sea un lugar intacto que parece haberse abierto en ese solo instante y que nunca más se dará así.

No hay que buscarlo, ni tampoco ir a buscar nada de ellos. Nada determinado, prefigurado, consabido.”[2]



 

“Entrar en un Dojo es como entrar en un bosque. Es dejar el mundo de los conflictos y los apegos, es penetrar en otra dimensión de la vida más allá de nuestras preocupaciones.”[3]

 

Y, con todo, no olvidemos la indagación, otra vía de conocimiento, camino del despertar, nos recuerda el Godo. Acarreamos esa otra forma de conciencia, conciencia Alaya,  sedimentación de capas y capas a lo largo de nuestra existencia y aún antes, depósito de información. La indagación ilumina las sombras. Somos nuestra luz y nuestras sombras y ambas se interpenetran y se necesitan. Esas sombras que si no se atienden se nos muestran como destino nos alertaba Jung.

“La vía del zen es considerar todos los fenómenos, ya sean pensamientos, sensaciones o emociones como un koan, como el signo de la manifestación de una realidad que nos toca a nosotros descubrir, clarificar con la práctica, con una mirada de observación y no simplemente una adhesión ciega.”[4]

Cuando el dolor se rechaza, cuando no se lo acoge para elaborarlo, queda oculto, dando noticia de sí en algún lugar del cuerpo y del alma. El dolor  no integrado  se transforma en sufrimiento y éste se alía con la culpa y la purga, con el  sacrificio y la redención, esos términos que tan bien hemos conocido en nuestra cultura, y con los que tanto hemos jugado. El sufrimiento es tormento que atrapa y busca redimirse a través del sacrificio. Sin embargo, la vida va de otra cosa, de algo más profundo y más sencillo a la par. Algo menos manipulado por la humana impotencia,  algo  con mayor hondura.

Indagar, volverse hacia sí en esas demandas del plexo, gran plaza que todo lo acoge, y quedarse, escucharse, ser aleccionado por la inteligencia del ser que alerta de que no vamos bien, de que algo hay a atender. Aprender a través del dolor. Aprehender-se.

Tan simple

Tan hermoso

Tan humano

Tan de todos

Y, sin embargo, tan difícil.

El sufrimiento es incompatible con la contemplación, nos dice el maestro. La sensación, la corporalidad _ y la mente lo es _, son eje y tierra, origen y fundamento en el zen desde sus mismos inicios en la India y en China. Y sin embargo, con cuánta arrogancia nos hemos alejado de tal dimensión del ser humano, menospreciándola, confundiéndonos y enajenándonos de nuestro verdadero ser.

El camino del zen es atención, concentración, observación, indagación, olvido y gozo. El despertar se alía con el gozo y éste emana expansión, claridad, calidez, mientras el sufrimiento genera contracción, sequedad, frío.

A nada bueno lleva el sufrimiento, ni bello, ni necesario.

En lo corporal no existe la rigidez más que como bloqueo y cierre. El zen no es, no fue, no debería ser, rigidez, sí rigor. Justo rigor.

No hay en el esqueleto un hueso recto, hay una perfecta disposición en vectores inclinados, retorcidos, un equilibrio sostenido orgánicamente por una inteligencia inconsciente que opera a pesar del sujeto y los delirios individuales de autoimagen.

Cuando ese equilibrio se pierde llega la tensión que desemboca en rigidez y dolor.

Sufrir no sirve. Generamos sufrimiento a través del inútil esfuerzo por alejar el dolor y el miedo.

De repente, como quien no quiere la cosa, el maestro Taishin Arana nos lanza una de sus  provocaciones, tampoco sirven los pensamientos positivos, ni las frases hermosas, y ahí nos deja. Más tarde, volvemos sobre ello, y todo se aclara. Ese positivismo tan aparentemente benéfico, nos aleja de sentirnos, de conectar con la propia intimidad, en un vano intento por protegernos de lo que en realidad ya (nos) está pasando.

Eso que pasa y duele, confunde, agita, lo ahuyentamos con un pensamiento positivo evitando así escucharlo, sentirlo y comprender qué lo hace posible. El zen es, más que aceptación, cálida acogida. Abrazo.

Esas fórmulas positivas son como una “mierda de vaca cubierta de deliciosa nata y fresitas encima” dijo en cierta ocasión un maestro zen. Clarificadora imagen.

 


La labor de recapitulación al final del día deja ver si hemos sido honestos, impecables con nosotros mismos, o si andamos defendiéndonos, alejándonos de lo que en verdad nos pasa, no queriendo ver, impermeables al traspasarnos de lo que debe seguir su curso liberando el espacio, dando paso al fluir de la energía que renueva, que no se estanca, conectando con el ser.

Esa necesidad de dejarse ir, de soltar las retenciones, la concentración y abrirse a la experiencia, queda encarnada una vez más, nos recuerda el Godo, en el hermoso poema de Juan de la Cruz en La noche oscura del alma:

“Quedéme y olvideme,

el rostro recliné sobre el amado,

cesó todo, y dejéme,

dejando mi cuidado

entre las azucenas olvidado”.

 Ir más allá, ha sido el corazón de la sesshin _ dejarse tocar por el espíritu, volverse a la propia intimidad. Más allá de la atención y la concentración, del sufrimiento y la rigidez, de esas minucias que nos molestan, de los desencuentros con el otro, de lo que por fin hemos entendido, del cuerpo y de la mente, de la atmósfera, de las constelaciones y los horóscopos, de toda previsión y todo convencimiento, de lo que está bien y lo que está mal. Más allá del nacimiento y la muerte. Más allá de la postura y la respiración.

“Vayamos, vayamos, vayamos juntos, más allá del más allá, a la orilla del satori

Y una invitación, volver a las fuentes nos dice Antonio Taishin, a los textos fundacionales del zen,  discernir la esencia del zen de esas capas que a lo largo de su evolución han ido sedimentando, producto de la rigidez, el sufrimiento y los delirios de poder de la humana ignorancia.

Finalmente, Shikantaza, solo sentarse.

“Claros y sin deseos, el viento en los pinos y la luna en el agua están satisfechos en sus elementos”[5]

 Un  profundo agradecimiento al Godo, Antonio Taishin Arana, por su dedicación y generosidad al transmitir sus enseñanzas.

Así mismo, agradecer al Shusso, Artur Shôgyô Duch, su entrega y disposición en todo momento.

Agradecer a la shanga de Sitges,  Arrel de  la práctica, la estupenda organización, y a todos los asistentes la colaboración e interés  mostrado.

Sincero Gassho a todos.

                                                                                               Consol Bofill, febrero 2025

 



[1] Komyozo zanmay, Koun Ejo

[2] Claros del bosque, María Zambrano

[3] Roland Yuno Rech, La iluminación silenciosa, p.119

[4] Roland Yuno Rech, comentarios a La iluminación silenciosa, p.171

[5] Maestro Wanshi, La iluminación silenciosa. El campo de la vacuidad, p.114

Comentarios

Entradas populares de este blog

El Vaivén, sesshin de verano en la Casa de Espiritualidad de Artieda

Agenda dojo zen Genjo Pamplona/Iruña 2024-2025

Camino de un año nuevo- Patrick Pargnien