Roland Yuno Rewch, séptima puerta del Dharma: el pensamiento puro

 

Puerta 7 – El pensamiento puro

“El pensamiento puro, es la puerta ya que destruye la avidez, el odio y la ignorancia”

El pensamiento puro es la séptima puerta del Dharma. El sutra nos dice que si es una de las ciento ocho puertas del Dharma, es porque el pensamiento puro destruye los tres venenos que son la avidez, la cólera y la ignorancia.

No crear impurezas

El pensamiento puro, fue el último tema de la enseñanza del Maestro Deshimaru: “No creéis impurezas” decía. Por impureza entendía crear separaciones, oposiciones, zenna en japonés, por ejemplo, separar la práctica de este instante y el resultado que esperamos para el futuro. Es cesar de esperar, sea lo que sea, acoger de verdad la realización del aquí y ahora. El resultado de la práctica, es la práctica misma.

El satori, es comprender esto, abandonar todas las dudas, absorberse completamente en la práctica de cada instante, es decir, armonizarse con la vida real. Para ello, dejar de amar o no amar, de elegir o de rechazar, acoger con ecuanimidad cada cosa, cada experiencia. Así se destruye el veneno de la avidez. No tenemos necesidad de desear ardientemente algo. Si comprendemos que todo está ya ahí, que no nos falta nada, podemos dejar de ser mendicantes perpetuos, demandando siempre una gratificación, un reconocimiento, un beneficio. Entonces, podemos dejar de estar condicionados por el futuro, tener esto, no tener aquello, faltar, esperar, querer obtener. Podemos contentarnos con estar plenamente sentados cuando estamos sentados, inspirando cuando inspiramos, espirando totalmente cuando espiramos.

Entonces, toda causa de cólera, de odio, de rechazo, desaparece al mismo tiempo pues estamos reconciliados con nuestra vida, la vida real de cada instante; lo que ignorábamos nos aparece claramente ahora. Es totalmente posible liberarse de todas las causas de sufrimiento y de frustración al volver a aprender a vivir plenamente el instante presente tal como es, pues tal como es, es infinito, ilimitado, más allá del exceso y de la carencia, plenamente satisfactorio.

Zazen nos libera del apego a nuestros pensamientos

En zazen, sentimos directamente la unidad del cuerpo y de la mente. Concentrarse en la postura del cuerpo transforma el funcionamiento de la mente inmediatamente. Si dejamos que la mente funcione de manera autónoma sin permanecer enraizada en la postura del cuerpo, la mente construye todo tipo de producciones mentales que nos separan de la realidad, de la experiencia del aquí y ahora. Concentrarse en la postura, es volver constantemente a la experiencia del aquí y ahora, estar totalmente presentes en el mundo, en su realidad, no en el mundo ficticio de nuestras construcciones mentales. Si nos apegamos a nuestros pensamientos dándoles más importancia que a la experiencia de la vida real de cada instante, sin duda, esa vida real se nos muestra como decepcionante e insuficiente, entonces, preferimos refugiarnos en nuestros pensamientos. Si la vida real de aquí y ahora nos parece insuficiente, es porque no la penetramos de verdad. La manera de penetrarla, es poner toda nuestra energía en la práctica de cada postura y de cada gesto, en cada movimiento y en la inmovilidad de zazen. Entonces, la mente que discrimina cesa de funcionar como habitualmente, le deja espacio a una consciencia mucho más vasta pues no se fija en ningún pensamiento, sea cual sea. Es una consciencia receptiva, acogedora porque no está contaminada con los residuos de nuestros pensamientos.

La práctica de zazen nos libera de nuestro pasado. Por supuesto que el pasado, es portador de experiencia y es importante recoger su enseñanza. Pero mantenerse fijo en el pasado impide vivir plenamente. Los pensamientos condicionados por el ego nos impiden experimentar el instante presente, tal cual es. Finalmente, no encontramos más que nuestras propias proyecciones mentales. Por ejemplo, cuando encontramos a una persona, raramente encontramos a la verdadera persona. Lo que encontramos, son nuestras impresiones condicionadas que evoca la presencia de esa persona.

Es urgente encontrar una mente nueva, fresca, liberada del pasado. Es lo que nos permite la práctica repetida de zazen, la práctica constante de gyoji, es decir, la concentración en cada acción de la vida cotidiana con el mismo estado de espíritu que en zazen, sin discriminar entre nuestras actividades que consideramos nobles, gratificantes, y las actividades más ordinarias, menos gratificantes. Lo que da valor a una actividad es, en principio el servicio que nos permite dar a la colectividad y la ocasión que nos da de vivir plenamente cada instante presente, y eso depende únicamente de nosotros. Barrer un pasillo, por ejemplo, puede ser una tarea aburrida, algo que queremos acabar rápidamente, pero también puede ser una tarea muy interesante si ponemos toda nuestra energía y toda nuestra atención en efectuar bien ese barrido del pasillo, sin estrés, sin excesiva prisa, con una atención a cada gesto. En zazen, es estar atentos a la forma en la que respiramos, cómo se hace la inspiración, cómo se hace el paso de la inspiración a la espiración, llegamos hasta el final de cada espiración, y si no vemos qué es lo que bloquea e impide llegar a ese final. Todo esto, forma parte de una observación atenta en zazen y vuelve preciosa la práctica de cada instante. Olvidamos nuestros asuntos pasados, nuestras preocupaciones del futuro, así, la mente se purificada.

Pensar como Buda a cada instante

Cuando practicamos zazen, tenemos la misma práctica que el Buda Shakyamuni y, en particular la misma manera de pensar; es decir, pensar sin apegarse a los pensamientos, dejar que los pensamientos vengan, verlos aparecer y desaparecer sin apegarnos a ellos. Es lo que llamamos hishiryo, la consciencia más allá de todo pensamiento, la verdadera libertad del espíritu que no se estanca en nada. Cada vez que volvemos a concentrarnos en el cuerpo, los gestos, la respiración, podemos reencontrar ese modo de pensamiento, esa gran libertad interior aquí y ahora. La liberación no es algo para un futuro lejano, para el día en el que nada venga a perturbar la mente. Es detenerse inmediatamente. Nuestra mente ya no se para en nada, continúa yendo más allá del más allá de toda forma de apego. Entonces encontramos nuestra armonía original con el Dharma, el Orden Cósmico y de ello resulta una gran paz del cuerpo y de la mente. Ya nada puede perturbarnos de verdad. Los fenómenos que encontramos son la ocasión de actualizar esta libertad.

La vida cotidiana se vuelve el terreno de la práctica de la Vía, todo es ocasión de hacerla realidad, ya no hay separación entre el tiempo de la sesshin y la vida cotidiana, ninguna razón de añorar la sesshin. Puede prolongarse en la vida de todos los días a condición de, cada mañana, nos demos el tiempo para volver a sumergirnos en la práctica de zazen, de impregnarnos y dejar que la mente de zazen guíe nuestros pasos en la vida cotidiana; especialmente permitiéndonos actuar de manera menos egocéntrica, más en armonía con la realidad de nuestra interdependencia los unos de los otros. Entonces, cada relación, cada encuentro, es una ocasión de práctica del Despertar. Esta realización se convierte en la fuente de todos los valores que van a orientar nuestra acción en lo cotidiano y darle un sentido coherente con nuestro compromiso en la Vía. Así, la experiencia adquirida durante una sesshin se prolonga infinitamente a lo largo de la vida cotidiana como la vibración del gong después de que se haya tocado.

En la vida cotidiana, esta vibración deviene la vibración del amor, lo que nos hace vibrar con los otros, lo que nos permite sentir lo que ellos sienten y cuidar de cada uno como de sí mismo; sin, aquí tampoco, crear oposición. Además, con el desarrollo de la empatía, nos damos cuenta de que cuidar de los otros, es cuidar de uno mismo, no hay ninguna noción de sacrificio pues en la vida sin separación, dar es recibir. Pero no hay que calcular, esperar recibir algo sea lo que sea, de forma que podamos actuar libremente, sin ningún apego al resultado de nuestra acción. Entonces la vida se hace libre y gozosa como un juego de niños que no tiene segunda intención, sin complicaciones mentales. Es lo que deseo que continúe haciendo realidad cada uno de vosotros.

Abandonar toda preocupación y toda discriminación

En zazen, abandonamos todas nuestras preocupaciones,  todos los asuntos, todas nuestras complicaciones mentales como  recomendaba el Maestro Dogen. Dejamos caer cualquier asunto. La manera de llegar a ello no es buscar reprimir nuestros pensamientos sino sólo llevar nuestra atención a la postura del cuerpo y seguir el movimiento de la respiración más que los pensamientos que pasan.

En lo que concierne a los pensamientos, no pensamos ni en el bien ni en el mal, no juzgamos los fenómenos, no discriminamos. En zazen abandonamos todo juicio y toda discriminación y nos contentamos con ver los fenómenos que aparecen y observar su impermanencia y por consecuencia, su vacuidad, y dejarlos volver a su lugar de origen sin retenerlos ni reprimirlos. Esto implica aprender a soltar presa de todas nuestras preocupaciones desde el instante en el que tomamos conciencia de ellas, y siempre es volviendo al cuerpo y a la respiración, que ese soltar presa, se realiza más fácilmente y naturalmente.

Si no nos comprometemos en un pensamiento o en una emoción, desaparece fácilmente. Así, zazen es el aprendizaje de la gran libertad interior, de la menta que no se estanca en nada; pero al mismo tiempo, no se opone a nada. Es acogedor pero deja pasar todos los contenidos mentales, lo que permite, si continuamos practicando así en la vida cotidiana, no dejarnos perturbar por los fenómenos o las situaciones que encontramos. Estamos presentes, conscientes, pero no nos dejamos perturbar por nada. No permanecemos en nada, la mente conserva su fluidez natural, pero para ello no hace esfuerzo consciente. Es como los niños que juegan con cometas. Cuando la cometa vuela, lo remedian tirando delicadamente de la cuerda. Si tiran demasiado fuerte, la cometa se va. Ocurre lo mismo con la atención en zazen. Estamos atentos al cuerpo, observamos la tensión justa de los músculos, en particular la espalda, los hombros están relajados, también el vientre, la columna vertebral estirada hacia el cielo, el mentón entrado y todo esto se hace suavemente, con flexibilidad. No reprimimos los pensamientos y las emociones que surgen. Nos contentamos con advertirlos, tomar conciencia de ellos un instante y volver a la postura. A pesar de que en zazen aprendemos a conocernos a nosotros mismos, no es un esfuerzo de introspección analítica. Sólo tomamos conciencia de lo que aparece, tal cual es.

Volvemos constantemente a la concentración en la postura del cuerpo, que es la manera de estar siempre presentes aquí y ahora; sin distraernos con los pensamientos, sin evadirnos fuera, hacia el futuro o el pasado. Cuando practicamos así, la mente se vuelve apacible, clara como el agua de un lago cuando el viento cesa de agitar la superficie, en ese momento es transparente hasta el fondo y la superficie refleja el cielo, las nubes; a veces los árboles o los pájaros que pasan. Todo es reflejado en el espejo. La superficie del lago, es el espejo de la mente en zazen. Igual que el espejo no conserva ninguna imagen, la mente en zazen tampoco, lo que le permite estar siempre disponible y acogedora para lo que surja de instante en instante.

 

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