Roland Yuno Rech, La acción justa, 108 luminosas puertas del Dharma

 

                                                                                       Lumbini World Peace Forum  

                                                     Puerta 5 – La acción justa

“La acción justa, ya que es el resultado de la acción física justa, de la palabra justa y del pensamiento justo”

 

La quinta puerta del Dharma es la acción justa que proviene de la comprensión y del pensamiento justos. La acción justa expresa la realización. Es vivir en armonía con el Despertar realizado y, por tanto, abstener de toda acción contraria a ese Despertar.

 

Poner en práctica lo que se ha comprendido

A menudo, comprendemos lo que es justo y, no lo hacemos, hacemos lo contrario. De ahí, resultan muchas frustraciones. La Vía del zen consiste en armonizar la comprensión y la práctica. Es una gran diferencia con la filosofía occidental, que, a menudo se contenta con una comprensión intelectual de la verdad. En el zen, comprender, es realizar, es poner en práctica. Si no practicamos lo que hemos comprendido, es que de verdad no hemos comprendido pues la comprensión debe realizarse a través de la totalidad del ser, cuerpo y mente en unidad. Entonces, la acción justa surge espontáneamente. No es que no debamos hacer el mal, que no debamos infringir los preceptos, sino que ya no podemos hacer el mal. Esta puerta del Dharma de la acción justa es lo que nos permite actuar en armonía con nuestro Despertar, no traicionarlo, pues no hay nada más doloroso que ser portador de un ideal que traicionamos sin cesar por nuestras acciones erróneas.

Además, esta manera de actuar da un sentido profundo a todas nuestras acciones. En un mundo desorientado, donde los valores ya no tienen otro fundamento profundo que el materialismo y el interés egoísta de cada uno, reencontrar ese sentido de la acción justa es una contribución muy preciosa para la felicidad de todos los seres. Pues no hay nada más deprimente que tener el sentimiento de que nuestra vida no tiene sentido, de que lo que hacemos es absurdo. Así, estando atentos a cumplir la acción justa, contribuimos a hacer progresar a toda la humanidad. Los seres tienen mucha más necesidad de ejemplos que de consejos. Así, actualizar la acción justa es la mejor manera que podemos aportar a los otros.

De ahí la importancia de la práctica en las sesshin. Si cada uno se concentra en la práctica justa, en lo que cada uno tiene que hacer en cada instante en el respeto a los otros, la atmósfera se hace fuerte y estimulante para cada uno. Y la vida de la sesshin se convierte en el ejemplo de lo que podría ser la vida en el mundo, animada por los valores de zazen.

Abstenerse de toda acción contraria al Despertar

Antes de llegar a este estado de armonía completa entre la comprensión y la práctica, es conveniente continuar practicando la observación y la concentración en la vida cotidiana. Antes de actuar, observar nuestras motivaciones, dicho de otro modo, no actuar bajo la influencia de los Tres Venenos, no actuar por la avidez de satisfacer los propios deseos de nuestro pequeño ego, tampoco actuar por odio u hostilidad contra todo lo que nos perturba y tampoco actuar en la ignorancia, en la confusión.

A menudo, hacemos apología de la espontaneidad. Si estuviéramos perfectamente purificados de nuestro mal karma pasado, de nuestros apegos y de nuestros malos hábitos, podríamos contentarnos con actuar espontáneamente. Ningún mal podría ser producido. Pero, como todavía estamos lejos de estar ahí, es preciso estar atentos, vigilantes a las consecuencias de nuestras acciones. Este era el principal consejo de Buda a su hijo Rahula: “Antes de actuar, Rahula, pregúntate si las consecuencias de tu acción serán crear sufrimiento o, por el contrario, aliviar el sufrimiento de los otros y contribuir a su bienestar y a su felicidad. En el primer caso, es mejor abstenerse y, evidentemente, en el segundo caso, no dudes en actuar.”

Mientras estamos en la confusión, es mejor abstenerse de actuar. Esta abstención, esta capacidad de abstenerse es una gran libertad. Demasiado a menudo en la vida, actuamos automáticamente, por hábito, como si no pudiéramos impedirlo. Antes que el deseo de actuar haya desaparecido, debemos estar atentos a nuestra motivación y ser capaces de dejar pasar el impulso. Es lo que hacemos sin cesar durante zazen. Aunque queramos movernos, no nos movemos. Aunque queramos seguir nuestros pensamientos, los abandonamos rápidamente volviendo a la postura. Zazen es el aprendizaje del soltar presa, el entrenamiento en la verdadera libertad de pensamiento. En general, comprendemos la libertad como la posibilidad de perseguir todos nuestros objetos de deseo. En la Vía de Buda, la verdadera libertad, es poder vivir en armonía con nuestra verdadera naturaleza y, por consecuencia, abstenerse de lo que va en su contra, aprendiendo a soltar presa. Esto permite vivir sin añoranzas, sin traicionar nuestra comprensión, nuestro Despertar. Entonces, la acción justa es ser fiel a nuestro ideal. Por ejemplo, cuando damos nuestra energía para hacer un samu en la Sangha, por ejemplo cuando preparamos la comida para alimentar a la Sangha, sentimos gozo pues somos fieles a nuestro ideal.

La acción justa por excelencia: zazen

Al principio de cada zazen recuerdo cuál es la postura justa de zazen, así como la manera justa de respirar, de forma que nos concentremos en la postura justa y la respiración justa, pues si tomamos una dirección errónea, incluso con mucho esfuerzo y concentración, no podemos más que producir errores y pasar de largo de la esencia de la práctica. Lo que llamamos el mérito de la práctica, es liberarnos de toda forma de pensamiento dualista, por tanto, de toda forma de apego, incluido el apego a lo justo y a lo injusto. ¿Cómo es esto posible? Puede parecer una de esas paradojas típicas del zen, pero no es paradójico.

Empezamos por concentrarnos en la postura justa, es decir, la pelvis bien basculada hacia adelante, la nuca y la columna vertebral bien estiradas hacia el cielo, el vientre relajado, los hombros relajados, el mentón metido, la nariz en la vertical del ombligo, la mirada delante de uno, posada en el suelo, la mano izquierda en la mano derecha, los pulgares horizontales, el canto de las manos en contacto con el bajo vientre. De todo esto, tenemos una imagen que interiorizamos y en la que nos concentramos para tratar de adoptar la postura más justa posible. Y si nos concentramos de verdad en la postura del cuerpo de esta manera, rápidamente somos absorbidos por esta concentración. Al estar absorbido, ya no hay pensamiento a propósito de la postura o de la respiración ni discriminación entre lo que es justo y lo que no lo es.

Esto quiere decir que, en un primer momento, practicamos con un cierto esfuerzo consciente, utilizamos la consciencia personal para entrar en la práctica de la Vía. Pero si ponemos de verdad, toda nuestra energía y nuestra atención, llega un momento en que la práctica de la Vía nos transporta más allá de nosotros mismos. Ella, nos hace abandonar el mental ordinario que discrimina sin cesar entre lo que es justo y lo que no lo es. Es entonces cuando la práctica se hace realización y no un medio para llegar a ella. Realización de la unidad de cuerpo y mente, de la práctica y del Despertar, pues originalmente estamos despiertos, originalmente en armonía con la realidad tal cual es. Y poco a poco, nuestras fabricaciones mentales, el hecho de que nos apeguemos a ellas, que produzcamos toda suerte de ilusiones, nos separan de esta armonía original. De ahí que, a menudo, sintamos esa especie de nostalgia de un paraíso perdido, de un estado de inocencia que no es otra cosa que la no dualidad.

 

Absorberse en la práctica de zazen y del samu

Un koan célebre en el zen es el planteado por el Maestro Isan a su discípulo Kyogen a quien preguntó: “Sabes muchas cosas a propósito del budismo, del zen, pero muéstrame tu verdadero rostro de antes del nacimiento de tus padres.” De antes de tu propio nacimiento, es decir, de antes de entrar en la dualidad. Evidentemente, no podemos responder a esta cuestión con palabras pues, en cuanto utilizamos palabras, entramos en la dualidad. Es la razón por la que Kyogen quemó todos sus libros y ya no hizo más que concentrarse en la práctica con el cuerpo, el samu en particular. Se concentró en la acción de servir en las comidas a los otros monjes. Finalmente, se retiró a una ermita, hizo sólo zazen y samu. Barría y limpiaba su entorno. Hasta el día en el que barriendo, una piedra golpeó un bambú, produciendo un sonido seco que le sorprendió e hizo desaparecer, de golpe, todas sus dudas.

Cuando nos dejamos absorber por la concentración en la práctica de zazen, del samu, con el cuerpo, entregándonos totalmente a él, el filtro del mental desaparece. La mente se hace más clara, más receptiva y encuentra la capacidad de percibir la realidad más allá de las palabras; lo que el Maestro Deshimaru llamaba “pensar con el cuerpo”. Entonces se produce la acción justa inconscientemente y naturalmente, sin tener que pensar en ello, sin tener que imitar nada. Ya no tenemos necesidad de hacer esfuerzos especiales para tener una acción justa, sencillamente no podemos hacer otra cosa, se ha hecho inconsciente y naturalmente. Cuando ya no es nuestro pequeño ego quien nos dirige, nuestra acción se armoniza naturalmente con el Orden Cósmico, el Dharma. Cuando ya no estamos ensombrecidos por el apego a este pequeño ego, nuestra empatía natural con todos los seres se desarrolla y se convierte en la principal fuente de inspiración de nuestras actividades. Menos ensombrecido por uno mismo, tenemos más facilidad para ponernos en el lugar del otro y no sólo sentir compasión sino también sentir lo que sería bueno hacer. Entonces, lo que llamamos acción justa se convierte en la expresión de una manera de ser despierta. Y como está más allá de todo voluntarismo, de toda consciencia personal, demanda menos esfuerzo y energía y, podemos continuar mucho tiempo sin agotarse. Además, dar es recibir, venir en ayuda, es también, ser ayudado, Se produce un intercambio que cada uno puede sentir. Igual que cuando estamos cansados en una sesshin y entregamos toda nuestra energía a la postura, en lugar de agotarnos, zazen nos devuelve una energía mucho más fresca que nos hace atravesar la dificultad. Comprendemos que no es necesario economizarse. Dad y recibiréis, pero no esperéis recibir.

La acción justa, la práctica desinteresada del gyoji, la práctica incesante, es ella misma expresión de la Vía. Si alguien os pregunta qué es el zen, mostradle la postura de zazen e invitadle a sentarse, hacer la experiencia más que querer hacerle comprender con palabras. Pero, para los que practican desde hace mucho tiempo, es importante volver a hacer, sin cesar, la experiencia de un zazen que sea de verdad práctica y realización, juntos, dejando caer toda intención y, toda segunda intención, todo juicio y toda discriminación en la práctica, estando aquí y ahora tal cual, como la flor que Buda hizo girar entre sus dedos. La flor no representa nada, no es símbolo de nada. Sólo es la flor tal cual, igual que zazen es sólo sentarse y contentarse con estar sentado, sin siquiera decirse que es el Despertar de Buda, que es el verdadero zen, el satori. No diciéndose nada, sólo practicando.


 

 

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