ARTIEDA 2023, POSTSESSHIN



“Si os abandonáis a la espiración

y dejáis que la inspiración os llene en un armonioso vaivén,

queda el zafu vacío bajo el cielo.

El peso de una llama”

Koun Ejo

Hemos acabado la sesshin de verano en la Casa de Espiritualidad Santa Ana de Artieda. Sesshin significa tocar el espíritu, o como decíamos en la información, ser tocados por él. Ser tocados por la propia intimidad. Intimidad hecha a la vez de disponibilidad, de presencia y apertura que cultivamos en todos los instantes de la sesshin: en el dojo, en  el samu, en los talleres, en el baño, en el comedor, al hacer gassho, sampai, al cantar los sutras; en una constante presencia, en tanto que posible en el aquí y el ahora, en la ahoridad de cada instante.


Este trabajo de base, con el buen hacer y presencia de los participantes es lo que va a construir la armonía de la sangha en su silenciosa coincidencia y con ella la lucidez y alegría del encuentro y de la práctica. Berkeley, solía decir que el sabor de la manzana no reside en la manzana misma, ni tampoco en la persona que la saborea, sino en el encuentro entre ambas nos dirá Juan Arnau en su libro sobre Nagarjuna.

 


Dõgen explica un varias veces en el Shobogenzo, cómo al tomar consciencia de la impermanencia, de lo efímero, de lo transitorio de nuestra vida y de nuestros apegos, vamos hacia la Vía en busca de algo auténtico y verdadero. A la vez que es una vía sin cálculo, sin esfuerzo, sin intención (“sin intención la flor se abre, la mariposa llega”, Ryokan). Y a la vez necesitamos el Gyoji, una práctica continuada, regular, estable.

 “Todo es ligero en la montaña azul”, nos decía Daichi, ese maestro de las imágenes, así como Dogen lo es de la palabra. Es el abrazo de la paradoja, la montaña que camina en lo leve. En la práctica de zazen, una postura equilibrada en el zafu a la vez que se eleva desciende a lo profundo. Es firme y a la vez distendida, de gran precisión y rigor, pero no rígida. Postura de la gran liberación. Cuerpo mente abandonados, pero presentes a ese abandono. Todo y nada a la vez.


 

Y ahí afilamos nuestra atención como la más fina espada con el cuestionamiento de si nuestra práctica está viva, de qué es lo que vamos a cortar con esta espada tan bien afilada.Y en este cortar, el ver, ver sin intervenir y dejar pasar. Ahí el eje vertebral de esta sesshin: el cuestionamiento de qué hacer con la intensa energía de los tres venenos, de los tres velos que velan nuestra existencia. Con ese gallo, esa serpiente, ese cerdo en representación de la agresividad, la avidez, la ofuscación, que en el centro de la rueda del samsara la hace girar, nos hacen girar. 

 



 

 «Tenemos que perseverar en la práctica, no solamente en la de zazen, sino también en la práctica de la vida cotidiana -Gyo-. No es necesario practicar las mortificaciones, ni penitencias, ni austeridades, sino gestos justos, comportamiento exacto, desprovisto de toda noción de meta ni idea de provecho, en unidad, en fusión, con el sistema cósmico. Todo se vuelve Gyo: levantarse, ducharse, tomar el metro, conducir el auto o leer un libro... La vida cotidiana debe desarrollarse con una total atención sobre cada acción, en la plenitud del instante. La concentración en la existencia de cada día, Gyo, la práctica eterna, infinita, la continuidad del verdadero zazen, tal es la auténtica esencia del budismo, transmitida por el Buda y los maestros.». -Taisen Deshimaru, comentarios del Shin Jin Mei, Poema de la Fe en el Espíritu, de Kanchi Sôsan.

 

Recordando ante ellos los tres métodos que el Buda enseñó, cada uno más sutil y profundo que el otro: Abstenerse de reaccionar: ¿qué hacer cuando los diez mil obstáculos aparecen? Maku kwanta, No los obstaculicéis, nos dirá también Dogen. De esta forma, en esta pausa poder detenernos y dejar espacio consciente a lo que surja, aprovechando su sabiduría implícita. Transformar estos venenos en amor y compasión. Cuando sentimos la atracción por el aferramiento, el fuego de la ira, la desconexión de la ignorancia, podemos apreciarlas como huéspedes a los que damos la bienvenida. Servirles el té, a medida que vamos conociéndolos lo que nos permite comprenderlos, comprendernos y comprender las experiencias de los demás. Y utilizar estas emociones como vía directa al despertar permitiendo que la emoción sea tal cual es, acariciarla como acariciaríamos con una pluma una burbuja, y darle la oportunidad de que el hielo de este veneno se derrita y fluya en agua viva.

Practicar zazen, seguir la Vía, es ir en las huellas de nuestros ancestros, practicar ese vaivén entre ilusión y despertar, sin estancarnos, sin coagularnos, sin esclerosarnos: “Se trata de despertar de las ilusiones, no de ilusionarnos con el despertar”, Dogen.


 

El magnífico entorno de Artieda nos ha ofrecido sus puertas abiertas en resonancia con la Vía. Las estrellas que nos acompañaban en un límpido cielo nocturno, sus luciérnagas sobre la tierra, el florecer de las albricias y su aroma, el rumor del río Salazar en la Foz de Arbayún que visitamos, el croar de las ranas. El crismón de San Pedro de Usún, santo milagrero que siempre hacía caso a las rogativas pidiendo lluvia de sus convecinos, bajo la amenaza de acabar ahogado en el río, que un guía de incógnito nos revelaba con su buen hacer. El hipérico con la huella de las galaxias en sus hojas.

Así como el croar de las ranas 

y el canto de los pájaros penetran la foz, 

los practicantes penetran el dharma”, escribiría Nekane.

 

 Hacer una sesshin. Posibilitar este encuentro es posible gracias a la generosa entrega y trabajo de muchas personas. Gracias a todos y todas que lo habéis hecho posible.

Que nada ni nadie detenga nuestro paso alegre en la Vía.

 

Antonio Taishin Arana

 

 

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