La verdad, Roland Yuno Rech, de 108 luminosas puertas del Dharma

 


 Puerta 4 – La verdad

“Desear aprender la verdad, pues así purificaremos la mente”

Seguir el Dharma de Buda

La palabra Dharma es maravillosa, pues expresa, a la vez, todas las existencias, todos los dharmas.  Cada uno de nosotros es un dharma y cada uno de nosotros  está constituido de múltiples dharmas, es decir de existencias, de fenómenos. Pero, al mismo tiempo, el Dharma significa: la ley que rige todas las existencias, que podríamos traducir por Orden Cósmico, Tao, la gran ley de interdependencia, lo que nos hace nacer, lo que nos hace vivir, lo que anima nuestras existencias. Y, por último, Dharma significa, la enseñanza de Buda, y es la enseñanza a propósito de esta ley fundamental del universo a la que él despertó y de la que transmitió su comprensión. Y en el Dharma de Buda, es decir, en esta transmisión de la comprensión que él tenía de la vida, hay dos niveles, dos dimensiones. Es lo que llamamos el Dharma del samsara y el Dharma del nirvana, dos órdenes de verdades diferentes.

El Dharma del samsara, son todas las enseñanzas y las prácticas que permiten realizar el bienestar en esta vida. Por ejemplo, vivir los preceptos, aporta buenos méritos, y esos méritos permiten una vida feliz, una vida en armonía con el Dharma. Cuando hablamos de zazen intentando motivar a la gente a practicarlo, evocamos los méritos de zazen como lo hacía el Maestro Deshimaru: zazen permite reducir el estrés, encontrar la paz de la mente, estar más concentrado, eliminar nuestros miedos, conocerse mejor uno mismo, etc.… Y todo esto forma parte de la verdad, pero es el Dharma del samsara. Es la enseñanza que permite mejorar nuestro karma, pero no liberarnos totalmente del mundo del karma. Esta es la enseñanza que el Buda daba en general a los laicos.

Pero, para la sangha de los monjes y las monjas, enseñaba el Dharma del nirvana, es decir: mushotoku, la práctica verdaderamente liberadora, la práctica que no busca ningún mérito, ningún bienestar, y que está totalmente liberada de toda espera, de todo deseo de obtención de sea lo que sea.

Es lo que, en su gran compasión, el Bodhisattva Avalokitesvara, Kanon, nos enseña en el Hannya Shingyo, verdaderamente el Dharma del nirvana, más allá incluso de las Cuatro Nobles Verdades, de la enseñanza de las Doce Causas Interdependientes. Es el Dharma que trasciende todas nuestras fabricaciones mentales, todas nuestras tentativas de asir la verdad y de encerrarla en nociones. El Dharma del nirvana, es la extinción de lo que condiciona nuestra ignorancia. Es la gran puerta de la liberación, que no se sitúa al final del camino sino, aquí y ahora. Cada uno puede franquearla a cada instante de la práctica. Cuando practicamos shin jin datsu raku, es decir, con el cuerpo y la mente totalmente abandonados a la práctica, despojados de toda espera. Pues, ¿qué hay que esperar y obtener, cuando somos ya la realidad tal cual es, la Naturaleza de Buda, ¿la vida ilimitada?

Comprender los Tres Sellos del Dharma

En la Vía de Buda, lo que llamamos la verdad, es el Dharma, la realidad, que es siempre tal cual es, más allá de las nociones de verdad o errores. Hacerse íntimo con la realidad es comprender los Tres Sellos del Dharma. Hacerse íntimo con el sufrimiento, la impermanencia y la vacuidad que nos ayuda a soltar presa de nuestras fabricaciones mentales, todo lo que de coagulado hay en nuestra mente, que es lo que hace que, nuestra mente, permanezca siempre sobre algo y no sea capaz de entrar en contacto con la novedad de cada instante.

Lo que nos compone es impermanente

Cuando estamos sentados en zazen y volvemos nuestra mirada hacia el interior, nos hacemos íntimos con nosotros mismos. Pero, ¿qué es nosotros mismos? ¿Somos nuestra biografía? ¿Somos nuestras características personales? Una persona que tiene tal y cual historia, a la que le gusta esto y le disgusta aquello, que tiene tal y tales competencias, tal karma. Todas esas características, es lo que nos diferencia de los otros. Pero aprender a conocerse a sí mismo, no consiste sólo en aprender lo que nos particulariza, lo que nos diferencia de los otros. Si miramos más profundamente en nosotros mismos, comprendemos que todas nuestras características son totalmente impermanentes.

Nuestros pensamientos cambian, lo vemos claramente durante zazen. Las emociones surgen en función de las circunstancias, pero pasan, no duran y esto es cierto para todo ser sensible. Todo lo que aparece termina por desaparecer pues todo lo que aparece está condicionado por todo tipo de causas y condiciones. Si nos estudiamos a nosotros mismos profundamente, podemos verificarlo. Comprendemos que el ego, la personalidad que creemos ser, no es más que una construcción mental. Nos identificamos con ciertos pensamientos que tenemos a propósito de nosotros mismos y todo eso es impermanente y sin substancia. Si lo comprendemos profundamente, ya no podemos ilusionarnos a propósito de nosotros mismos, es lo que significa purificar la mente. Por el contrario, si no aceptamos esta impermanencia y esta ausencia de substancia fija de nuestro propio ego, no podemos evitar sufrir. Es la gran verdad a la que despertó Buda Shakyamuni.

Todas las prácticas que él experimentó, todas las enseñanzas que dio no tenían más que un objetivo: comprender el sufrimiento y encontrar el remedio a él. Dicho de otro modo, purificar la mente de las propias ilusiones y despertar a la realidad. Despertar no quiere decir sólo comprender intelectualmente. Todo el mundo puede comprender que todo es impermanente. Todas las ciencias muestran que todo lo que existe, no existe más que en relaciones de interdependencia. Todas las leyes científicas no son más que leyes que expresan esta interdependencia. Pero despertarse de verdad consiste en aceptar la impermanencia y la interdependencia. Aceptarla profundamente en nuestra vida real, no aceptarla contra el corazón, de mala gana, sino, por el contrario, viendo en ello la fuente de una gran liberación.

Si todo lo que constituye mi ego es impermanente, significa que mis ilusiones y mis apegos también lo son. Mi mal carácter, mis pasiones dolorosas también son impermanentes, así es que puedo liberarme de ellas. El sufrimiento puede tener fin pues también es impermanente. A veces, la gente que tiene una gran depresión pierde toda esperanza, cuando una gran depresión, también es impermanente. La ilusión puede transformarse en despertar, la maldad convertirse en bondad, todo depende de nuestro estado de espíritu y, finalmente, de nuestra capacidad de armonizarnos con el Dharma, es decir, la verdad profunda. Y lo que nos permite hacer realidad esta aceptación, esta armonía, es la práctica de zazen.

 

De 108 puertas luminosas del Dharma, segundo volumen Roland Yuno Rech,

Editado por Ediciones Genjo/Sustraia

Dojozen Genjo Pamplona/Iruña

 

 

 

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