Sesshin con almendros en flor, Ricardo Taishin García de Celis

 

 


SESSHIN CON ALMENDROS EN FLOR

                                                                          Ricardo Taishin García de Celis

 

¿Cómo expresar en nuestro limitado lenguaje humano, con simples palabras escritas, las íntimas experiencias vividas durante una sesshin? ¿Cuáles adjetivos emplear para transmitir unas vivencias circunscritas, en gran parte, a nuestra propia esfera interior? Podría decir –por decir algo– que, al menos en lo que a mi respecta, fueron nuevas en cierto sentido y también que fueron muy profundas; sobre todo durante la práctica intensiva de zazen donde, a la larga y entre otras percepciones, aparecen molestias corporales, como el dolor en las rodillas.

 Sin moverse ni un ápice de su propio zafu, uno respira, uno piensa, uno siente, uno vive el momento sin otro remedio, uno se pregunta qué hace ahí, uno desea, quizás, estar en otra parte… hasta que ocurre –¿el milagro?– que uno empieza a ser respirado, mientras los pensamientos vienen y van, fluyendo por la mente, sintiendo padeceres que se vuelven como esa almendra amarga que, una vez en la boca, masticamos e ingerimos sin poner cara agria, sonriendo ligeramente. ¡Bendito kyosaku que revigoriza!

Uno se deja vivir y el momento presente lo penetra, le toca el espíritu y, desasido, se olvida uno de sí mismo, se olvida de desear estar en ninguna otra parte porque comprende, de algún modo incomprensible, que la incalculable sucesión de instantes que antecedieron a ese preciso instante lo ha conducido hasta ahí, hasta ese zazen en concreto: lo único que realmente existe justo mientras él “nos practica”, mientras zazen hace zazen. ¡Eso es todo!

 Nos contó Antonio, que como el buen Olentzero, ese entrañable carbonero euskaldún, vino con un saco lleno de regalos en forma de enseñanzas para nosotros, una preciosa historia sobre Ryozan Enkan y Doan Kanchi, que he vuelto a leer bajo el título “La intimidad”, en el maravilloso librito “Zen, selección de textos esenciales”. En dicha historia queda bien claro cual es el asunto, el gran quehacer que tenemos que resolver, en una sesshin o en cualquier otra parte donde practiquemos la Vía: la intimidad, la propia intimidad.

 Y afuera, en silencio, los almendros nos recibían cada vez, al salir por la puerta, con hermosas flores y ese aroma dulce que impregnaba el aire fresco, puro, de un fin de semana de febrero, vivido y convivido entre las suaves curvas montuosas del Garraf, no muy alejadas del mar.

 En profundo gassho os digo: gracias Antonio, gracias Artur, gracias Xesco, Maria Lluïsa y demás compañeros del grupo zen “Arrel de la pràctica” de Sitges, y gracias a todos vosotros, compañeros en la Vía, que participasteis  también en esta primera sesshin de “Can Grau”.

 Nos deseo, como acertada pero equivocadamente escribió Antonio, que sigamos caminando sin huellas por la vastedad del eterno presente hasta que nos disolvamos en la cósmica infinitud… un día cualquiera.

 


 




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