Sabiduría perenne para tiempos líquidos, Eduardo Donin García

 

                             


                                                             Caligrafía de Jean Robert, Sutra

  SABIDURÍA PERENNE PARA TIEMPOS LÍQUIDOS

 La impermanencia es una verdad inmutable. Paradójicamente es una ley inmutable y universal. Todo está en perpetuo cambio. Como dijo el Buda, todo lo que surge está sujeto a cambio, y la causa de la muerte es el nacimiento. La impermanencia MU JO se cumple para todo tiempo, para todo lugar. Para todo ser sensible y no-sensible. A pesar de que el tiempo cronológico parece ser siempre el mismo, una hora será siempre 60 minutos o 3600 segundos, a veces estos o esos tiempos parecen ir más lentos o más rápidos.

Trasmitido a la historia, unas épocas parecen ir más rápido que otras. Así cuando Dogen escribió “¡Que leve es la existencia!......¿ A qué comparar este mundo? Al reflejo de la luna en la gota que cae del pico de un pájaro acuático”. Lo hacía en pleno siglo XIII donde la lentitud de la vida hacía que el tiempo trascurriera lento. En el Medievo  uno abandonaba la leve existencia personal dentro de un mundo aparente e históricamente estable.

El concepto de historia no siempre ha estado presente en la existencia humana. Así por ejemplo los antiguos griegos no tenían un concepto de historia como lo tenemos nosotros. Percibían el cambio del mundo, pero el tiempo era percibido de un modo cíclico. Es decir que la vida era eterno retorno. De hecho la figura geométrica que representaba el tiempo para los griegos era el círculo. Así que en vez de un concepto de historia tenían un concepto cíclico del tiempo.

El concepto lineal del tiempo, nace de alguna manera con el cristianismo, estableciendo un sentido a la historia y un concepto lineal del mismo, heredado por supuesto de la cultura hebrea. Actualmente. Más que un concepto de historia, tenemos que admitir un concepto de velocidad de la historia, la historia ya no se mueve de modo lineal, o dentro de un movimiento uniformemente acelerado, sino que su velocidad crece de modo exponencial. Los adelantos tecnológicos hacen que la historia y el progreso vayan más  y más deprisa, trasformando más deprisa la existencia humana.  

De hecho las cosas ya no envejecen se vuelven obsoletas. Se tiran a la basura antes de que envejezcan, llenando los montones de escombros que pueblan actualmente el planeta. Es el precio de nuestro progreso. De hecho la impermanencia de las cosas se acelera conscientemente. Es la llamada obsolescencia programada. Es decir que existiendo las herramientas tecnológicas que hacen capaces de fabricar utensilios que duren mucho más, se fabrican reduciendo intencionadamente su vida útil, para que se estropeen o se queden obsoletos antes de tiempo.

El sistema capitalista actual persigue que las cosas no duren, así que la impermanencia intencionadamente acelerada es una de las bases de nuestro sistema económico. A mi modo de ver, a pesar de que la impermanencia es uno de los puntos fundamentales de la enseñanza de Buda, hablar hoy de impermanencia exige enorme cautela. Hablar de impermanencia en los tiempos de Buda, era más o menos decir que “las montañas fluyen”. Imagínate hablar de la impermanencia en una sociedad donde no había movilidad social, y uno nacía en una casta y moría en ella. Donde no existía ni un concepto de historia ni de progreso. En ese contexto la impermanencia tenía otro sentido.            

Hablar hoy de impermanencia es como decir en medio de la corriente del rio, o en medio de un huracán, que las cosas se mueven. Una sensación de extrañeza y de absurdidad puede invadir nuestro espíritu al hablar de la impermanencia. Si en el ayer, los grandes maestros hablaban de la impermanencia era para despertar “A la evanescencia de este mundo flotante”  .Hoy hablar de la impermanencia puede ser contraproducente. Es más puede incluso promover la avidez. La reacción natural del ser humano actual ante la impermanencia es correr aún más. Nos induce a acelerar nuestro movimiento ante la evanescencia de las cosas, correr más para llegar a realizar más deseos antes de que la inevitable muerte nos alcance.

 Ahora que parece verse la luz al final del túnel, en Occidente, después de todo este tiempo de covid-19,  hay una frase que resuena en el ambiente con gran fuerza  “recuperar la vida de antes de la pandemia”. Yo me pregunto: ¿Y que significará aquello de recuperar la vida de antes? O Recuperar la vida de antes pero ¿para qué? Es posible que esta experiencia colectiva no nos sirva para haber aprendido nada de nada. No nos sirva para dar importancia a lo esencial y abandonar tanta cosa superflua. Es posible que volver a la vida de antes signifique dirigirnos más ávidos y con más ahínco si es posible todavía al lazo de los apegos.

En total desacuerdo con los tiempos que corren, en medio de este mundo fugaz, en vez de hablar de impermanencia prefiero dirigir la mirada a lo perenne. En vez de querer recuperar la vida de antes, volveré la mirada una vez más a la sabiduría de antes. En vez de lanzar un discurso sobre lo caduco, conviene lanzar un discurso sobre lo perenne. No hay que olvidar, que el símbolo de la escuela Soto, es la hoja de pino, como símbolo de la sabiduría perenne.

Ni el pasado por ser pasado es peor, ni el futuro por ser futuro es mejor. La sabiduría perenne es esa que continua y resiste el cambio. Esa sabiduría que trasciende lo personal, y  nuestra persona y es un faro en medio de la noche. En medio de tanta innovación que promete un futuro mejor, tiene un sentido todavía mayor sentarse en zazen, practica enseñada por el Buda desde hace 2500 años.

Volver con un sentido todavía más profundo a algo que la pandemia no ha podido quitarnos, la fuente de la sabiduría perenne. Para todo practicante dicha fuente se encuentra en zazen, pero zazen no es más que volver a la lucidez original que todo ser humano posee.

 A parte de la prajna paramita o sabiduría intuitiva que percibe la vacuidad, existen “otras sabidurías” también admirables y que reflejaron la vida interior de determinadas personas en determinados tiempos históricos. No todo pasado es algo obsoleto. Los seres humanos de antaño, pensaron y pensaron bien, quizá bastante mejor que nosotros.

  Para afrontar estos “tiempos líquidos” que diría  Zygmunt Bauman,  me viene a la memoria esta frase de Agustín de Hipona: “El bien que yo iba buscando ya no estaba fuera de mí. Tampoco lo buscaba en las cosas que pueden verse con los ojos de la carne, a la luz del sol. Los que buscan deleite en las cosas exteriores quedan decepcionados, porque se desparraman en las cosas visibles y fugaces, y lo único que consiguen es lamer sus imágenes, muertos de hambre”.   (Confesiones, libro IX, 4). Gran antídoto contra la avidez.

No se trata de volver a un ascetismo riguroso, pero si no perder de vista lo esencial, donde toda reflexión sobre la fugacidad del tiempo, nos lleva a la avidez ansiosa propia de los tiempos actuales.

Por ello en la actualidad hay que tener sumo cuidado en cómo entendemos la impermanencia y lo que es más importante cual es nuestra actitud ante ella, porque la avidez le sigue  “cómo un viajero sigue a su sombra”. 

Lo que en un tiempo eran placeres ocasionales hoy son imperativo. La vida actual no deja espacio a ninguna otra cosa, más que a perseguir constantemente la satisfacción. Una satisfacción basada en las sensaciones del momento. Aún no hemos acabado de finalizar algo y ya estamos pensando en una nueva satisfacción.  Que nadie se extrañe de esto, o se sienta un bicho raro por ello, hay todo un condicionamiento social detrás, y un sistema macroeconómico que lo promueve.

Conviene recordar que no todo bien está en el futuro, aunque proyectar o proyectarnos en el futuro, parece ser a donde va dirigido todo nuestro esfuerzo mental. Pero la mente humana tiene otras funciones y capacidades, como la del recuerdo. El recuerdo es una de las capacidades mentales más damnificadas en  los tiempos que vivimos.  

El recuerdo, el deleite que puede encontrar uno en el recuerdo, ejercitando su mente en los tiempos pasados, hoy parece no tener sentido o estar pasado de moda. Sin embargo dicho ejercicio pertenece al género humano. Es una capacidad intrínseca de la mente humana. Por ello me gustaría acabar este escrito citando a Marco Aurelio, que nos recuerda dicho deleite. “Recuerda también qué caminos has transitado y qué fatigas has sido capaz de soportar; que la página de tu vida está ya rellena y tu hoja de servicios completa; cuántas cosas hermosas has conocido, cuántos placeres y sufrimientos has superado; cuanta ambición de gloria has dejado de lado, y con cuántos mentecatos te has mostrado sensato”. (Meditaciones, Libro V 31).   

Eduardo Donin García.        

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