Postura y esfuerso en el tiro con arco I/II por Consol Bofill

    Consol nos presenta en esta entrada el primero de los dos artículos en que vierte su experiencia como practicante de tiro al arco en el espíritu zen, de shikantaza y como instructora de Feldenkrais.

   Podemos entrar en profunda resonancia con el mismo y reflexionar, en un juego de espejos, sobre nuestra autoimagen y postura.

   En definitiva nos ocupamos, como decía Dogen, del Gran Asunto: Vida y muerte. 

   Postura ajustada con una mente clara, un corazón abierto y un hara anclado, bien puesto en el centro de la realdad, en medio del mercado...y ya olvidados  ("...dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado"-Juan de la Cruz), en esa danza inmóvil, eso dispara el arco.

    Espero que os sea inspirador.


A. T. A.

 

POSTURA Y ESFUERZO EN EL TIRO CON ARCO I/II

 La práctica del tiro con arco puede vivirse, más allá del hecho deportivo, como una experiencia que podría calificarse de trascendental; en tanto que orgánica, inmanente, fundamental. Se presenta entonces, como algo que acontece por sí mismo, generador de una sensación de facilidad, liviandad, a la par que de plenitud y perfección. La totalidad del proceso, coger el arco, disponerse a lanzar, mirar la diana, soltar la flecha, requiere, sin embargo, una actitud y disposición que no siempre son posibles; accesibles para la persona, al depender más de la propia autoimagen que de la adquisición de una técnica o habilidad.

 “Cada uno de nosotros habla, se mueve, piensa y siente de forma distinta, de acuerdo, en cada caso, con la imagen de sí mismo que se ha construido con los años”[1]

No es raro que tras años de práctica con el tiro con arco, habiendo adquirido un buen conocimiento de la técnica, el arquero se encuentre en situaciones que le sobrepasan; aun cumpliendo con todas las consignas y recomendaciones. Siente que hace todo lo que tiene que hacer, se coloca en la postura correcta, toma el arco y sigue todos los pasos hasta soltar la flecha, pero pasa de todo menos lo que esperaba, menos lo que suele decirse que debería pasar. No solo en el resultado en la diana, sino en la reacción del cuerpo, la mente, las emociones, en cómo se siente. Algo impide seguir las precisas indicaciones recibidas a pesar del esfuerzo. Algo resiste, algo que se sustrae al entendimiento y a la voluntad.

Y es que, a menudo, no se trata de hacer algo, sino de qué hay que dejar de hacer para no interferir en la expresión de una auténtica autorregulación o, lo que es lo mismo, para que algo (en verdad) pueda pasar, expandiendo los límites de lo posible: 

“Convertir lo imposible en posible, lo posible en fácil, lo fácil en elegante”[2]

La autoimagen se desarrolla desde la temprana infancia, a través de la relación con el exterior y con uno mismo, respondiendo a una determinada concepción del yo, fruto de un contexto histórico-cultural. El modo como actuamos y el desarrollo del propio potencial, la manera de emplearse eficazmente y desarrollar las posibilidades personales en todos los planos del ser, dependen en gran medida de la propia autoimagen (sensación de sí, conciencia de sí, creencias sobre si…), dado que ella dibuja los límites que descubrimos en nuestros movimientos, en nuestra postura y, en general, en la  comunicación con el entorno.

Prestar atención a las propias dificultades o límites, sea en la acción, la postura, las relaciones, etc..., es una vía que evidencia las creencias a las que respondemos, junto con todos los tópicos que condicionan la percepción de sí. La autoimagen está antes, en el centro y después de todo hacer, concebir, decidir. Es un constructo del que el ser humano depende enteramente, ya que, cuando no se hace  consciente, impide el vivir --pensar, decidir- por sí mismo, dejando abierto el espacio para ser vivido, pensado, dirigido (por otra voluntad).

Desde una actitud plenamente consciente, el arco, la flecha, la diana y la persona establecen un diálogo que abre un espacio otro en el que deja de haber diferenciación. Constituyendo una misma realidad, tal como en zazen la relación entre postura y realidad, la persona y el exterior, se recrea sin cesar recorrida por fugaces aconteceres e innumerables micro-movimientos, generando una complicidad entre quietud y dinamismo. El modo en que la persona se percibe cambia, conociéndose en la relación con el arco y lo que de ella solicita, ampliando la conciencia de sí y descubriéndose otra en cada nuevo encuentro.

 

                                                                                  Consol Bofill   Noviembre 2020       

                                                                                   (Dojozen Genjo Pamplona/Iruña)



[1] Moshe Feldenkrais, Autoconciencia a través del movimiento, p.19

 

[2] Ibid., p.73

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