¿QUE ES LA ÉTICA?: UN HORIZONTE INELUDIBLE



¿QUE ES LA ÉTICA?: UN HORIZONTE INELUDIBLE

                                                     Una pequeña aproximación

¿Qué es la Ética? Podemos contestar a esta pregunta de un modo muy sencillo, la Ética es simplemente portarse bien. Sin embargo la palabra misma bien ya tiene muy diferentes acepciones, y ni siquiera en todas las épocas, y en todos los lugares ha significado lo mismo.
En la época actual llena de subjetividades cada vez es más difícil comunicarse y establecer un verdadero diálogo, que pase en primera instancia por definir adecuadamente las palabras para saber si estamos hablando de lo mismo.
Si definimos la ética como la búsqueda del bien, debemos de definir qué es el bien, porque es posible que no estemos de acuerdo en lo que es el bien, así que podemos coincidir en la definición de Ética, pero podemos no coincidir en lo que es el bien. Por lo tanto aunque estemos de acuerdo en lo que es la Ética, si no estamos de acuerdo en lo que es el bien, entonces no estaremos de acuerdo en absoluto;  a pesar de que superficialmente bien pudiera parecerlo y demos las manos como hermanos pensando que pensamos lo mismo.
La definición de las palabras no es un debate nuevo sino que se pierde en la noche de los tiempos.  Ya Platón pensaba en la existencia de un bien supremo, aunque  jamás pudo definir que era aquello del bien supremo. Aristóteles descontento con su maestro, no es que definiera el bien, sino que lo expresó como referido a  diferentes cosas. Existe un bien para cada cosa, así el bien en la guerra es la victoria, el bien en la medicina es la curación, el bien del individuo es el bien de la ciudad, y el bien de la ciudad es al mismo tiempo el bien del individuo.
Las épocas cambian por supuesto, pero no podemos ni juzgar, ni ver las épocas anteriores desde los parámetros de la nuestra. Por ejemplo alguien puede pensar, bien por Aristóteles, que fue crítico con su maestro y vio sus errores, por supuesto, bien por Aristóteles, pero reviso la filosofía de su Maestro después de veinte años siendo su discípulo y siguiendo sus lecciones.
 Más o menos justo lo que sucede ahora, que uno se muestra crítico, o aparentemente crítico, con lo que dice el vecino sin dejarle siquiera acabar la frase. También ciertas palabras pueden resonar bien en nuestra mente pero dejar de hacerlo cuando vemos verdaderamente su significado.
Muy al contrario también puede suceder que algo que no nos guste en primera instancia y rechine en nuestros oídos, cuando lo comprendemos, puede que estemos de acuerdo. Así cuando oímos hablar de lo que dijo Kant, sobre la Ética y la moral, y conceptualizó aquello de que el ser humano posee autonomía moral, y de que cumplir algo por obediencia a Dios no es en sí ningún acto moral. O cuando vemos que  Kant no dio ningún mandamiento y su ética ha sido, exclusivamente formal; es decir que no nos dice lo que tenemos que hacer, es posible que tiremos cohetes y veamos en ello una excusa para hacer lo que nos dé la gana y pensar que eso es tener autonomía moral o libertad. Sin embargo cuando vemos lo que quería decir Kant con libertad, cual es su concepto de libertad, es posible que la cosa cambie. Para Kant la libertad es la capacidad que se tiene para cumplir con el deber y no seguir las propias inclinaciones. Es decir que la libertad para Kant es la capacidad para vencer las resistencias que nos impiden cumplir con el deber. Al oír esto es posible que alguno suelte algún espurio mal sonante contra Kant o en su defecto contra la madre del mismo, y puede que  algún otro esté plenamente de acuerdo con él.   La autonomía moral para Kant es la única autoridad que existe y que el hombre encuentra en su propia conciencia moral, que le dice lo que debe o no debe hacer en función de dicha conciencia; que lejos de ser un subjetivismo etéreo, tenía en su origen orientación de universalidad. Si usamos de un modo correcto la razón,  encontraremos la verdadera moralidad.
 Es posible que mucha gente no esté de acuerdo con ello, sobre todo después del convulso siglo XX en el cual se ha visto de todo, y los viejos ideales de la Ilustración que en su día fueron nuevos y novedosos hayan quedado sumidos en una profunda crisis.
Dos grandes corrientes atraviesan la Historia de la Ética en Occidente, las éticas teleológicas y las éticas deontológicas. Las primeras derivadas de la palabra telos que significa fin en griego, consiste en actuar buscando algún bien a conseguir, alguna finalidad, toda acción persigue un fin. Las éticas teleológicas además atribuyen al ser humano una naturaleza y una finalidad que le es propia. Dicha finalidad es la felicidad. 


Por el contrario las éticas deontológicas derivadas de la palabra griega deon que significa deber, conciben que el verdadero valor moral de una acción reside, en actuar por principios, independientemente, de las consecuencias de la acción. El valor moral no reside en la finalidad buscada o conseguida, sino en haber actuado por principios morales que guían la conducta.   
En su memorable, fundamentación de la metafísica de las costumbres, mantiene que si la finalidad del ser humano fuera la felicidad, la naturaleza no hubiera dotado al hombre de razón. Para Kant los animales son felices, y el hombre no puede aspirar a la felicidad del animal. Sin embargo el hombre tiene conciencia moral, que es lo que le hace actuar por principios. Los principios no nacen ni de Dios, ni de la consecución de la felicidad, ni de la aspiración a la misma, sino de la conciencia moral que es autónoma.  
Podemos o no podemos estar de acuerdo y también podemos preguntarnos: ¿Qué es el deber? Según Kant este reside en la propia conciencia moral, y uno puede encontrarlo si bucea en ella; dicha conciencia es de alguna manera universal, es decir, que podemos llegar  a ser seres morales si razonamos correctamente desde nuestra propia autonomía.
Está claro que la pregunta: ¿Qué es el deber? También puede hacerse desde una connotación muy diferente, con un tono irónico que en realidad remita a una excusa para seguir haciendo lo que nos dé la gana. En su sentido original Kant la concibió como una pregunta fundamental del ser humano, como un horizonte ineludible que diría Charles Taylor.
Esta pregunta nos persigue una y otra vez, porque siempre estamos pensando en lo que vamos a hacer  y en lo que debemos hacer o no hacer: debería ir a ese sitio, debería comprar aquello, debería llamar la atención a esa persona por un comportamiento tan reprobable, en fin que siempre estamos debatiendo diferentes posibilidades de acción.
También podemos esperar algún rayo divino, a Buda a Dios o al mismísimo Jesucristo para que nos dé la respuesta; pero como mantiene el existencialismo el ser humano está solo ante sus propias decisiones. Para el existencialismo las decisiones nacidas de la propia autonomía generan en cierto modo angustia, porque si dependemos de alguna autoridad externa, la responsabilidad de nuestra decisión también será de aquella autoridad, y en última instancia echaremos balones fuera, y echaremos la responsabilidad a otro a otro y a otro.
El filósofo español Aranguren conceptualizó aquello de la moral como estructura, el ser humano inevitablemente está llamado a la moralidad, porque la realidad no le viene dada de modo unívoco. Tiene capacidad para responder a la realidad de diferentes maneras, tiene siempre ante sí varias posibilidades de acción, y ahí reside el carácter moral de la existencia humana. Siguiendo a Aranguren y parafraseando una vez más a Taylor: la moralidad es un horizonte ineludible.
Como practicantes de zazen sabemos que nuestra práctica también tiene una dimensión ética, que sin duda conviene no olvidar. Los preceptos no nos quitan autonomía moral, sino que nos remiten una y otra vez a ese horizonte ineludible.

Eduardo Donin García

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