La Conquista de la felicidad 2/2
Escultura de Anda, foto AAS
LA CONQUISTA DE LA FELICIDAD
II
También se puede uno preguntar
por la envidia, esa cosa que a nadie le gusta reconocer que tiene pero que
siempre se cuela por alguna extraña región de la mente y adopta formas muy
sutiles. Sin lugar a dudas un termómetro de la envidia es la felicidad de los
otros, que ocurre cuando uno observa un rostro feliz. Pero un solo rostro quizá
sea bastante tolerable, entonces puede uno preguntarse: ¿qué ocurriría si todo el mundo fuera feliz
menos uno mismo?. La tolerancia a la infelicidad propia se haría insoportable y
es posible que uno mendigara la felicidad por las calles para que le dieran
algo de eso que no puede darse.
Necesitamos compartir, también la
infelicidad se hace tolerable cuando se comparte, cuando se habla de ella,
cuando se ve como algo normal y no como un estigma social. Pero la felicidad ha
sido elevada a un imperativo categórico que si no se consigue es por propia
ineptitud.
Este tipo de creencia está muy
extendida entre nosotros y nos influye más que lo que nos parece. Los
vendedores de felicidad se hallan por todas las esquinas, y son sabedores de
ese pensamiento social siempre te ofrecen la felicidad basada en algo a un
módico precio. Con frecuencia esa venta de felicidad va acompañada también de
la tensión nerviosa aunque no nos demos cuenta, porque ese módico precio cambia
muy rápidamente, o el producto que ofrecen se agota enseguida.
Así que la felicidad que se
ofrece, es con frecuencia más efímera que la infelicidad que pretende curar.
Así que el único método efectivo contra este tipo de venta, es la tolerancia a
la infelicidad, o dicho de otra forma saber que la infelicidad también es
efímera, se pasará, la vida ofrece buenos y malos momentos, y pretender
solucionar problemas por la vía rápida trae generalmente más caos o confusión,
al mismo tiempo que se va comiendo los espacios vacíos de los hogares, que se
van pareciendo cada vez más a una tienda con los más dispares objetos.
Es posible también que el
sentimiento de desgracia sea directamente proporcional al deseo de felicidad
absoluta que inevitablemente buscamos. Si hemos nacido para ser felices no es
posible entender porque nadamos en un mar de insatisfacciones o que cuanto más
corremos hacia la felicidad o que cuanto más ardientemente la buscamos más
parece alegarse esta de nuestras manos.
El gran filósofo Aristóteles
basaba la felicidad en la práctica de las virtudes. Para Aristóteles el bien es
el significado de toda búsqueda, pero el bien referido a una acción concreta y
no una determinación ontológica
fundamental como hace su maestro Platón. Para Aristóteles la virtud es la
búsqueda del justo medio de algo que está entre dos extremos. Así la virtud del
valor es el justo medio entre la cobardía y la temeridad, la virtud de la
generosidad es el justo medio entre la prodigalidad y la tacañería, y en relación
al placer la virtud es la templanza o justo medio entre la incontinencia y la
insensibilidad.
Hoy en día vivimos una época
convulsa y si le dices a alguien que la felicidad se encuentra en la práctica
de las virtudes, es posible que te miren con cara extraña o incluso pueden
pensar que estás loco. El condicionamiento social es tan fuerte que a nadie se
le ocurre que los antiguos tengan algo que decirnos hoy, o existe una
inclinación a pensar que la felicidad esta en el deseo, no en el deseo mismo sino
en cumplirlo, o en la satisfacción inmediata de un placer, y cualquier tipo de
moderación es visto como un recorte en nuestra libertad. Por eso no es
casualidad que la mal llamada época de la libertad sea en realidad la época de
las adicciones. La moderación ni el justo medio está siquiera ya en nuestro
vocabulario, sólo queda “el cuanto más mejor”
Byung Chul-Han quizá vaya más
lejos que Bertrand Russell en la definición de la tensión nerviosa. Él lo llama
hiperactividad del hombre tardomoderno. Byung no habla directamente de
felicidad o de causas de infelicidad, pero da un diagnostico certero de la
sociedad de nuestros días.
La felicidad, el anhelo de
felicidad ha sido desde todos los tiempos un anhelo humano, un “hacía dónde”
dirigirse, una búsqueda continua, pero lo que cambia en cada época es el” hacia
dónde”; el modo, la manera o el lugar donde creemos que esa felicidad se
encuentra. Pero leyendo a Byung, empiezo personalmente a reflexionar si
realmente en nuestra época estamos realmente buscando la felicidad o si estamos
buscando otra cosa. Porque quizá lo que realmente estemos buscando no sea la
felicidad sino un estado feliz presente y eterno. Mantenerse siempre en un
estado óptimo continuo o de que todo tenga que salir siempre de la mejor manera
posible de acuerdo con lo que habíamos pensado previamente de cómo debían ser
las cosas.
Querer mantenerse ahí genera un
desgaste continuo y un continuo temor a perder, causa indudable de una tensión
nerviosa continua, por querer mantener continuamente en un estado feliz.
Obviando la alteridad de la vida.
Eduardo Donin García.
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