La conquista de la felicidad 1/2

  


                                             LA CONQUISTA DE LA FELICIDAD

           BERTRAND RUSSELL, ARISTÓTELES Y BYUNG CHUL-HAN                                                                   
                        
 Viendo el título del ensayo de Bertrand Russell, me dio por pensar en cómo nuestra mente occidental tiene ese afán de conquista, de conquistar territorios y hacerlos nuestros. Con la felicidad sucede lo mismo, queremos hacerla nuestra y que sea para siempre. Sin embargo el título activó mis prejuicios y me engañó. El ensayo de Bertrand Russell no iba por ahí, a pesar del título es un libro profundo. El primer capítulo empezaba de esta forma ¿Por qué es tan desgraciada la gente? Esa pregunta es la que me hizo seguir leyéndolo.

Por aquello que el rostro es el espejo del alma, Bertrand Russell, empezó a mirar los rostros de sus compatriotas un día cualquiera y empezó pensar sobre las causas de la infelicidad .Es posible que en la sociedad de la sobreabundancia nuestros rostros no denoten la tan anhelada felicidad. Russell se dio cuenta de ese pequeño detalle.

Tres causas da Russell a la infelicidad,  la tensión nerviosa, la envidia y la vanidad.

Una de las causas que Bertrand Russell atribuye a la infelicidad es la tensión nerviosa. Estamos constantemente tensos. Todo el mundo está tenso, nervioso y esa tensión nerviosa se traduce en infelicidad. También atribuye la infelicidad a la envidia y que los hombres de ciencias son más propensos a la felicidad que los hombres de letras, por aquello de que el hombre de ciencia piensa más en lo colectivo que el hombre de letras que se centra más en sí mismo. Como que la ciencia es un proyecto común de la humanidad y que continua después de la muerte del científico y las letras un proyecto individual que concluye con la muerte del individuo y nadie puede continuar “su obra”. Como que en la ciencia no hay “su obra” sino “la obra”.  Dicho de otra forma que Einstein debió de ser bastante más feliz que Schopenhauer.

 Por supuesto que todo esto es discutible, primero porque ha habido hombres que han sabido compaginar las letras y las ciencias , como Julio Verne o Isaac Asimov, aunque bien es cierto que el número de espíritus atormentados es más poblado en las letras que en las ciencias.  Segundo que la literatura también es un proyecto común que enriquece a la humanidad tanto como la ciencia.
Pero lo importante de lo que quiere decir Russell es que lo colectivo, la vida en común es más feliz que el individualismo; que el egocentrismo, sin lugar a dudas, crea infelicidad. Así que si nos hacemos como lo hizo Russell la pregunta de por qué es tan desgraciada la gente, esa pregunta desemboca en porque somos tan individualistas. El egoísmo se ha convertido en una religión mitológica donde el mito es el propio ego, y el altar al cual se rinde culto es a la propia individualidad divinizada. 

Si observamos profundamente la publicidad podemos darnos cuenta de que los productos raramente están dirigidos a una colectividad y si a la individualidad. El individuo es el que constituye el centro al cual va dirigido el mensaje publicitario. El mensaje publicitario siempre te hace verte a ti mismo como individuo y no como parte integrante de un colectivo. Me viene a la memoria un anuncio donde toda la familia se va de vacaciones, y el anuncio resalta la importancia de no perderte nada de estar en internet y no “desconectar” de la red, olvidando por supuesto que con quien vas realmente de vacaciones es con tu familia. Eso genera que cada miembro esté pensando en sí mismo, en no desconectar de sus “hábitos tecnológicos” para vivir un tiempo en común. Tal vez porque la realidad del otro nos aburra, o sea la propia realidad la que nos aburra y tengamos la necesidad de seguir “conectados” a esa realidad virtual que nos hace sentir ser alguien cuando compartimos algo por la red y borra la incapacidad de compartir lo que  tenemos al alcance de nuestra mano con quien tenemos en frente, nuestro tiempo nuestra vida, nuestra presencia y a veces nuestro aburrimiento.  

Qué lejos quedan aquellos tiempos donde después de la jornada, la familia se sentaba junto al fuego sin nada que hacer y a veces sin nada de lo que hablar, y otras habitaba el recuerdo de otros tiempos o la transmisión de los conocimientos vitales que se transmitían de generación en generación. A ese espacio dentro de las casa antiguas de pueblo se le llamaba hogar. La sabiduría popular se transmitía a través de los refranes que de generación en generación superaban la barrera del tiempo.

Eduardo Donin García

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