Concentración o absorción meditativa, lo cotidiano... Patrick Pargnien





                                                                     Caligrafía: Mente zen, mente de principiante
 

La quinta práctica del Bodhisattva:



La concentración o la absorción medidativa


La práctica del Bodhisattva que me gustaría tratar es la práctica de la meditación, de la absorción meditativa, a menudo traducida como concentración.
Kodo Sawaki decía sobre la concentración: «Zenjo, la concentración de zazén, la concentración en la vida cotidiana, es vivir de acuerdo con el dharma, sin contradecirlo con los actos. Es hallar y realizar la verdad de nuestra vida, no dejar que se cree ninguna separación ni distancia entre el zazén y todas nuestras acciones de la vida cotidiana».
Uno de los aspectos a los que nos invita esta práctica es a traer todo lo que somos, cada acción de nuestra vida, al presente actual, aquí y ahora. Estar en armonía con el movimiento de «lo que es» requiere una extraordinaria agudeza de espíritu y un corazón abierto, flexible. Es decir, una capacidad interior de no resistir, no interpretar, sino estar con lo que es tal y como es. Eso es lo que podemos cultivar y realizar en esta práctica.
También me gustaría precisar que la expresión que empleo, «lo que es», no está basada en un tiempo estático, sino que expresa el presente actual en constante movimiento.
La concentración de la que voy a hablar en este artículo no es la concentración que consiste en centrarse en un punto en particular. Por eso, para referirme a la práctica de la concentración, a menudo prefiero hablar de presencia, de plena conciencia, de plena atención o de absorción, términos que hacen referencia al hecho de estar en un estado de escucha global y que utilizaré en este artículo.
Porque si nos concentramos solamente en un punto focal, nuestro campo de visión y de conciencia se estrechan, es decir, que nuestra forma de aprehender, de ver la realidad, se reduce también. Esto hace que acabemos viendo la realidad de forma parcial o, para ser más exactos, refuerza la visión condicionada.
Vemos lo que es, lo juzgamos y lo interpretamos a través de nuestro velo, tejido con la trama de nuestra historia, de nuestros deseos, de nuestras aversiones, de nuestras creencias, de nuestros prejuicios. Y así nos apartamos de la esencia.
La actitud de «concentrarse sobre algo»[1] al final conduce a la cristalización. Para muchos de nosotros, el término «concentración» se interpreta como una especie de recogimiento sobre algo, sobre un punto focal, mientras que en el sentido de la meditación es más bien un «anclaje abierto» en la realidad presente. Es lo que podemos experimentar y cultivar en la práctica de la meditación sentada, estando presentes en los diferentes aspectos de la postura, estando atentos a los diferentes fenómenos que se producen en nosotros y a nuestro alrededor sin estancarnos en ellos.
La expresión y la acción «concentrarse sobre» puede conllevar también una separación, pero la concentración, siempre en el sentido de la vía espiritual del zen, es más bien lo que «reúne» y nos inscribe, entre otras cosas, en la vasta realidad del instante presente.
Asimismo, el escollo de «concentrarse sobre algo» reside en que esta concentración gira en torno a un centro y ese centro es a menudo el ego que, cuando está centrado en el objeto de su concentración excluye, combate aquello que «le» molesta. Entonces nos equivocamos de objetivo.
El proceso ha de darse más bien sin excluir nada, consiste en liberarse de la dualidad en la que estamos encerrados para que se revele la dimensión trascendental del ser. Ejo lo llamaba «luz espiritual». A veces yo utilizo el término «luz silenciosa», pero fundamentalmente esta dimensión es inasible, inefable. Esta luz no puede más que realizarse y la absorción meditativa ofrece las condiciones más favorables para que nos ilumine.
Esta práctica del Bodhisattva incluye dos aspectos: por un lado, cultivar la absorción en la meditación sentada, y por otro la «labor» de presencia en las diferentes acciones de la vida cotidiana. Una presencia, no solo en los gestos y actitudes, sino también en lo que sentimos, lo que percibimos al contacto con las diferentes circunstancias que jalonan nuestra vida.
Estos dos aspectos interaccionan, son como las dos caras de una misma mano. La plena conciencia, en el cuerpo, en la respiración y en los diferentes estados mentales que se dan durante la meditación sentada se encuentra también en la más mínima acción que emprendemos en nuestra vida.
Así, la enseñanza de esta práctica del Bodhisattva invita a que no haya ninguna ruptura entre la práctica de la absorción meditativa y nuestra manera de ser en la vida cotidiana.
Una presencia en la que mantenemos en mente también que estos fenómenos que encontramos en la vida, ya sean sensaciones ligadas a nuestros gestos o sentimientos ligados a nuestras circunstancias, son impermanentes, vacíos de existencia propia. Son vacuidad.
Cultivar de esta forma la presencia permite no dispersarse, no dejar que «nuestra» energía se vea arrebatada por los diferentes reclamos del mundo exterior y los diferentes fenómenos procedentes del mundo interior.
Ésta permite así vivir de forma cada vez más acorde al movimiento, al no-estatismo de la realidad viva del instante presente.
En la plena presencia reside una intención de no retener nada, no apropiarse nada, así el espíritu vuelve a su condición original de vastedad y libertad. Durante la meditación sentada, cultivando la plena presencia, sobreviene una conciencia como un espejo puro en el que se reflejan los diferentes fenómenos, pero sin dejar huella alguna. (Como un espejo que es atravesado por diferentes imágenes). La atraviesan diferentes fenómenos sin que estos le afecten.
La gran mayoría de nosotros vive a través de la mente reactiva (condicionada) donde se manifiesta este reflejo condicionado de identificarse a los pensamientos, las imágenes, las sensaciones, las emociones, etc. de forma casi mecánica. Cuando estamos esencialmente dirigidos por esta mente, frente a los acontecimientos, las circunstancias, reaccionamos a partir de experiencias pasadas ciñéndonos u oponiéndonos a ellas, lo cual nos aleja de lo que es.
Mediante la práctica de la presencia se crea una distancia respecto a esta mente, que deja un especio en el que puede sobrevenir ese espíritu creativo, el espíritu que no está coloreado por las experiencias pasadas y mediante el cual podemos dar una respuesta adaptada a la circunstancia actual. Permite también darse cuenta de que estos fenómenos no son la totalidad, que no forman una identidad estática, permanente.
Al practicar con regularidad, esta conciencia se establece en el día a día de nuestra existencia. Los diferentes fenómenos que la constituyen se perciben cada vez más como reflejos en el espejo. Es decir, cada vez nos identificamos menos con ellos.
Aunque pueda parecer paradójico, en este momento es cuando vivimos cada instante de nuestra vida intensamente, pero algo ha cambiado radicalmente, ya no hay «alguien» que pueda apropiarse de lo que se vive, estamos menos apegados y por lo tanto más libres.
Este cambio de posición en cuanto a las experiencias, a las circunstancias que jalonan nuestra vida, revela la alegría, la dicha, la tranquilidad, una ausencia de miedo que no dependen de ninguna condición.

                        Os deseo una hermosa práctica, de corazón a corazón

                                                                 Patrick


Práctica en la vida cotidiana

Sea cual sea la acción, el cuerpo y la respiración sencillamente están siempre presentes.
No se trata de una concentración en el sentido de encerrarse en algo particular, sino en el sentido de apertura, de atención. En francés, a menudo hablamos de concentrarse «sobre», pero esto es un error. Se trata más bien de concentrarse «en». Concentrarse en la postura, en la respiración, en las acciones.
No quedarse en el exterior, en la periferia, no estar separado, sino en el interior, hacerse uno con cada una de nuestras acciones, hacerse uno con su vida en el instante presente. Aunque a veces, cuando estamos demasiado agitados o cuando caemos en el sopor, nos ayuda concentrarnos en un punto en particular, por ejemplo los pulgares, la espiración, la zona entre las cejas, es mejor volver después a una concentración más amplia, volver a ese espíritu vasto.
El Maestro Kodo Sawaki decía: «Zenjo, la concentración de zazén, la concentración en la vida cotidiana, es vivir de acuerdo con el dharma, sin contradecirlo con los actos. Es hallar y realizar la verdad de nuestra vida, no dejar que se cree ninguna separación ni distancia entre el zazén y todas nuestras acciones de la vida cotidiana».
Respecto a la concentración, lo más importante es que no se cristalice en un punto focal. Por el contrario, ha de ser abierta, ha de enraizarnos en la realidad viva del instante y al mismo tiempo despertarnos a todo lo que está presente (en uno mismo y alrededor) inscribiéndonos así plenamente en todo lo que vivimos.
Porque si nos concentramos únicamente en un punto focal, nuestro campo de visión y de conciencia se estrecha, es decir, que nuestra manera de aprehender, de ver la realidad, se estrecha también.
Esto que hace que veamos la realidad únicamente a través del pequeño ojo de una cerradura.
En la experiencia de hoy, diría más bien que en la acción de comer, de hablar o realizar otra acción, la respiración está presente. Quiero decir con esto que «yo» no me concentro «sobre ella», sino que está ahí, indisociable de la acción y de la presencia.
Por lo tanto, en mi día a día hay una presencia «amiga» silenciosa.
Pero el proceso no es fácil, ya que invita a realizar el equilibrio, «el centro», a poner la atención en la respiración sin distanciarse (ni del hecho de actuar ni de los diferentes fenómenos que nos rodean), lo que incluye la paradoja de estar en una intención firme y decidida a la vez que permanecemos flexibles y «relajados».
Es en esta conciencia intencional en la que la intención en sí misma se borra para dar paso a la presencia.
«Yo», por mi parte, no me concentro, sino que más bien hay una presencia «inmóvil», abierta al cuerpo en general y a todo lo que es. Una presencia que me lleva a sentarme por el simple gozo de estar sentado.
Mi consejo respecto a la práctica sería el de estar al máximo en la intención de una concentración ampliada, global, estar en todos los aspectos de la postura al mismo tiempo. Es una forma de practicar que a veces puede parecer difícil, pero que permite movilizar el espíritu para establecerse en el aquí y sobre todo no quedarse estancado en una posición en particular (corporal o mental). Por lo tanto, cultivar un espíritu vigilante, fluido y disponible para dar una respuesta adaptada a lo que se presenta.
Un punto esencial, teniendo en cuenta lo que he podido experimentar, es el de no «concentrarse sobre», ya que al final esto conduce a la cristalización. Por eso a menudo prefiero hablar de presencia, porque para muchos de nosotros, el término «concentración» se interpreta como una especie de recogimiento sobre algo, mientras que en el sentido de la meditación es más bien un «anclaje abierto» en la realidad presente.
«Concentrarse sobre» crea una separación y la concentración, en el sentido de la meditación, es más bien lo que reúne e inscribe en la realidad vasta del instante presente.
En la presencia global, la atención puede llevarse a un punto en particular y al mismo tiempo que se está en esa atención, la presencia global está siempre presente.
La respiración como aliento se encuentra en el centro de la meditación, nos inscribe en la intemporalidad del presente, particularmente porque no puede aplazarse, porque está más allá del dominio (aunque podamos «conducirla» intencionalmente)... simplemente es.
Se encuentra en el centro de la meditación cuando ya no hay «alguien» respirando, solo la manifestación de la vida despojada de todas las definiciones, liberada de todas las nociones.





[1] N.

T. En francés se suele utilizar la preposición sur con el verbo «concentrarse», lo que podría traducirse como «concentrarse sobre», traducción literal que utilizaremos en el texto para conservar el sentido del original.

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