La existencia en total Interdependencia
LA EXISTENCIA EN
TOTAL INTERDEPENDENCIA
Durante zazen continuamos concentrándonos en la postura
justa del cuerpo. Hasta el punto en el que el cuerpo y la mente ya no están
separados. Somos sólo este cuerpo sentado en zazen. El cuerpo, ya no es un
objeto o medio para concentrarse. Somos este cuerpo. Y este cuerpo no está
limitado por nuestra piel. Respira en unidad con todo el universo. Está hecho
de la misma esencia, de los mismos elementos. Es la misma energía que se
remonta a antes del nacimiento del universo. Entonces, hacerse íntimo con este cuerpo,
es hacerse íntimo con el verdadero cuerpo.
Por supuesto que estamos concentrados en la forma de la
postura, pero no estamos apegados a esa forma. La concentración se vuelve
inconsciente y natural. Nos hacemos uno con la postura. Entonces, la mente que
discrimina se abandona, es lo que permite la verdadera intimidad, no sólo con
el propio cuerpo, sino con uno mismo y con todos los seres. De igual modo,
durante las ceremonias posteriores a zazen, nos concentramos en el canto pero
no nos apegamos a los sonidos, provienen del silencio y vuelven rápidamente a
él.
El Maestro Wanshi escribió un
poema, que se llama El canto para la sala
de la pura felicidad. La sala es
el dojo. En ese poema nos dice: “Buscando
las apariencias y los sonidos, no podemos encontrar de verdad la Vía”.
Todos los y las que estamos aquí ahora, incluso sin saberlo claramente buscamos
la Vía, estamos animados por bodaishin, el espíritu del despertar, deseamos
despertarnos de nuestras ilusiones y
encontrar la realidad. Pero en esta búsqueda, podemos extraviarnos
rápidamente. Sobre todo, si buscamos las apariencias y los sonidos. Dicho de
otra forma, si nos apegamos a las formas y a las palabras, a los conceptos.
Las apariencias es lo que
llamamos shiki, el mundo de las formas,
de los sonidos, el mundo que percibimos a través de los órganos de los sentidos
y nuestro mental. Ese mental está condicionado para percibir las diferencias,
para discriminar, pues tiene por objetivo encontrar lo que es bueno para
nosotros y rechazar lo que es malo.
El problema es que ese modo de
funcionamiento de la mente o mental – espíritu discriminante, más bien
conectado con el cerebro izquierdo, el cerebro del lenguaje- ha terminado por
dominar todo el funcionamiento de la mente y literalmente ha ahogado otro
aspecto importante de la mente que es la intuición, la percepción inmediata de
la esencia de las cosas, lo que está más allá de sus diferencias, lo que es
común a todos los seres, lo que fundamenta todas las existencias, es decir la
existencia en total interdependencia con todos los fenómenos del universo. Es
lo que hace la unidad de todos los seres más allá de sus diferencias. Es lo que
compartimos en común y es lo que nos permite comunicarnos con los otros. Es lo
que hace que los otros no sean otros
que nosotros mismos. Podemos hacernos el otro, el otro no es otro que yo mismo,
en el fondo, en la realidad.
Para hacer realidad esto, no
hay que estar apegado a la superficie de las cosas, a las apariencias sino
encontrar el principio de profundidad. ¿Cómo encontrar esta fe que no es una
creencia sino la experiencia íntima de la realidad tal cual es más allá de toda
discriminación? Zazen. Para ello no hay que dejar que la mente se estanque
sobre nada. La mente se armoniza con el Dharma, con la última realidad cuando
cesa de apegarse a lo que sea, cuando no permanece en nada, cuando es siempre
fresca y nueva a cada instante, liberada de sus viejos condicionamientos.
El Maestro Dogen lo expresa, como
siempre de forma preciosa:
En
el corazón
de
la montaña profunda
reencuentro
mi hogar.
Esta
es mi verdadera casa.
Aquí
viví otros tiempos,
estos
lugares me son familiares.
Volviendo a nuestra verdadera casa!
ResponderEliminarGasshô.