Carta de otoño 2010

CARTA DE OTOÑO 2010

“A la gota de rocío
sobre una brizna de hierba,
¡qué poco tiempo le queda
antes de que amanezca!
Viento de otoño,
te lo ruego,
no soples tan fuerte
sobre la pradera”

Dogen - Sanshodoei

Hemos podido gozar este domingo de un hermoso día de otoño en la borda de Berama y entre sus regalos el del regalo del viento.
En este tiempo, en que se siente con más intensidad el viento de la impermanencia, es reconfortante recordar como a este sonido del viento de otoño en los árboles se le llama en la tradición zen Ryujin, el canto del dragón. El dragón es el discípulo de la Vía que practica con una gran energía y una gran libertad. Práctica que le va a permitir elevarse hasta el cielo o sumergirse en las profundidades del océano de la vida. Estos son los poderes del dragón que a la vez que se eleva o desciende, canta su hermosa melodía. Poderes - elevarnos, descender cantando- de nuestro cuerpo-mente totalmente sumergido en la práctica diaria (mushotoku) más allá de la búsqueda de provecho personal, de la intención de alcanzar o hacer nada realidad.
Al principio de nuestra práctica, nos esforzamos conscientemente en la postura justa, la respiración profunda, la justa actitud de la mente y tras un continuado esfuerzo de concentración nos desprendemos de nuestras costumbres, de nuestras coagulaciones mentales y logramos trepar hasta lo más alto del mástil de treinta metros, en el que nos habíamos quedado en la carta del verano. Sin embargo esta forma de practicar es la base del zazen. Subimos al mástil, nos quedamos allí aferrados con piernas y brazos en un apreciable esfuerzo por no resbalar. Pero la verdadera práctica comienza ahí, en lo alto del mástil, cuando creemos tener la postura justa, la respiración correcta.

¿Cómo ir más allá? ¿Cómo no quedarnos atrapados en una técnica, por muy de bienestar que sea? ¿Cómo no quedarnos atrapados, prisioneros en la intención de hacer zazen?
Ese paso más allá, más allá de todo soporte, más allá de toda técnica, más allá del mástil de treinta metros de alto, no depende de una decisión voluntaria, si no nos caeremos. De hecho solamente zazen puede izarnos más allá de nosotros mismos. Más allá de lo que intentamos y podemos practicar por nuestra propia voluntad y esfuerzo, por nuestra atención y buenas intenciones.

En un momento dado, tenemos que remitirnos a zazen, a “no hacer” zazen, si no a seguir zazen con confianza, sin dudas, abandonados a la práctica. Entonces esta práctica natural, inconsciente, automática es, desde su profundo silencio, verdaderamente liberadora y zazen nos trasciende a nosotros mismos. Dogen comenta que es como construir un barco, ponemos toda nuestra energía, paciencia, esfuerzo en construirlo, pero luego es él el que nos lleva.
Nos dirá Wanshi: “Id todavía más allá de ese estado de inmovilidad, de gran silencio y soltad presa completamente. Reduciros a migajas despojados por zazen y responded con una luz brillante a las profundidades tan inasibles como las aguas transparentes de otoño o su clara luna en medio del cielo”.

Abandonar presa, no es abandonar solamente el apego a los objetos de nuestros deseos, si no abandonar también el apego a esta calma y reposo, a ese gozo de la práctica.

Más que profundizar la práctica, es no dejar que la profundidad sea obstruida u obscurecida. Curarnos la ilusión de que podemos encerrar la realidad. Es no dejar que la mente se estanque, se coagule en nada. Es dejar que se decante lo que enturbia la claridad natural y ecuánime de nuestra visión. Ser uno con lo que realmente es en cada instante.

Es ir más allá. Siempre más allá. Más allá del más allá.

Silenciosa mañana
se ilumina la línea del horizonte
color de otoño.

Patrick Pargnien

NOTA : Recordaros los horarios de zazen: Lunes, Martes, Miércoles y Jueves a las 20 horas . Miércoles y Viernes a las 7,30 (de la mañana). Sábado 11, 30.
El dojo tiene previsto organizar una jornada con Eukeni el día 18 de diciembre. Sesshines: 4,5,6 de febrero con Roland Yuno Rech.
Taller Dharma /Sesshin : 2,3 de abril en el dojo con Patrick Pargnien.

Un otoñal abrazo.
Por el dojozen Genjo Pamplona/Iruña:
Antonio Arana








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