Canto en alabanza de zazen, de Hakuin. Comentado por Roland Yuno Rech (1)
En la práctica de zazen, progresivamente, la
agitación mental se calma, la mente se clarifica como la superficie del agua
cuando el viento deja de agitarla. Las olas se apaciguan y el agua se vuelve
transparente hasta el fondo.
Es el samadhi, la gran concentración de zazen.
“Hokai-jo-in” quiere decir el sello
del samadhi. Jo de Hokai, el Océano
del Dharma. El Océano del Dharma, es todo el universo, todos los fenómenos.
Ellos son la última realidad. No hay realidad escondida detrás. Todos los
fenómenos manifiestan el Dharma. Todos los fenómenos son koan, manifestación de la última realidad. El Buda despertó por
esta observación y el Dharma que enseñó, su enseñanza, es la expresión de las
diferentes facetas de su Despertar a propósito de Hokai, de todos los fenómenos de la vida.
Así volved siempre a esta
concentración, es decir, al centro de vuestra vida de cada instante, pero sin
haceros egocéntricos. Pues nuestra vida de cada instante, nosotros, estamos
constantemente en relación con todo el universo. Podemos actualizar
nuestra unidad con todos los seres.
El maestro Hakuin escribió
un poema que tituló “El canto de alabanza de zazen” en el que dice:
“Desde siempre, todos los seres son Buda,
como el agua y el hielo,
sin agua no hay hielo,
fuera de nosotros, no hay Buda.
Tan cerca de la verdad, ¡qué lejos la buscamos!
Como un hombre en medio del agua que gritara: ¡Tengo sed!
Como el hijo de un rico que vagara pobre,
extraviado sobre la tierra,
recorremos sin cesar los seis reinos,
La causa de nuestro dolor,
es la ilusión del yo, del ego.”
El poema continúa pero lo
comentaré más tarde.
Desde siempre todos los
seres son Buda. Todos los seres, es decir, nosotros mismos entre los otros,
somos la realidad, somos la naturaleza de Buda. Estamos de tal forma
obnubilados por nuestras fabricaciones mentales, nuestros apegos, nuestras
ilusiones, que hemos perdido el contacto con esta realidad de la naturaleza de
Buda. Lo que quiere decir la naturaleza del Despertar. No estamos
verdaderamente despiertos a la realidad que nos hace vivir.
Esta realidad es que no
vivimos más que juntos, en total interdependencia con todos los seres. Aquí, en
este dojo, respiramos el mismo aire, recibimos la misma energía y nos
sostenemos mutuamente en la práctica, inconscientemente, naturalmente. Nada de
lo que nos constituye, este cuerpo en particular, nos pertenece en propiedad.
Lo recibimos todo en nuestro nacimiento y continuamos recibiéndolo cada día lo
que nos permite continuar siendo. Dicho de otro modo, no existimos por nosotros
mismos, sino por nuestra interdependencia con todo el universo. Nuestra
existencia real es sin separación.
Shakyamuni despertó a esta
realidad y desde entonces le llamamos naturaleza de Buda, es decir, verdadera
naturaleza de todas las existencias. A pesar de ser la realidad y, como le dijo
el tenzo al Maestro Dogen: “En todo el universo, no hay nada escondido”,
la mayor parte del tiempo estamos ciegos a esta realidad, obnubilados por
nuestro egocentrismo, por todos nuestros condicionamientos, por el lenguaje que
también hemos recibido. Hemos aprendido a hablar, a decir “yo”, a decir “mi” y
por un increíble disparate, hemos terminado por creer que ese “yo” ese “mi”,
existe por sí mismo. Cuando no es más que una figura del lenguaje, una palabra
para recubrir una realidad mucho más vasta.
A menudo, cuando la gente se
compromete con lo que llamamos un trabajo personal, manifiesta el deseo de
convertirse en sí-misma. Pero lo más normal, es que ese deseo de convertirse en
sí-misma, es sólo el deseo de escapar a los deseos de los otros, a los
condicionamientos que hemos hecho construir para hacernos aceptar por los
otros, amar. Llamamos a eso el yo, el ego, pero no es más que una construcción
mental, útil para identificarnos en nuestras relaciones con los otros, para no
estar en la confusión. Pero si atribuimos a ese ego una importancia excesiva, nos
impide ver la realidad, despertarnos al hecho de que desde siempre somos Buda.
Buda no hay que buscarlo en el exterior de uno, aunque la realidad nos haga una
señal. En realidad, Buda está en todo lugar.
Un monje preguntó al Maestro
Basso: “¿Qué es Buda?” Basso respondió: “La misma mente es Buda”.
El discípulo que quería saber más, preguntó: “Pero, ¿qué es la Vía?” Basso respondió: “La no-mente es la Vía”. La no-mente, quiere decir musshin, sin conciencia personal, hishiryo, más allá del mental que
discrimina.
Esta mañana he recordado los
puntos esenciales de la práctica de zazen. Es importante comprenderlos, tener
consciencia de ellos de forma que no nos extraviemos en nuestra manera de
practicar. Pero, al mismo tiempo, no hay que apegarse a esta descripción de la
práctica. Hay que sumergirse completamente en la práctica y abandonar la
consciencia personal, no practicar un zazen demasiado consciente, voluntarista.
Dejar a zazen hacer zazen, más allá de nuestros pensamientos y así, conducirnos
más allá de nuestro pequeño ego. Entonces, es verdaderamente Buda el que nos
arrastra, nos lleva fuera de nuestros viejos hábitos, de nuestros viejos
condicionamientos, nos hace encontrar un espíritu nuevo con muchas
posibilidades, no esclerotizado por los hábitos.
Y para ello, hay que poder
soltar presa de instante en instante. Como no podemos decidir: “Ahora voy a soltar presa”, lo que sería
una afirmación del ego, no podemos más que entregarnos a zazen con confianza,
hacer cuerpo con zazen, sólo absorberse en la concentración en la postura y
estar atento a la respiración. Entonces nuestro funcionamiento ordinario de la mente es abandonado. Es lo
que llamamos la consciencia personal es abandonada. Evidentemente esa consciencia
no es algo, igual que la mente no es algo, es sólo un modo de funcionamiento lo
que es abandonado.
Nos ponemos a funcionar bajo
el modo hishiryo, el espíritu vasto,
la consciencia que lo engloba todo y que, no se estanca en nada, que percibe
intuitivamente la última realidad, es decir la vacuidad de todas nuestras
fabricaciones mentales, y suelta presa naturalmente, inconscientemente, sin
esfuerzo.
Roland Yuno Rech, Moissac 2016
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