En la muerte de Ana María Schlüter
El sábado 8 de noviembre haremos una ceremonia por los muertos dedicada a Ana
María Schlüter, falleció en Brihuega el treinta de octubre. Tuvimos ocasión de
conocerla en las diferentes ocasiones que visitó Navarra, impartiendo charlas y
llevando retiros en el valle del Baztán,
De la página web de https://forobudismo.com/viewtopic.php?t=3019, hemos extraído unas frases que Daido reeditó el 29 de febrero de 2024, y anteriormente se había publicado en Alandar en el número 316 el dos de marzo de 2015.
Podéis leer la entrevista completa en la dirección de forobudismo.
“Ana María
Schlüter me ofrece un té en su pequeña y luminosa ermita de Brihuega, junto al
zendo que creó hace ya más de 25 años en ese pueblo de Guadalajara. Al
servirlo, comenta que para los japoneses el té –cha- es venerable y así lo
expresan al referirse a él diciendo o-cha, con el honorífico o delante. El
chado es el arte del té –la ceremonia, hemos traducido en occidente. Y la taza
en la que se va a servir se mira y se admira –¡qué bien hecha está!- antes de
verter el líquido en su interior.
Comienza relatándome una anécdota: “Una vez, unas religiosas cristianas
japonesas con las que vivía en Kamakura me dieron unas mandarinas para dar al
roshi, el maestro zen: “Dile que están recién cogidas, todavía tienen las
hojas”. ¡Eso se consideraba el mejor regalo! El cuidado de las cosas es
importante. Y aquí lo hemos perdido bastante”.
¿Hay que volver al cuidado de las personas y de la naturaleza?
Al respeto, el respeto, sobre todo. Al empezar un curso, antes de la primera
hora de trabajo manual, siempre explico cómo hay que tratar las cosas; por
ejemplo, que un paño no se cuelga por la tela porque se estropea, sino por la
hebilla; estas cosas, la mayoría no las han aprendido, ahora todo se tira y se
compra otro. Las generaciones últimas no han aprendido el respeto, sólo el usar
y tirar.
En el el libro que acaba de publicar, Cantos rodados, cuenta su periplo en
el descubrimiento y práctica del zen. Al leerlo, parece que todo en su vida le
ha ido empujando suavemente hasta aquí, hasta la práctica del zen y la
construcción de este zendo. Empezando por la pluralidad de su familia
germano-española y católico-luterana y sus estudios en Alemania, España y
Holanda…
Yo también lo percibo así. Hay un dibujo curioso que hice cuando tenía once o
doce años y me acuerdo mucho de él; era una casita en medio de un bosque. Y
ahora, cuando veo los árboles que han crecido aquí alrededor, que los hemos
plantado nosotros, veo que se va pareciendo cada vez más a lo que dibujé. Porque
eso del tiempo responde a la realidad limitada en que vivimos, descompuesta en
tiempos y en espacios, pero yo creo que hay una dimensión, que es seguramente
en la que entramos tras el portal de la muerte, en la que eso no está tan
compartimentado. Es otra conciencia que no nos podemos ni imaginar y por eso no
me extraña que, en un momento dado, uno intuya algo en relación con el futuro o
que lo anterior esté todavía presente; es algo que suena extraño, aunque yo
creo que es muy simple, sólo es raro por nuestra limitación de entendimiento.
Es más claro que lo que uno ha vivido en su familia le marca por dónde va. A mí
lo que me marcó fue ver que hay gente muy buena, muy honesta, que no tiene
ninguna fe en el sentido fuerte, como decimos aquí. El hecho de ver gente tan
honesta que no eran cristianos o no eran católicos me ha hecho pensar: ¿por qué
unos “ven” y otros tienen ojos y no ven? No depende de que sean buenas o malas
personas y eso ha sido como un hilo rojo constante. Me hizo buscar, mientras estudiaba
en Alemania y Holanda, cómo se puede ayudar a abrir ese ojo para percibir esa
realidad trascendente. También mi familia en Alemania y España, mi colegio y
mis amistades han influido. Aquí es como si todos esos hilos que andaban
sueltos se encontraran…
¿Es el zen una vía para trabajar nuestra naturaleza espiritual?
No es una vía para trabajarla porque realmente una planta no se trabaja, se le
ponen las condiciones para que crezca. Pero el crecimiento está en el árbol, no
lo pone el jardinero. El maestro, como el jardinero, ayuda a que la planta, al
convertirse en arbolito, no diga, “vale, ya he llegado” y siga creciendo. El
zen no va de experiencias y ese es otro malentendido; no va de teoría tampoco,
va de práctica. Según el budismo zen, una de las seis trabas que impiden que la
persona llegue a ser lo que es, es el mundo de los seres celestes, es decir,
los consuelos espirituales. No hay que quedarse allí. Dice San Juan de la Cruz
que hay muchos más amigos de los consuelos espirituales que de Dios y un buen
guía espiritual, como era San Juan, no dejaba que esto pasara, igual que un
maestro zen, que no deja que el arbolito se quede a medias.
Se trata de ser simplemente lo que se nos llama a ser.
Efectivamente, ser lo que realmente se es. Y esto cada uno lo va a expresar con
su propio lenguaje religioso. El agnóstico es el que puede tener dificultades
por no tener un lenguaje que le permita expresar eso. Porque el lenguaje
religioso es un medio para expresar algo; algo que no es, pero que apunta a lo
que es. Si no le doy nombre a las cosas, de alguna manera, se olvidan.
¿Cómo definir, pues, el zen? ¿Es una técnica?
No es una técnica, es un arte. En la palabra zendo, la partícula “do” quiere
decir arte. Zendo es el arte del zen, como chado es el arte del té. Es un
camino espiritual que ayuda a vivir desde lo hondo. El zen es uno de los
caminos que va más directamente a la raíz; en el ideograma del zen, la parte
principal significa “a solas” y el radical alude a todo lo que no se explica
con la cabeza. De modo que lo podríamos traducir con “a solas con el misterio”.
El arte del zazen consiste en sentarse a solas con el misterio. Sin
entretenerse con pensamientos, aunque sean muy buenos. Durante esa media hora,
simplemente estoy sentada a solas con el misterio, sin distraerme con
pensamientos ni sentimientos; si vienen, los dejo pasar, no los evoco ni me
quedo en ellos; como cuando una persona llega a la cumbre de una montaña y se
queda allí, divisando la grandeza, pero no fijándose en tal río o tal árbol, en
nada concreto.
Pero hasta
que se llega a “divisar”, se recorre un camino árido, porque quedarse quieto,
alejando los pensamientos, no parece algo sencillo.
Es árido, es como entrar en el desierto, solo hay arena y las dunas parecen
iguales. Como en el Cántico Espiritual: “No cogeré las flores ni temeré las
fieras y pasaré los fuertes y fronteras”. O sea, no cojo las cosas agradables
que me vengan al pensamiento; ni temeré las fieras: no me echo atrás ante lo
oscuro que sale de mí, sigo adelante sin temor. Y pasaré los fuertes, es decir,
nuestros propios demonios. Es un camino árido pero hay en él oasis increíbles…
Hay en el
campo que rodea esta casa dos árboles que crecen juntos. Son un roble y un
olivo, compartiendo exactamente el mismo espacio, tronco con tronco. Son para
usted el símbolo de este Zendo Betania, una casa cristiana donde se practica el
zen. Usted misma es religiosa de la comunidad de Betania y maestra zen. ¿Qué ha
encontrado como cristiana en el zen?
Yo lo descubrí en una búsqueda espiritual, para cultivar una experiencia
mística que no encontraba por ninguna parte cómo hacerlo y cuando di con el zen
encontré una forma de hacerlo. Mi propia comunidad de Betania me animó en este
camino, pues mi maestra de novicias me dijo: “No me quedé tranquila hasta que
te encontraste con el zen y el padre Lassalle”, que era jesuita y maestro zen
y, a través de él me encontré con el maestro japonés que me acabó preparando
para maestra.
Y lo que encontré fue cómo cultivar en una misma algo que tú sabes que tiene
que ser cultivado pero no tienes ni idea de cómo, porque todo lo que se nos
enseña, en general, es de cabeza. En Holanda estudié una teología muy buena,
muy abierta, de un grupo de avanzadilla, pero todo eso no dejaba de estar
siempre en la cabeza. Incluso hablábamos de la espiritualidad pero no era un
camino práctico. Lo mismo que le pasó al peregrino ruso que dice “todos hablan
de la oración continua y nadie me lo enseña”, hasta que se encuentra con uno
que le enseña la oración del corazón.
Luego, con el tiempo, descubrí que en la galaxia del budismo zen se tiene una
visión del universo que, no siendo igual, no es contradictoria sino
complementaria de la perspectiva cristiana. Es la perspectiva de ver en la
realidad su dimensión de misterio. Y eso es lo que descubrió Siddharta Gautama,
convirtiéndose en “despierto” o buda: que las cosas no son sólo lo que ven
nuestros sentidos y nuestro entendimiento, que eso es quedarse en la
superficie.
Descubrir “Eso”, que no es nada para los sentidos, pero es más real que lo que
toco. A lo que lleva la práctica del zazen es a asentarse en esa realidad de
misterio. En nuestra perspectiva cristiana es lo que Jesucristo descubrió
cuando lo bautiza San Juan: “Tú eres mi hijo amado”. De modo que esa realidad
no es neutral, ese misterio es un misterio de amor y de ahí nuestro lenguaje
cristiano, que siempre es personal, mientras que en el budismo es a-personal,
no impersonal.
Esa es tal vez una de las mayores diferencias entre el universo cristiano y el
budista, la del amor personal o a-personal. Sí, ahí están las diferencias entre
una y otra galaxia, pero en el mismo universo donde todos estamos. Porque, como
decían los griegos y luego retomó San Pablo, todos somos, nos movemos y
existimos en Él.
Si he entendido bien, por tanto, en Zendo Betania se enseña ese camino
práctico para sentarse uno mismo con el misterio.
Sí, que es muy diferente a ensimismarse, ya que se trata de olvidarse de sí
mismo, de nuestro pequeño yo, que es la traba mayor para llegar al misterio,
porque se pone constantemente en medio.
En Zendo Betania un roble ha crecido espontáneamente dentro de un olivo, bello
símbolo de cómo es un lugar cristiano donde se practica el zen, es decir, dos
tradiciones religiosas que viven juntas en el mismo espacio".
DOJO ZEN GENJO PAMPLONA/IRUÑA

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