Encuentro de Tozan y Nansen II, Eduardo Donin Gracía

 


                                                           Tozan y Nansen II

Según las crónicas trasmitidas Tozan y Nansen solo tuvieron un único encuentro. Dicho encuentro se produjo cuando el maestro Nansen iba a hacer una ceremonia en homenaje a Bassho, su anterior maestro, recordando el aniversario de su muerte.

Nansen inquirió a Tozan nada más llegar: “Mañana haremos una ceremonia al maestro Bassho, ¿Vendrá o no vendrá?”, a lo que Tozan respondió, “Si encuentra a un amigo de bien  seguro que vendrá “.

Igual que con su primer maestro, en este caso no hizo una inusual pregunta, sino más bien una inusual respuesta que dejo profundamente sorprendido a Nansen.

Nansen respondió: “Este joven presenta un excelente material para ser pulido” a lo que Tozan respondió: “que el venerable maestro no confunda a un hombre libre con un esclavo”. Y Tozan se marchó de allí en busca de otro maestro.

El diálogo entre ambos habla por sí mismo, si dejamos que el impacto de dicho diálogo nos toque por dentro.: “Que el venerable maestro no confunda a un hombre libre con un esclavo”.

Tozan de alguna manera percibió que aquel no era un lugar para quedarse, sea por lo que fuere, y Tozan se marchó de allí. Conviene destacar dos actitudes básicas en la vida de Tozan. En primer lugar su precocidad, como quedó constatado ante su primer maestro, y en segundo lugar, su rapidez de respuesta ante preguntas comprometidas, así como sus habituales preguntas y respuestas inusuales.

En este diálogo podemos hacer dos consideraciones. La primera de ellas, respecto a la frase “que el venerable maestro no confunda a un hombre libre con un esclavo”. Considerando que estamos hablando del siglo IX, en China una sociedad  básicamente por el confucionismo y la veneración al maestro, la respuesta es inusual.

Hoy en día decir “yo soy un hombre o una mujer libre “, es una frase hecha y no tiene nada de excepcional.  Se oye por doquier. Cualquiera puede pronunciarla en la plaza pública. De hecho quizá no haya una palabra más usada y buscada que la libertad. Muchas veces la usamos para justificarnos a nosotros mismos. También es utilizada para justificar comportamientos de mal gusto, o incluso injusticias.  En su nombre también se comete todo tipo de tropelías.

El practicante de la vía busca la liberación, más que la libertad. Porque libertad o liberación son dos cosas distintas. Por ello dice Tozan “que el venerable maestro no confunda un hombre libre con un esclavo”. Tozan ya es libre, pero no está liberado, no ha realizado la vía, no ha realizado el anhelo más profundo de su ser. Pero para realizarla primero hay que sentirse un hombre libre, no puede haber coacción alguna en la práctica de la vía.  De hecho nadie está obligado a practicar la vía, a buscarla, a realizarla. Nadie puede estar obligado a permanecer en un lugar donde no desea estar, o seguir a un maestro al cual no desea seguir. Esta es la libertad básica.

Tampoco la humanidad entera está obligada a practicar zazen, ni el patrimonio de la verdad o el patrimonio de la liberación está en determinada práctica, en determinado grupo, en determinado maestro, en determinado gurú o en determinada doctrina. Como decía el maestro Keizan “quién podrá atrapar el viento entre sus manos y mostrártelo”.

No por practicar zazen encontrarás la liberación en él, o puede simplemente que zazen no sea tu vía espiritual. O simplemente no sea compatible contigo. O quizá no sea tu momento.   Esa libertad es básica en la búsqueda espiritual. También podemos posponer nuestro momento eternamente. También es posible que no deseemos realizar un esfuerzo y pensemos erróneamente que zazen no es para nosotros.

 El otro extremo se sitúa en el que siempre está buscando y no encuentra asiento en ningún lado, porque permanece en el vagar de un sitio a otro sin centrarse en una enseñanza o en una práctica. Este segundo extremo es muy propio de nuestros días, debido a la fuerte demanda y a la amplia oferta.

La búsqueda espiritual nunca se ha guiado por la ley de la oferta y la demanda, nuestra sociedad sí. Conviene destacar esto, para ver hasta qué punto estamos influenciados por la época que nos toca vivir y por la manera de ver el mundo, que muchas veces está fijada socialmente.  No escapamos al condicionamiento social.

Los maestros del pasado buscaron y practicaron en otros contextos.  A pesar de ello podemos afirmar que no existen diversas liberaciones, que la liberación es el fruto de iluminar las propias ilusiones, por diversas y diferentes que estas sean, tanto a nivel individual como social o histórico. Nuestras ilusiones individuales también son de alguna manera ilusiones sociales o ilusiones históricas.

Por el principio de interdependencia todo se contagia, desde el coronavirus hasta el fanatismo, desde el narcisismo hasta identidades estáticas colectivas. Una sociedad fundamentalmente narcisista creará individuos narcisistas, una identidad homogénea promovida socialmente creará una sociedad homogénea.

En el zen no se trata de crear un practicante ideal homogéneo, de una meta a alcanzar, o promover un prototipo de ser humano perfecto. Tampoco un Dojo es el lugar donde podamos afirmar nuestra individualidad, o dar rienda suelta a una promoción egótica de nuestra personalidad. Dicha individualidad se manifiesta sin que nosotros queramos, inconscientemente y naturalmente. No hace falta añadir por nuestra parte un deseo de diferenciarnos o de intentar ser mejores o peores que otros.

La vía de Buda no va de eso. Cada cual no es,  ni homogéneo ni esencialmente diferente del otro.  Todos compartimos la misma condición humana   y nuestra personalidad o diferencia respecto al resto no necesita ser promovida. Para eso ya está el mundo social o el mundo competitivo donde se necesita colorear el curriculum vitae.

No se trata de querer se esto o aquello, de llegar a ser, de escalar por diferentes niveles, de conseguir logros que se pueden exponer en la plaza pública, o de pensar que practicar zazen nos eleva sobre el resto de seres humanos.

Como decía el maestro Deshimaru, practicar zazen significa volver a nuestra condición normal de cuerpo y mente. Al fin y al cabo el fruto natural de la práctica, el hecho de iluminar las propias ilusiones nos lleva a ser auténticos con nosotros mismos y con los demás. A no engañarnos,  a no engañar al otro, y en definitiva a no estar tan condicionados por idealismos fijados a priori, o por ideas fijas sobre la realidad.

       La segunda consideración que se puede hacer en el diálogo entre Tozan y Nansen es la respuesta de Nansen cuando dice: “Este joven presenta un excelente material para ser pulido”. Es verdad que nuestras relaciones nos pulen, las aristas de nuestro ego se convierten en cantos rodados, con la convivencia, con los problemas que hay que gestionar, con las cosas que marchan contrarias a nuestros deseos,  la existencia y la interdependencia nos pule y nos va puliendo. La vida tiene ese carácter relacional. No existen ningún ente que esté separado del cosmos o del resto de las existencias.  A pesar de que nuestra inclinación natural sea la de vernos, sentirnos y percibirnos  como un yo separado e independiente.

 Podemos preguntarnos, ¿quién o qué nos transforma? ¿La práctica, el despertar, los años, la vida?  No es un alguien o un algo concreto quien nos pule como pretendía hacer Nansen con Tozan,  sino la totalidad misma si de verdad estamos abiertos a ello.

Y si no estamos abiertos a ello, también lo hará aunque de un modo más traumático o dramático, por pensar que aquello que no deseamos y sucede, es  algo que no debiera suceder.

Como dejo escrito Marco Aurelio: “El hombre que es educado y respetuoso se dirige así a la naturaleza, que es la que da y quita todo:<<Dame lo que quieras, y recupera lo que quieras>>Y no lo dice con arrogancia, sino por sumisión y benevolencia hacia ella” (meditaciones, libro X 14).

Eduardo Donin García.

 

 

 


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