Tozan y el espíritu del despertar-Eduardo Donin García

 

                                          


    TOZAN Y EL ESPÍRITU DE DESPERTAR

 Según del Denkoroku, cuando se despertó en Tozan el anhelo de la vacuidad, abandonó su lugar de nacimiento y se dirigió al monte Tung donde residía el maestro Nansen. En el argot del zen se llama Bodaishin el anhelo de la vacuidad o el espíritu del despertar, que es el anhelo por practicar y por seguir las enseñanzas. Sin ello no es posible comenzar la práctica.

Dicho de otra forma, si en el Denkoroku nos dice que Tozan abandonó su lugar de nacimiento, metafóricamente hablando podemos entender que cada practicante de zazen, antes de encontrar la práctica se sitúa en un movimiento de búsqueda, y de cuestionamiento de la propia manera de conducir la vida. Existe una fuerte sensación de carencia que no puede ser colmada por la habitual satisfacción a través de la realización de los deseos propios. Existe una carencia más profunda, y un anhelo más profundo. La constante satisfacción de los deseos trae consigo  un poso de insatisfacción, como si tratáramos de llenar una botella de agua que tiene un agujero en el fondo. Por mucho que intentemos llenarla no podremos hacerlo.

Existe una sed constante que no tiene que ver con la sed fisiológica, sino con la avidez. Esa sed por querer atrapar las cosas y hacerlas nuestras, esa sed por la cual buscamos constantemente fuentes de satisfacción, que a su vez nos dan más sed. Ese modo de comportamiento parece ser nuestro lugar de nacimiento,   y en lo profundo sentimos que debe de haber otra forma de vivir, otra actitud, que todavía no hemos descubierto. Ese cuestionamiento nace del propio ego, que ve su propia insuficiencia y a la vez no puede darse sino existiera un anhelo profundo hacía realizar la verdad del dharma.

Ese anhelo es lo que hizo al Buda Sakkyamuni abandonar su hogar y la comodidad de su palacio.  Lo que hizo a Tozan abandonar su lugar de nacimiento, y lo que hace que nosotros salgamos a la búsqueda del dharma y de la práctica.

Hoy en día no es necesario abandonar nuestra familia, nuestra ciudad, pero si es necesario abandonar nuestro metafórico lugar de nacimiento. La práctica de zazen resitúa muchas cosas, y también preferencia vitales. Uno no busca la práctica sin un primer cuestionamiento interior.

En mi caso personal, la primera vez que pise un dojo, me pregunté internamente: “¿De dónde voy a sacar tiempo para practicar?”.  La misma práctica de zazen me respondió. No me faltaba tiempo, me sobraban deseos.

La sociedad de consumo en la que vivimos tiene un aspecto negativo y otro positivo respecto a la vía de Buda. Por una parte siempre estamos seducidos por los cantos de sirena y de realización personal que nos ofrece actualmente la sociedad. Por la publicidad y la constante oferta de actividades que nos llaman desde todas las partes del supermercado espiritual. Esa sensación de ahogo de que no llegamos a realizar todo lo que queremos, y que está alcance de nuestra mano.

Sin embargo por otra parte, gracias a ello podemos llegar fácilmente a la saturación y al cuestionamiento de si de verdad queremos vivir de esa manera, o si esa manera de vivir no nos lleva a una constante insatisfacción.

Los deseos son ilimitados, son infinitos, nunca se acaban. Siempre queremos más y más y más, y nunca estamos conformes. La satisfacción de un deseo trae consigo un nuevo deseo. Es una espiral infinita. Si la satisfacción de un deseo o de los deseos condujera a la felicidad hace ya tiempo que seríamos plenamente felices.  Pero a menudo sucede lo contrario, la satisfacción de un deseo se esfuma como una pompa de jabón una vez realizado. Aquella satisfacción buscada no es lo que parecía ser. Los deseos siempre prometen pero nunca parecen cumplir sus promesas. Nos movemos en el ámbito de la promesa eterna. El horizonte que nunca llega, y que cuanto uno más corre en pos de él, más parece alejarse.

Al final acabamos extenuados en medio del camino, con el horizonte más lejos y el cuerpo y la mente maltrechos, víctimas de una manera de funcionar que intenta aplacar una sed que cuanto más se intenta saciar más sed deja. Paradoja de las paradojas. Infinita sed que nunca acaba.  Paradójicamente hablando practicar la vía es detener la búsqueda, detener al espíritu hambriento que nos habita,  trasmutar y dar un giro de 180 grados para dirigirnos a la pared espejo, escuchar las enseñanzas y encarnarlas en la propia vida.

A Tozan dicha búsqueda le llevó al monte Tung y allí con el maestro Nansen siguió practicando. En la siguiente entrega veremos que le deparará a Tozan con el maestro Nansen.

 Eduardo Donin García.          

 (Dojozen Genjo Pamplona-Iruña)

 

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