El ego según el budismo zen, Roland Yuno Rech
EL EGO, SEGÚN EL
BUDISMO ZEN
La historia del zen,
desborda enseñanzas sobre la naturaleza del ego. Ciertamente existe pero no de
manera substancial, permanente,
separada. Identificarse con esta construcción mental causa el
sufrimiento de los seres humanos. La Vía del despertar consiste en liberarse de
ese encerramiento egocéntrico para vivir en interdependencia con todas las
existencias.
El ego, es eso a lo que me refiero cuando digo: “Yo,…” Su
existencia tiene un carácter de evidencia inmediata. Es mi personalidad, la
suma de mis experiencias pasadas, de eso con lo que me he identificado, los
valores a los que me adhiero.
Es, por tanto, una construcción mental que me da el sentido
de mi identidad personal y me sirve de referencia en mis relaciones con los
otros. Puedo dudar de todo, salvo del hecho de que hay alguien que duda y que
soy yo. “Ego cogito ergo sum”: “Pienso, luego existo.” Es la expresión de esta
evidencia inmediata que permitió a Descartes salir de su duda sistemática.
En el budismo zen, se cuestiona la naturaleza de esta evidencia.
Cuando el monje chino Nangaku fue a ver al Maestro Eno (Houei-Neng), este le
preguntó: “¿Qué viene así?”
Nangaku no supo que responder. Meditó largo tiempo esta
cuestión que se convirtió en su koan.
Al cabo de siete años, terminó por responder: “No es algo.” Dicho de otro modo,
no es algo asible, nada limitado, nada separado de todo el universo.
Cuando el monje Eka fue a ver al Patriarca Bodhidharma que
hacía zazen en su cueva en Shaolin, le dijo: “Maestro, sufro, mi espíritu no
está en paz. ¿Puedes pacificarlo?” Bodhidharma le respondió: “Muéstrame tu
espíritu y lo pacificaré.” Eka contestó- “He buscado mi espíritu pero, es
inasible” “En ese caso ya está pacificado,” le respondió Bodhidharma.
Dicho de otro modo, si comprendes, de verdad, que tu espíritu
es inasible, sin substancia, vacuidad, la raíz de tus sufrimientos es cortada,
así como todos los apegos que son causa de ella, exactamente igual que cuando
Nangaku comprendió que su ego no era algo asible. Esto conlleva el hecho de que el ego no existe de forma autónoma, es
una construcción mental, el resultado de causas interdependientes, con las que
nos identificamos erróneamente. Esta identificación, es como los espejismos, el
resultado de un deseo, el de existir, deseo que es la causa de nuestra
existencia en este mundo.
Como, en el fondo de nosotros mismos, sentimos la fragilidad
de esta identificación con nuestra historia y nuestra personalidad, tenemos
tendencia a reforzar nuestro ego. Y esto se convierte en causa de numerosos
deseos, especialmente el deseo de reconocimiento, de éxito, deseo que aumenta
nuestras ambiciones, nuestra impaciencia y nuestra hostilidad contra todo lo
que impide la realización de nuestros deseos. De manera que, deseos y odios son
los dos grandes venenos que generan nuestro egocentrismo, que se basan en
nuestra ignorancia de la realidad de nuestra vida.
Liberarse de ello implica un despertar profundo, que es el
sentido de la práctica de la meditación zen, zazen. El Maestro Dogen escribe en
el Shobogenzo Genjokoan: “El Dharma
de Buda consiste en aprender a conocerse a sí mismo. Aprender a conocerse a sí
mismo, es olvidarse de sí mismo, y olvidarse de sí mismo es ser despierto con
todas las existencias.”
El Buda no negaba la existencia del ego, pero negaba que
tuviera una existencia substancial, permanente, independiente de las causas y
las condiciones que le hacen existir de forma impermanente. No comprender esto
y no aceptarlo es la causa de dukka,
el sufrimiento fundamental de los seres humanos, que Shakyamuni resolvió con su
despertar. Es, a partir de este despertar a la existencia en total
interdependencia con todas las otras existencias, que enseñó la Vía de la
liberación, bajo la forma del Óctuple Sendero. Una ética, una práctica de
atención y de concentración que permiten la sabiduría (que no es otra cosa que
comprenderse a sí mismo profundamente y armonizarse con esta comprensión). Lo
que consiste en liberarse del apego al propio ego y, por tanto, a las causas de
nuestros sufrimientos. Liberados del encerramiento egocéntrico, podemos
abrirnos mejor a los otros, ponernos en su lugar y sentir compasión y bondad hacia
ellos.
Actualizar esta realización, se convierte en el sentido de la
vida de los que siguen esta Vía transmitida desde el Buda. Libertad interior y
amor generoso hacia todos los seres vivos, permiten encontrar el fundamento de
una ética de vida que, a menudo, falta en nuestra época actual, en la que los
seres ya no pueden contentarse con someterse a reglas y preceptos, pues tienen
necesidad de experimentar la verdad por ellos mismos, lo que, por otra parte,
recomendaba el Buda.
Si bien nuestro ego puede ponernos en la pista, cuando
discierne las causas de su sufrimiento, permanece siendo, sin embargo, el
obstáculo principal a la liberación. No soy “yo” quien realiza el despertar: es
la práctica quien lo realiza, llevándome más allá de mí mismo, permitiendo,
así, a la naturaleza de buda hacerse realidad inconscientemente y naturalmente.
Pero, esto implica que podamos soltar presa, que abandonemos el apego a nuestro
ego. Para ello, no hay que tener miedo a hundirse en la nada, pues el abandono
del ego no significa su pérdida, sino su superación en la dirección de una vida
más auténtica, en armonía con nuestra verdadera naturaleza. Eso no es una
substancia, sino una manera de ser que actualiza nuestra interdependencia con
todos los seres.
Y así, todos los encuentros y las situaciones que vivamos en
la vida cotidiana, serán la ocasión de actualizar este despertar, en el gozo y
la felicidad compartida.
Roland Yuno Rech
(Dojozen Genjo Pamplona/Iruña)
Estupenda enseñanza. Gracias
ResponderEliminarMuy buena reflexión, gracias por compartir-la
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