La
consciencia original, también llamada rostro original o espíritu de Buda, es fundamentalmente libre y, entre las
libertades que tiene a su disposición, está la de identificarse o no
identificarse.
Su condición natural, aquella en
la que puede ser plenamente ella misma, es la de no identificación, la de no permanecer
en nada, no «apegarse a nada y no rechazar nada».
Sin
embargo, es libre de identificarse con el cuerpo y la mente y experimentar lo
que esta condición limitada tiene que ofrecer en cuanto a júbilo y
sufrimiento: júbilo de creerse autónomo, dotado de voluntad propia y poder
personal; sufrimiento de sentirse separado de los otros y del mundo, y
experimentar la amarga frustración que la aparición de la pulsión del apego
engendra inevitablemente.
Cuando,
harta de ese vaivén de júbilo efímero y sufrimiento/frustración repetitivo y
contrariada por que la búsqueda de beneficios, amores, éxito, diversión, no
haya llevado a la felicidad estable y
profunda que se esperaba, vuelve a la búsqueda
espiritual, ésta le revela de inmediato que no hay unión posible entre la
felicidad estable y la convicción de ser una entidad separada.
Al
practicar la Vía de manera asidua, llega un momento en que la consciencia
reconoce que ella misma es la felicidad estable y profunda que se busca en
los objetos exteriores y que esta búsqueda en sí constituye el gran obstáculo
para su realización.
En este
punto, es cuando se comprende de verdad mushotoku
y se puede entrever realmente su poder espiritual: no hay nada que buscar, ni
codiciar, todo está ahí: paz, felicidad, plenitud, en el seno mismo de la
consciencia, en apariencia fragmentada por la identificación con lo que Buda llama
«los cinco agregados de apropiación» y de los que nos sugiere observar que «ése
no soy yo, esto no es mío, ése no soy yo y esto no es mío» (aparentemente
fragmentada, porque la consciencia en tanto que tal no puede fragmentarse
nunca, al igual que un espejo no se ve afectado por las características
particulares de los objetos que se reflejan en él).
Cada vez
que la consciencia abandona la identificación, vuelve a su grandeza original;
cada vez que, por la fuerza de la inercia y el hábito, se identifica, se
aleja de nuevo y vuelve a caer en las turbulencias del samsara.
Al principio del proceso de evolución, la consciencia no está acostumbrada a
permanecer en sí misma y el deseo de aventurarse por los caminos del samsara la sigue seduciendo por
momentos: la fascinación por tal o tal fenómeno, los viejos hábitos de apego
o rechazo, el surgimiento repentino de deseos evitados en las capas profundas
del subconsciente que nos sorprenden con su intensidad y el vigor aún intacto
de su poder de atracción; aunque nos creamos liberados de una vez por todas
de «ese tipo de cosas». Sin embargo, la perseverancia en la práctica y el
aumento de la frecuencia de los períodos de no identificación actúan de
manera que la consciencia se siente cada vez más cómoda en sí misma y en
tanto que sí misma.
Entonces,
puede toparse con numerosos fenómenos y enfrentarse a las situaciones a veces
dolorosas de la vida cotidiana sin verse alterada de manera duradera. Su
capacidad de provocar sufrimiento se disipa bajo los efectos salvadores de su
luz, esa luz tan bien descrita por Koun Ejô en su Kômyôzô Zanmai
(El samadhi del tesoro de la luz
maravillosa).
En ese
momento, en lugar del sentimiento de carencia tan característico de una
consciencia confundida con las identificaciones, un sentimiento de
tranquilidad y felicidad serena se desprende del trasfondo de nuestras vidas
a la vez que aflora en nuestras actividades y relaciones. Éstas,
anteriormente condicionadas por la ilusión de la separación y las
expectativas egóticas que resultan de ella (por ejemplo, interesarse por los
demás solo cuando queremos obtener algo de ellos y mostrarnos indiferentes u
hostiles cuando no pueden sernos de utilidad), se transforma por el
descubrimiento de que el universo que percibimos como exterior existe, de
hecho, en el interior de nosotros mismos, en ese «nosotros mismos» que se
amplía hasta alcanzar la vastedad de la consciencia original.
Y es así
como, cuando la consciencia vuelve a su fuente, emergen de forma natural el
amor incondicional y la compasión desinteresada: el amor/compasión se unen a
la sabiduría/desapego y uno y otro resultan ser las dos caras indisociables
de la misma realidad infinita.
Gérard Chinrei Pilet (Noviembre de 2019)
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Buenas noches desde México.
ResponderEliminar¿Los cinco agregados de la apropiación son los cinco skandhas? ¿En cuál Sutra recomienda observar la separación entre el agregado y la conciencia?
Gracias por su respuesta.
Hola Israel, esta es la respuesta que de envía Gérard:
ResponderEliminar"Oui, les cinq agrégats d’appropriation sont bien les cinq skandas.
Cette question n’est pas traitée de façon spécifique dans un sûtra particulier mais le Bouddha l’aborde indirectement ou directement dans de nombreux sûtras, par exemple quand il évoque la question de l’anâtman, c’est-à-dire le fait qu’il n’existe pas d’ego substantiel. Ou bien quand, après avoir énuméré les cinq skandas, il dit à leur sujet: "ceci n’est pas moi, ceci n’est pas mien, ceci n’est ni moi ni mien »."