Roland Yuno Rech, La empatía, MOissac 2018 ...
Durante
la práctica del zazen, volvemos al cuerpo regularmente y esta vuelta al cuerpo,
evita que nos dejemos llevar por
nuestros pensamientos. El cuerpo nos devuelve al aquí, la respiración al ahora.
El leitmotiv de nuestra práctica, es volver al aquí y ahora. Pero eso debe ser
realizado concretamente, es decir, instante tras instante, sin dejarnos
distraer por nuestras fabricaciones mentales. Estamos sentados ante la pared,
lo que nos evita ser distraídos por los objetos del mundo exterior.
Concentrarse
en la respiración y en el cuerpo no quiere decir quedarse ensimismado. Al
contrario, la concentración en el cuerpo permite desapegarse del mental
ordinario que fabrica sin cesar nociones opuestas, tales como la práctica y el
despertar que espero obtener más tarde, yo y los otros, yo y Buda.
Abandonar
ese apego a la fabricación mental que es nuestro ego, es lo que permite la
apertura del corazón y de la mente. Lo que permite, al no estar ya llenos de
nuestras preocupaciones personales, poder volvernos receptivos a los otros y a
la naturaleza.
Esto
es lo que permite la empatía, es decir,
la capacidad natural que tenemos de ponernos en el lugar del otro. Y esa
capacidad es, a menudo, obstruida por el egocentrismo que hemos desarrollado
desde nuestra infancia por el excesivo apego al ego. Como ya he dicho, el ego
es necesario, pero no puede ser sobrevalorado.
Muchas
cosas en la vida son necesarias: es necesario comer, pero no volverse bulímico.
Es necesario tener relaciones sexuales, pero no volverse un obseso sexual. Es
necesario ganarse la vida, pero no volverse excesivamente ambicioso y buscar
puestos elevados con alto salario, en detrimento del resto de la propia vida y,
a menudo, en detrimento de los otros.
La
enseñanza de Buda, el Óctuple Sendero, la práctica de la Vía, es la práctica de
la Vía del Medio que abraza los polos de toda nuestra dualidad, en particular
uno mismo y los otros. Ser capaz de ponerse en el lugar del otro implica una
mente fluida, una mente suficientemente desapegada de sí misma como para poder
salir de sí y ponerse en el lugar del otro. Es un movimiento natural. Es
preciso reencontrar ese movimiento natural eliminando los obstáculos a la
empatía, en particular, el miedo a dañarse uno mismo si dedicamos la atención y
el tiempo a los otros. Al practicar zazen remediamos ese miedo, pues ya no
hacemos diferencia entre uno mismo y los otros. Cuidar de los otros es cuidar
de uno mismo. Es lo que hacemos en una vida en la que, la mente que separa sin
cesar, que discrimina, es dejada de lado.
Desde
que somos capaces de colocarnos en el lugar del otro, aparece el espíritu de
compasión, que no tiene nada que ver con un mandamiento del tipo: “Ama a tu
prójimo como a ti mismo”. El amor no se ordena, tampoco la compasión. La
compasión proviene de esa facultad de convertirse en el otro. No sólo sentir
eso que necesita, sino ayudarle de verdad. Y la mejor manera, como decía el
sexto patriarca, el Maestro Eno es ayudar al otro a despertarse a su verdadera
Naturaleza de Buda; pues en el fondo, es nuestra Naturaleza de Buda la que nos
despierta a cada uno, la que nos libera. No podemos liberar a los otros. A
veces, traducimos el primer voto del bodhisattva por: “Hago el voto de liberar
a todos los seres”. Esto no es posible. No podemos liberar a los otros, pero
podemos ayudarles a liberarse; a ser liberados por su Naturaleza de Buda, con
la que podemos ayudarles a entrar en contacto, principalmente gracias a la
práctica de zazen, a la práctica justa de zazen.
La
capacidad der sentir compasión, compasión activa, es el mejor criterio para
medir nuestra evolución en la Vía. Aunque practiquemos asiduamente, aunque
estemos muy concentrados, si permanecemos egocéntrados, si no nos preocupamos
de los otros, si no sentimos el deseo profundo de ayudarlos, es que algo no se
ha hecho realidad, algo no se ha resuelto en nosotros. Entonces, es inútil
culpabilizarse, pero es bueno sentir qué es lo que pasa, lo que nos pasa, qué
hace que haya un obstáculo a la apertura del corazón.
En
un primer tiempo, puede que sea útil ponerse conscientemente en el lugar del
otro, una especie de ejercitarse, por ejemplo, desarrollando la capacidad de
escucha. Mientras que, a menudo, las personas que hablan entre sí, no tienen
más que una necesidad que es hablar de ellos mismos, tomar la palabra para
hablar de sí mismos. Tenemos problemas para estar de verdad a la escucha del
otro. Así, en un primer tiempo puede ser bueno ejercitarse en la escucha, en la
empatía.
Por ejemplo, los samu son un excelente terreno de ejercicio de la empatía. En una
cocina, la gente que trabaja junta, puede estar constantemente atenta a hacer
el gesto justo para ayudar al otro en lo que está haciendo. La empatía es lo
que permite a los seres humanos cooperar. En un lugar, cada uno debe estar
concentrado en lo que tiene que hacer pero, al mismo tiempo, abierto a lo que
hace el otro para cooperar.
Y esta apertura de corazón, esta atención
al otro, se extiende igualmente a todo nuestro entorno. Cuidar el medio
ambiente, es cuidarse a sí mismo. Contaminar el medio ambiente, es contaminarse
uno mismo. En interdependencia, todo lo que hacemos, termina por volver a
nosotros mismos.
Tener
compasión por los seres, ayudarlos, es también tener compasión por uno mismo y
ayudarse uno mismo, pues en el fondo, no hay separación real entre los dos.
Hacer realidad esto nos quita el miedo de perjudicarnos a nosotros mismos, por
ser demasiado compasivos y no estar suficientemente centrados en nosotros
mismos.
Ser
capaces de ponernos en el lugar del otro es la clave para unas relaciones
armoniosas, particularmente en las parejas. A menudo, las parejas se reprochan
mutuamente su egoísmo. La vida de pareja, es un excelente lugar de práctica de
la Vía. En la intimidad con alguien, es importante sentir el deseo del otro, ponerse
en su lugar y cubrir su deseo. Cuando los dos hacen lo mismo, es decir están en
una reciprocidad de atención el uno al otro, entonces, la pareja funciona bien.
Esta
apertura de corazón en una relación de amor con alguien, no debe ser limitada a
la relación amorosa. Buda, enseñaba a ejercitarse justamente, en eso que
llamamos la práctica de los Cuatro Ilimitados, ejercerse en la compasión:
En
primer lugar con la gente que amamos. Es lo más fácil. Luego con la gente que
nos es indiferente, los vecinos, la gente con la que nos cruzamos en la calle,
en el trabajo. Y finalmente, con la gente con la que tenemos dificultades, que
pueden habernos hecho daño, que no estamos dispuestos a amar en absoluto.
Y, ejercitarse en la compasión, la empatía,
colocarse en el lugar del otro, sentir sus necesidades, no juzgarlas, sino, al
contrario, encontrar la manera de ayudarle y, sobre todo, permitirle tomar
conciencia, ser capaz de ayudarse a sí mismo, es la práctica del bodhisattva.
Es lo que hace que nuestra práctica, lejos de
ello, no esté limitada a sentarnos cara a la pared y volver la mirada hacia el
interior sino, al contrario, abrirnos a todas nuestras relaciones con nuestro
entorno, con un espíritu de compasión y benevolencia.
Los
dojos, la sangha, son lugares privilegiados para ello, pues todos tenemos
el mismo estado de espíritu, practicamos todos en la misma dirección. Así,
empecemos por la sangha, porque ella
se convierta en el tesoro, el tercer tesoro, pero que al mismo tiempo, como
decía el Maestro Dogen, en la presencia de Shakyamuni Buda aquí y ahora. El Dharma, las enseñanzas, todavía pueden
ser algo relativamente abstracto, pero la sangha
son seres vivientes que encarnan el Dharma
de Buda. Cuando actualizan su presencia entre nosotros, somos, de alguna forma
cada uno los representantes de Shakyamuni Buda.
Si nos comportamos así, teniendo en cuenta
esto, la sangha se vuelve un verdadero tesoro y venir a ella a practicar una
verdadera felicidad.
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