La plenitud, Patrick Pargnien
LA PLENITUD
Cuando nos comprometemos en la
práctica de la meditación sentada, es esencial dejarse absorber en la realidad
viva del aquí y ahora. Dejarse absorber en el aquí del cuerpo y en el ahora del
movimiento, del ritmo del aliento. En la absorción en la intimidad del aliento,
no solamente el aire se inspira, no es solamente el aire lo que se exhala sino
que es el ser en su totalidad el que se abre durante cada inspiración. El ser
en su totalidad es el que se distiende, que se une durante la espiración.
En esa absorción en la intimidad
del aliento, es el flujo, el movimiento del universo el que respira. En esa
calidad de presencia, ¿qué podría faltar?
Así, absortos, abandonados en la
sencillez de la sentada, el corazón del espíritu es como el agua clara,
tranquila, límpida.
Cuando el viento comienza a soplar
sobre el agua de un lago de aguas transparentes, límpidas, la superficie se
mueve, los reflejos de los árboles, del cielo se perciben mucho menos así como
su profundidad.
Cuando la superficie de esta agua
límpida, clara de la mente se mueve, no son los fenómenos en ellos mismos
quienes la mueven sino el viento de la identificación, de la apropiación, el apego
a esos fenómenos.
Cultivando la intención de estar
en la no-asida y el no-rechazo, cultivando un espíritu abierto que acoge lo que
es, tal como es, el viento se calma y el corazón del espíritu se clarifica.
En esta claridad se manifiesta una
visión penetrante que ve cada fenómeno como reflejo y que ve claramente su
aspecto transitorio, fugitivo, su aspecto vacío de existencia propia.
De esta forma el corazón del espíritu
ya no se ve afectado, perturbado por los diferentes fenómenos que van y vienen.
Es solamente ahí con lo que está, sin moverse, sin intervenir.
¿Por qué es esencial abandonarse
en la sencillez de la sentada?
Porque no es la voluntad personal,
la identidad la que decide no asir, no rechazar. Pero es en esta visión
penetrante de la impermanencia, del aspecto transitorio de cada fenómeno y de
su aspecto vacío de propia existencia de donde emerge una comprensión intuitiva
que ni el aferre, ni el rechazo pueden manifestar, pues fundamentalmente no hay
nada que asir y nada que rechazar.
En eso, reside la tranquilidad del
cuerpo, la paz del espíritu, la alegría del corazón.
En eso, no queda más que la
contemplación de la plenitud de cada instante.
De corazón
a corazón
Patrick
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