La conducta ética- Patrick Pargnien
La
conducta ética
Si consideramos la vida como un don
precioso y la recibimos como tal hay en nosotros un sentimiento de
alegría, de cariño y de gratitud hacia la menor manifestación de lo vivo: una
flor que se abre a la luz del sol, el canto del viento en las hojas de los
árboles, una sonrisa, la presencia de un ser querido… De este sentimiento de
gratitud emerge naturalmente la generosidad, el impulso del compartir y del
amor.
Voy a continuar ahora con las seis
prácticas del Bodhisattva, con la conducta ética.
La conducta ética se apoya en el
pedestal de la compasión y del amor universal hacia todos los seres, está en el
corazón de todas las enseñanzas de Buda. Lo que nos pide ante todo tomar
conciencia de la facultad de benevolencia, de amor que está en nosotros para
poder sentirlo en todos los seres y por todos los seres. Se declina en diez
preceptos o fundamentos éticos que establecen los fundamentos del camino
espiritual.
De entrada, lo más importante es no
interpretar, no vivir estos fundamentos como grandes principios morales
fundados sólo en prohibiciones, mortificaciones, o vivirlos como grandes leyes
congeladas en que habría que seguir apoyándose sólo con una acción voluntaria.
La conducta ética expresa la
“naturaleza” la sabiduría de Buda. Buda empleado aquí en el sentido de la
realidad despierta que está en el corazón de cada ser humano.
Yoka Daishi decía que los preceptos
están impresos en el fondo de nuestro espíritu, es decir que no son leyes
exteriores. Nos cimientan en nuestra realidad más profunda, la más íntima. Son
la manifestación, la expresión misma del espíritu del despertar, (Bodaishin).
La conducta ética es pues el arte
precioso de ser buda (de ser despierto) en la vida cotidiana. No podemos
realizarlos y comprenderlos sólo con nuestra voluntad o por la inteligencia
conceptual. Si no, la trampa es que se convierten en principios, dogmas y que
el sistema condicionado (ego) se sirve de ellos para reforzarse, para asentar
un poder, para afirmarse sobre los otros.
A partir de la práctica de la
meditación sentada (zazen), podemos comprenderlos cada vez más profundamente,
con la sabiduría del cuerpo y de la mente sin separación. En ese sentido la
raíz de los preceptos, su esencia, es zazen. Ellos son la manifestación de
zazen, y él mismo es la manifestación del corazón despierto, en la acción de la
vida cotidiana. Ellos son el trazo de unión entre los actos en la propia vida
cotidiana y los valores filosóficos permitiendo así que lo cotidiano de la vida
y la vía, el compromiso espiritual sean un único y mismo gesto.
A propósito de esto el Maestro
Deshimaru decía: “Los preceptos simbolizan la transmisión de Buda, reflejan el
satori, el despertar al espíritu de Buda. El precepto más alto es zazen. Zazen
está más allá de los preceptos, los incluye a todos. Los preceptos de los sutras permanecen en un nivel
formalista, hacer zazen nos lleva a convertirnos en Buda, la vida cósmica, el
verdadero precepto.”
Lo que se expresa aquí no induce a que no haya que hacer de ellos el
eje de nuestra vida, pues son una luz para iluminar el camino de nuestra
existencia, un apoyo para no conducir nuestra vida únicamente a partir de
nuestros condicionamientos, de nuestros esquemas mentales.
Si sólo estamos animados en nuestra
vida por el espíritu de zazen, el espíritu de compasión, de no-separación de
todos los seres, con todo el cosmos; no tendríamos necesidad de seguir los
preceptos, cada una de nuestras acciones sería su expresión.
Cuando somos guiados cada vez más por
el espíritu del despertar, ya no es el sistema condicionado el que nos conduce,
entonces, el hecho, la intención de matar, de robar, de codiciar, de criticar,
de embriagarnos, etc.… no nos cruza por la mente, no arrastrando así el acto.
Pero, si observamos con una atención
desprovista de juicios y sin complacencia nuestra manera de ser, nuestra manera
de funcionar en la vida, podemos tomar conciencia de que nuestra vida a menudo
es dirigida por el funcionamiento del ego que busca almacenar saber,
conocimiento, amontonar objetos materiales y apegarse a ellos, que busca tener
poder sobre sí, sobre los otros, sobre el mundo. Encerrándonos en la creencia
de que la felicidad, la libertad se encuentran exclusivamente en los diferentes
objetos del mundo exterior.
La identificación con este sistema nos
hace vivir a través de los deseos, del odio, del miedo. El miedo al mundo, el
miedo a los otros; y a partir de esto, se despliegan todos los procesos del
ego: la apropiación, el apego, la lucha, el rechazo, la oposición, la
separación… que rigen nuestra vida creando sufrimiento en uno mismo y alrededor
de uno mismo.
En interdependencia con esta toma de
conciencia, los preceptos pueden ser necesarios, pueden ser una verdadera ayuda
en la Vía, permitiendo poner de relieve nuestras actitudes condicionadas y transformarlas,
dando una respuesta más ajustada y así, ser el vehículo despierto que conduce
nuestra vida.
Si en nuestra manera de vivir, de estar
con los otros comprendemos que algunos de nuestros actos están alejados de la
conducta ética, es importante que esa comprensión no se transforme en
culpabilidad o juicio. Como también es importante que esa comprensión no la
miremos con complacencia. Sino que ella nos permita reajustar nuestras acciones
o intenciones para que no provoquen ningún sufrimiento.
No olvidéis que la conducta ética se
apoya no sólo en el pedestal del amor y de la compasión hacia todos los seres,
sino también en la consciencia de que la facultad de benevolencia y de amor
está en uno mismo.
Que esta conducta pueda ser una
compañera preciosa en la vía para despertarnos a nuestra más vasta dimensión,
irradiando así en cada una de nuestras acciones…
Deseándoos una buena práctica,
De corazón a corazón, Patrick
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