Zazen en la cárcel
Zazen con los presos
Una vez al mes, voy a
prisión. Por propia voluntad. Hago zazen con algunos presos. Una de ellos me
había escrito para pedirme crear un grupo de zazen en la cárcel de Aix-la-Chapelle.
Tras algunos meses lo conseguimos y desde febrero de 2008 hacemos regularmente
zazen.
El reglamento de la cárcel es estricto: los zafus no están
autorizados, nos sentamos en mantas dobladas. Tenemos exactamente dos horas y
ni un segundo más a disposición. Muchas veces hemos tenido que dejar el
calzado en los pasillos porque habíamos tenido que dejar la sala. Tan sólo es
permitido un equipamiento mínimo. Al principio, tuve que negociar ferozmente
con los funcionarios para cada accesorio tal como el Buda, la campana, Cuaderno
de kusen. Pero improvisamos y lo principal es que hacemos zazen.
Como el tiempo está medido, debo limitar la introducción
para los principiantes. Las ceremonias están adaptadas, pero casi todos recitan
el Hannya Shingyo con una voz fuerte y firme.
Muchos tienen problemas corporales y, en consecuencia,
dificultades para tomar la postura de zazen. Pero se esfuerzan. En el dojo o
durante las sesshines, para corregir su postura, tocamos el sacro de los
practicantes, pero allí, pido educadamente (y respetuosamente) si puedo
corregir la postura. Los participantes son “duros,” es decir tienen
condenas de muchos años. ¿Por qué? No quiero saberlo, pueden hablar de ello con
su terapeuta. Que yo sepa, no hay personas que hayan cometido violaciones o
delitos sexuales con menores, pues esos son encarcelados separados y no se
benefician de ningún privilegio.
Jamás he tenido miedo de pasar esas dos horas sola con “mis”
chicos. Tienen entre 25 y 60 años, un tercio de ellos son musulmanes y tienen
una postura fuerte. Aunque algunos tengan una espalda o unas rodillas dañadas o
una cantidad impresionante de metal en el cuerpo como consecuencia de roturas
de huesos, se esfuerzan en tomar la postura óptima adaptada a su situación.
Están deseosos de intercambiar. No quieren una discusión sin orden ni concierto sino más bien hablar de su
práctica, de un kusen, de un capítulo del Shobogenzo, o del zen en lo
cotidiano, que es aquí muy diferente de lo que podemos vivir en el exterior.
Para mí es siempre apremiante pero, al mismo tiempo, un desafío. Cuando preparo
un kusen o hablo con ellos, debo estar muy atenta pues su vida y sus
circunstancias son muy diferentes. A veces surgen cuestiones como: “¿Está bien?
¿Es normal que golpee a un delincuente sexual de niños? ¿Es una buena acción?
El grupo se entristece cada vez que un practicante asiduo es
liberado o transferido. Por supuesto que hay quienes lo dejan tras tres o
cuatro sesiones, porque es demasiado obligatorio o no hay pasteles… Pero los
que se quedan practican seriamente, tienen tiempo de preocuparse cada uno a su manera. En la sangha,
hemos reunido ya numerosos libros sobre budismo y los hemos ofrecido a la
biblioteca de la cárcel, así cada uno puede cogerlos en préstamo. Algunos
incluso de han comprado libros como el Shobogenzo.
Para mí es refrescante ver cómo algunos de ellos se
transforman con la práctica. En este microcosmos que es una prisión, es más
evidente que en el exterior. Empiezan a abrirse, aprenden a empezar a
comprender, hacen preguntas pertinentes, quieren aprender todavía más y están
ávidos de las enseñanzas. Dos de ellos han pedido la ordenación de bodhisattva.
Después de haber hablado de ello con Roland, que me dio su consentimiento, hice
un taller de ordenación especial para ellos, lo que no agradó a los
funcionarios, pues eso les daba más trabajo y me lo hicieron saber. Pero con
ayuda de la asistenta social, de Silvia Lever y de algunos miembros de nuestro
dojo, hice una ceremonia de ordenación aunque muy improvisada, idéntica a las
de Grube o Maredsous con los mismos sutras, los sanpais, la ceremonia del
arrepentimiento, los rakusu, la transmisión. Fueron acogidos en la sangha y
llevan el rakusu durante el zazen, evidentemente.
Una vez al mes voy a la prisión y ayudo a algunos
prisioneros a huir de la prisión… No del edificio con sus barrotes en las
ventanas y las numerosas puertas de seguridad, sino de la prisión que existe en
sus cabezas. La mayor parte de los liberados, llevan la cárcel para el resto de
su vida en ellos. Los que practican zazen, dejan esa prisión en la cárcel tras ellos
Sin palabras. Ojalá se me ocurra cómo reproducirlo!
ResponderEliminarAbrazos.
Un compañero comienza este mes. El proceso un poco largo, con una serie de entrevistas, un proyecto ... pero ha seguido su vocación y su sueño y lo ha logrado.
EliminarSampai
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