11-11-11 ZAZEN

Zazen


Durante zazen, cuando os concentráis en la postura, concentraos totalmente en la postura, hasta el punto de que ninguna otra preocupación tenga ya lugar. Entonces, la concentración en la postura se vuelve la realidad total de este instante. Nos volvemos completamente el cuerpo en la postura de zazen. Toda concepción respecto de nosotros mismos o bien respecto del zazen queda entonces abandonada, para volvernos un cuerpo y un espíritu sentados en zazen.
Cuando nos concentramos en la respiración, quedamos por completo absorbidos por la respiración. Nos volvemos totalmente uno con la inspiración cuando inspiramos, uno con la espiración cuando espiramos. Se abandona cualquier otra preocupación. No debería haber siquiera concepción alguna sobre la respiración: ¿es larga o corta? Poco importa. Estamos sólo en el acto de respirar. En ese momento, la respiración se vuelve nuestra práctica absoluta de este instante.
En zazen, sentados frente a la pared, cuando volvemos nuestra mirada hacia el interior y nos observamos, nos percatamos íntimamente de que todo lo que nos constituye es impermanente, y de que aun nuestro propio espíritu es inasible. Esta enseñanza tiene por efecto liberarnos del apego a nuestro ego, suavizar la mente, resituarnos en la realidad tal cual es, en la realidad de nuestra total interdependencia con el orden cósmico; por ende, tiene por efecto abrirnos, ampliar el espíritu más allá de todas nuestras categorías mentales, disolver todas las coagulaciones del ego. A veces, algunos se equivocan pensando que la práctica del zen se trata de una forma de desarrollo personal en que hay que afirmarse a sí mismo. La práctica del zen es olvidarse de uno mismo. Sin embargo, este olvido atañe simplemente a una noción falsa que uno tiene de sí. Lo que se olvida, lo que se abandona, es una ilusión acerca de uno mismo. En cambio, al practicar, podemos experimentar la realidad de nuestra vida de cada instante. ¡No es la nada! Por supuesto, no es nada sustancial, nada coagulado, nada separado, pero al mismo tiempo nuestra existencia se actualiza a cada instante.
Cuando miramos desde el punto de vista del tiempo, observamos la impermanencia, pero es porque todavía pensamos y porque tenemos noción de lo que antes era, de lo que ahora es, las suposiciones o las expectativas de lo que más tarde será. Mediante ello, construimos la noción de la duración y del tiempo que corre. Es a través de la memoria y de la imaginación como se construye el tiempo. Es una concepción, una categoría de la mente. Por eso, la enseñanza de la impermanencia es sólo un aspecto de la realidad, tiene por fin disolver las coagulaciones mentales, el apego a algo fijo. Cuando esto se realiza, o durante su realización, es pues importante comprender y experimentar que el tiempo también es una ilusión, una construcción.
En esta práctica de la concentración, ya no vemos que el tiempo corre, sino que vivimos una sucesión de instantes presentes, totalmente vivenciados, totalmente experimentados. Es la experiencia de una total afirmación de lo que es justo ahora. Ninguna afirmación del yo, de mi ego, sino de la posición dhármica en que uno se encuentra, que es única, que es importante vivir plenamente, ya que «yo» no soy otro. Nadie puede practicar este zazen en «mi» lugar. Nadie puede despertar en «mi» lugar.
Por supuesto, podemos recibir enseñanzas, consejos, recomendaciones, seguir el ejemplo de nuestros antecesores, pero no podemos sino realizarlo en este instante y por nosotros mismos. Como decía Joshu: «Si mear nadie puede hacerlo por mí, con tanto más razón el despertar». Así que penetrar por completo en este lugar, en este sitio, en este momento de nuestra vida, es muy importante. Todo lo demás no son más que sueños, construcciones mentales. Este instante no se convierte en el instante siguiente. El instante siguiente es otra coyuntura, otra realidad. Habrá un instante, luego otro y así sucesivamente. Cada uno de esos instantes es una realidad.
Como decía Dogen: «Es falso creer que, al arder, la leña se transforma en ceniza». Antes, había leña; luego, habrá un montón de cenizas; pero la realidad de la leña, la realidad de la ceniza, son dos realidades diferentes. Es sólo porque nos acordamos de la leña que estaba antes, que decimos: la leña se ha convertido en cenizas. Pero, en realidad, la leña era un estado del tiempo, una posición y, algunos instantes más tarde, es otra posición la que se actualiza: la del montón de cenizas.
De la misma manera, no se dice que el invierno está convirtiéndose en primavera, ya que el invierno es una realidad y la primavera es otra. Cuando hay nieve, cuando hace frío, cuando el sol se pone temprano, es invierno. Cuando los días se alargan, cuando se abren los cogollos, cuando hacen eclosión las flores, cuando cantan los pájaros, es primavera: otra realidad. Pero de ninguna manera puede el invierno convertirse en primavera. El invierno es totalmente invierno, y la primavera, primavera.
Si vemos así las cosas, podemos comprender la enseñanza de Buda respecto a la vida y la muerte, a saber: que la vida no se transforma en muerte.
La realidad de la vida y la realidad del cadáver son dos realidades diferentes, totalmente discontinuas. Mientras vivamos, nos concentramos totalmente en la vida. La vida es la vida absoluta. Por supuesto, con la imaginación podemos decirnos que algún día ya no estaremos vivos, pero no moriremos ya que la vida no se convierte en muerte. La vida es la vida y la muerte es la muerte. Son dos estados radicalmente diferentes.
Es importante entenderlo ya que si no vemos más que el lado impermanente, del cambio, de la no sustancia de todo, tenderemos a estar en un estado mental evanescente, mientras que la práctica del zen es una práctica en la acción, en la total concentración sobre cada acto y a cada instante. Como en kin-hin, totalmente concentrados en cada paso, como en una sesshin, totalmente concentrados en cada momento de la práctica, en zazen cuando hay zazen, en el canto de los sutras cuando cantamos, en la comida cuando comemos, en el samu cuando es hora del samu, en el sueño cuando es hora de dormir. Cuando se vive plenamente cada una de estas actividades, se vive cada día sin nada incumplido, sin remordimiento, sin falta. Nuestro espíritu se sitúa por completo más allá del tiempo y de la impermanencia, en la dimensión de la realidad que puede llamarse “eterno presente”; pero ¡aún así es una denominación!
El presente remite al pasado y futuro pero, cuando estamos verdaderamente concentrados a cada instante, no hay pensamientos tales como después, pasado, presente, ni futuro, sino simplemente la vida vivenciada totalmente justo ahora; simplemente concentrados en llevar a cabo lo que tenemos que llevar a cabo, justo ahora; el después no es importante. Experimentar eso es particularmente posible durante una sesshin. Todo converge para poder realizar esa experiencia. A continuación, podemos seguir de la misma manera en la vida cotidiana. Simplemente, consumar, cada día, aquello que tenemos que hacer. Es el mejor modo de ser zen en la vida en que todo el mundo sueña “ser zen”. Es solamente un slogan, sin realidad alguna.
Si queremos realizar el sereno espíritu del nirvana, ello remite a la expresión «ser zen», que quiere decir estar solamente concentrado en el instante presente, abandonar todo remordimiento, no estar con expectativa de nada, sea lo que fuere, ni de resultado, ni de recompensa, ni de reconocimiento. Sólo llevar a cabo la acción absoluta de este instante.

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