Budismo y posicionamiento ético-político (Cuando la realidad nos supera), Eduardo Donin García
Cuando la realidad nos supera
El mundo, lo que llamamos mundo, está lleno de complicaciones. A veces lo que sucede en él, nos llena de estupor y extrañeza. Llega entonces una emoción como la perplejidad. Dicha emoción o percepción ocurre muchas veces, porque olvidamos algo esencial, que el mundo no es ningún paraíso, sino que está constituido más bien como drama y como tragedia.
A esto me gustaría añadir, lo que denomino “vacío zen”*1, que se da cuando el practicante medio, de nuestras sociedades de la opulencia, tiene que opinar o posicionarse ante problemas políticos y éticos complejos. Antes de proseguir, ¿quién es el practicante medio, en nuestras sociedades occidentales? Principalmente alguien, que agobiado por la ansiedad, o la forma de vida capitalista, encuentra en el zen, y en la práctica de zazen, la paz mental que buscaba.
Zazen en ese sentido funciona. No hay nada que objetar. Podemos declarar a zazen como un bien social, independientemente de lo profunda que sea nuestra práctica. Sin embargo, puede venirnos la pregunta lógica por otra parte: ¿Tiene zazen una dimensión social o política? Aquí la respuesta ya es distinta. En primer lugar tenemos que cambiar la forma de expresarnos. Zazen en sí mismo no existe. No existe sin una carne y unos huesos que los practiquen.
Esa carne y esos huesos somos nosotros. Podemos vivir en la ilusión de practicar un zazen trascendental, pero no hay nada que revele la carne que somos con mayor autenticidad que zazen. Vivimos en unos tiempos de auténtica degeneración y en medio de sociedades en descomposición. Estoy convencido de que si hubiera unas pastillas que te provocaran cerebralmente el samadhi, mucha gente elegiría las pastillas en vez de practicar zazen.
Prefiero practicar un zazen sin samadhi, que un samadhi sin zazen. En zazen entramos en contacto, no con dimensiones trascendentales, sino con esa carne que somos. Los pensamientos también surgen de nuestra carne, y zazen es el lugar privilegiado para ver lo que pensamos. También surge el samadhi e instantes en los cuales el pensamiento se detiene naturalmente. El cojín de zazen también se vacía, y queda como dice la enseñanza un zafu vacío*2. Pero zazen es un todo, y nuestra vida ni acaba ni empieza en el cojín. Volviendo al punto con el cual comenzaba esta reflexión ¿Qué pasa con el practicante cuando tiene que posicionarse u opinar sobre una realidad compleja? ¿Qué pasa cuando un sindicato monta una huelga, existe un llamamiento a una manifestación, hay que ir a las urnas a votar? ¿Qué pasa con los conflictos complejos como el palestino-israelí, la guerra en el Yemen, Nigeria o Ucrania? ¿Qué pasa con los silencios de la sociedad, por ejemplo, ante la matanza de cristianos que se ha dado y sigue dando en Nigeria, en Siria o en Irak, y no se han montando ni huelgas ni protestas? ¿Qué pasa con las manipulaciones a las cuales estamos sometidos? ¿Hay una posición búdica en alguna parte ante tanta devastación?
Ante estas situaciones no puede haber un zafu vacío*3. Podemos escondernos en aquella frase del Sin Jin Mei que dice: “Si realizamos el satori aquí y ahora, las ideas de justo o falso no penetraran más en nuestro espíritu”” La lucha entre lo justo o lo falso en nuestra conciencia conduce a la enfermedad del espíritu”. Con la excusa de ir más allá de la dualidad, podemos no pronunciarnos sobre el bien y el mal. Sobre lo justo o lo injusto. O sobre lo que creemos que es justo o injusto.
También podemos esperar que el “zen” se manifieste en algún sentido. Sin embargo, el zen no es una iglesia o una institución que tenga un credo, o una clara doctrina, ni los preceptos son mandamientos. En ese sentido no hay “zen”, es el practicante de carne y hueso el que tiene que asumir la responsabilidad de ser ciudadano. Desde ese punto de vista, podemos ver un vacio en la enseñanza budista, ya que esta no fue concebida para posicionarse en problemas sociales o políticos.
El satori del “aquí” y el “ahora”, “atemporal”, no vale para asumir nuestra condición histórica, nuestra posición en el espacio y en el tiempo. No hay una “naturaleza búdica” que venga a rescatarnos y que pueda decidir por nosotros mismos. Entonces tenemos que recurrir a nuestra “conciencia ilusoria” y a nuestra capacidad de pensar.
Todo ello podemos sentirlo, porque no somos el sosegado campesino chino, ni un Santoka errante, sino ciudadanos de las complejas sociedades del tardo-capitalismo. Zazen no nos exime de la responsabilidad de ser ciudadanos. Muchas veces la enseñanza, se mueve en términos dualistas, entre pensamiento y no-pensamiento, entre satori e ilusión. Pero no hace distinciones dentro del pensamiento. Hay pensamientos positivos y pensamientos negativos, y la vida del pensamiento es lo que Hannah Arendt denomino “la vida del espíritu”. En ese sentido el “zen” es pobre en espíritu. Arendt distinguió tres facultades mentales. El pensamiento, la voluntad y el juicio. Esta última capacidad es a juicio de Arendt fundamental para ser un ciudadano. Arendt trasformó la crítica kantiana del discernimiento, donde el filósofo alemán hizo un análisis de la capacidad de juzgar, en una virtud política fundamental, cuando los ciudadanos pierden la capacidad de juicio, los ciudadanos somos fácilmente manipulables.
Pensamiento, voluntad y juicio son facultades tan denostadas hoy en día, y tan maltratadas en nuestra sociedad, que evidentemente podemos llegar a la conclusión de que vivimos en una sociedad fácilmente manipulable. Desgraciadamente debemos hacernos conscientes, de que zazen, ni es un remedio, ni una ayuda a que estas tres facultades se desarrollen. Dicho de otra forma, practicar zazen, no impide, pero tampoco implica, ser un ciudadano sin capacidad de juicio. El resto depende de nosotros.
*1.- “Un zafu vacío, el peso de una llama”, Ejo Komiozo Zanmai
*2, *3.- Keizan en los comentarios sobre Tanka Shijun en el Denkoroku, habla de “un vacío fértil”, “de la vacuidad no vacía”, una vacuidad que no es una nadidad.
Eduardo Donin García.

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