Los pliegues en el alma, primera parte, Ramón Dokuten Bustos

 

LOS PLIEGUES EN EL ALMA (1)

 Cuando comienzas a coser un kesa, has de dar por hecho que vas a tener que plantearte aprender a realizar unas pocas veces el noble arte de plegar y desplegar la tela para, de este modo, con cada pliegue permitirte ir ajustando el que cada banda, cada trozo de tela, el marco, los cordones que permiten sujetar y atar el hábito definitivo, realice la función para la que ha sido confeccionado: ser el cuerpo del Buddha que es cubierto por el manto de una presencia amorosa.

El kesa es cosido a partir de fragmentos de tela reciclados, (es un decir) unidos mediante pliegues que otorgan unidad a la diversidad de los retazos. En su proceso de construcción, cada fragmento se pliega sobre otro sin perder su singularidad, recordando la multiplicidad del mundo que, a través del pliegue, se ordena sin ser forzado. Los pliegues del kesa son advertidos, pero no se significan demasiado, están latentes en su presencia y muy poco visibles, pero están ahí, dando sostén al vestido completo. Un monje, un practicante de la vía, expresa su constancia desplegando el kesa. Y el kesa es la expresión de la voluntad que adquiere el compromiso de caminar en la vía del Buda.

Hasta aquí, todo muy zen.

De una posibilidad para un teisho surgió la necesidad, y de la necesidad el azar, y del azar el propósito.

El azar propició que en la vitrina de anuncios de una librería que frecuento hubiera uno que miraba como si necesitase ser estudiado.  Su título EL PLIEGUE, una pequeña obra que ha servido como soporte para la confección de este pequeño texto.

El Pliegue es una obra de filosofía incandescente, un tratado sobre la necesidad del acto de comprender el plegamiento como recurso clave presente en la estética y en el pensamiento en el momento del barroco europeo. La obra está escrita hace unos cuarenta años por el filósofo francés Gilles Deleuze, uno de los grandes filósofos franceses del siglo XX.

Gilles Deleuze, en sus comienzos como pensador, estuvo influenciado por el existencialismo de Sartre, pero lo que como a muchos otros, incluidos los discípulos del maestro Deshimaru, actuales conductores de la Sangha, marcó su devenir, fue mayo del 68. En el corazón del pensamiento deleuziano posterior están las enseñanzas del alemán Gotffried Leibnitz y la idea central de que todo es devenir, todo es transformación. Habita en Deleuze la filosofía de la diferencia, una concepción del mundo donde lo real no es algo fijo ni esencial, sino un campo dinámico de transformaciones, pliegues y conexiones. Todo ello queda, pues, enmarcado en la idea de que la vida es un arte que nos permite habitar la multiplicidad sin reducirla a lo uniforme”. Hay en el pliegue el plegamiento los pliegues y costuras de la existencia de los individuos y el kesa un trasfondo que casa bien con el análisis de los tiempos que nos atañen.

Para Deleuze, el organismo, (puede ser entre nosotros: el buda que encuentra la completitud) estrictamente soportado ha de ser entendido como una entidad completa, sin fisuras y animado por la necesidad de cambio: el pliegue.

Es así como Descartes nos legó el dualismo: la separación entre res cogitans (la mente) y res extensa (el cuerpo). Esta fractura ha marcado la historia del pensamiento occidental, instaurando un modo de comprender al ser humano como dividido entre materia y espíritu, sujeto y objeto.

Gilles Deleuze, en cambio, propone en El pliegue una visión más dinámica: lo real no es la confrontación de dos esencias separadas, sino un continuo que se pliega y despliega. Lo interior y lo exterior, lo sensible y lo inteligible, no se oponen, sino que se encajan, como capas de una misma tela.

El budismo, por su parte, disuelve la misma base de la oposición: no hay un yo sustancial que pueda enfrentarse a lo que no es yo. Todo es interdependiente (pratītyasamutpāda), y la distinción rígida entre sujeto y objeto se revela como una ilusión. La práctica consiste en experimentar esa vacuidad que, lejos de ser negación, es la condición de posibilidad de la vida compartida.

Curiosamente, la física cuántica abre un resquicio de encuentro con estas perspectivas. La indeterminación de Heisenberg, el entrelazamiento cuántico o la dualidad onda-partícula muestran que lo real no se deja reducir a una división clara entre observador y observado. El acto mismo de observar modifica el fenómeno; lo interior y lo exterior se pliegan, como en Deleuze; las distinciones rígidas se disuelven, como en el budismo.

Así, entre el dualismo cartesiano que aún pesa, el pliegue deleuziano que reconcilia, la interdependencia budista que disuelve y la física cuántica que sorprende, se abre un espacio común: la invitación a superar la dicotomía rígida y a comprender la realidad como proceso, relación y flujo.

Ahondando en el tema que establecemos desde el principio, Gilles Deleuze propone en El pliegue una ontología de la continuidad y la multiplicidad. Inspirado en Leibniz y la lógica barroca, el concepto de pliegue nos habla de una realidad que no se divide en esencias opuestas, sino que se despliega en curvaturas infinitas, donde lo interno y lo externo se comunican en un proceso de transformación constante. ¿Qué pone en valor el Zen de todos los tiempos?

La subjetividad no es una entidad separada del mundo, sino un punto de inflexión en la serie infinita de pliegues que constituyen la realidad. La vida, dice Deleuze, es un pliegue que sigue a otro pliegue. Así, el pensamiento no es un espectador externo del universo, sino un pliegue más en el devenir del ser, que debe ser reconocido, que debe ser comprendido. El pliegue es la fuerza secreta que atraviesa la materia y el pensamiento, desplegándose en la interioridad del ser sin nunca cerrarse por completo. En El pliegue, Gilles Deleuze nos muestra cómo la existencia es una curvatura infinita, una serie de repliegues que no separan, sino que comunican los niveles de lo real. El mundo no es un espacio liso, sino un campo de pliegues, un movimiento continuo entre el adentro y el afuera, entre lo visible y lo invisible.

Un organismo (un ser) se define por su capacidad de plegar sus propias partes hasta el infinito, y de desplegarlas, no hasta el infinito, sino hasta el grado de desarrollo asignado a su especie.

Esto nos dejó Deleuze, y esto otro nos dejó el Buddha:

Tú mismo has de hacer el esfuerzo. Los Buddhas sólo enseñan el camino. Aquellos que han entrado en la senda y meditan serán libres de las ataduras de la ilusión.

Según las enseñanzas del Buda, pues, el nivel de desarrollo definitivo del ser humano, del que nos habla el filósofo, es la iluminación o el despertar (bodhi), que culmina en el nirvana. Este estado representará la liberación total del sufrimiento (dukkha), el cese de los condicionamientos del ego y la extinción de los apegos y aversiones que generan el ciclo de renacimientos (saṃsāra). Ahí quedan algunos pliegues.

La noción que estamos desarrollando, en este apartado del teisho encuentra un eco inesperado en la física cuántica, que ha desmontado la rígida distinción entre sujeto y objeto, así como la idea de una realidad independiente de la observación. El principio de superposición, el entrelazamiento cuántico y el colapso de la función de onda revelan un universo en el que las distinciones rígidas entre materia y energía, partícula y onda, lo observable y lo inobservable, se disuelven en un tejido dinámico de interacciones. David Bohm, con su teoría del orden implicado y orden explicado, nos muestra que la realidad observable es solo una manifestación superficial de un campo más profundo de interconexión y pliegues ocultos.

Así, podríamos decir que la física cuántica desestabiliza el dualismo cartesiano de la misma manera que el pensamiento deleuziano disuelve las dicotomías tradicionales. En lugar de dos sustancias separadas, encontramos un campo unitario de fluctuaciones, donde los pliegues de la materia y la conciencia no son sino modulaciones de una misma realidad profunda. El universo, lejos de ser una estructura rígida y mecánica, se presenta como un continuo proceso de plegamiento y despliegue, donde la observación, el pensamiento y la materia están intrínsecamente entrelazados.

Mientras Descartes nos legó una separación que fundamentó la modernidad, Deleuze y la física cuántica nos invitan a pensar en un mundo donde la separación es solo aparente, un efecto superficial de una red de interconexiones más profundas. Así, lo que concebimos como sujeto y objeto, mente y materia, observador y observado, no son más que distintos pliegues de un mismo tejido cósmico, siempre en movimiento, siempre en transformación.

Hasta hoy en día, no hay que ser muy perspicaz para darse cuenta de la poca o nula influencia de lo que deriva de estas ideas en el mundo actual; bueno sí, algunos acuden a meditar.

Lo que deriva de la experiencia de los sistemas humanos, individuales, políticos, sociales y jurídicos, ecológicos, sanitarios y hasta espirituales, pasa por estandarizar y fijar la relación cartesiana de separación de mente y cuerpo, de interior-exterior en términos Deleuzianos, como fundamental en una idea que, como he aludido anteriormente, se hizo fuerte como sistema de pensamiento desde los años mozos de Descartes, visión que pasa por dividir todo y a todo; dividir la humanidad en razas, países y banderas;  dividir el cuerpo, lo considerado  material, en muchas partes y las partes en más partes separadas (no se sabe muy bien si en el intento de encontrar la mónada de Leibnitz), dejando así al elemento espiritual abandonado a su suerte en manos de ese Dios creador, misericordioso, juez y legislador  moral de la existencia.

Queda de este modo merced a la separación, merced al abandono de habitar en el conocimiento del dinamismo subyacente del plegamiento de todo lo que existe, que la supuesta individuación del elemento de totalidad que se debería manifestar como vivo, el ser estrictamente hablando, se verá abocado al desastre de la insatisfacción de: vivir disfuncionado, sin herramientas que le auxilien en los momentos de duda, sin soportes ni columnas, sin la luz que ilumina las sombras, sin los dioses del olimpo a los que culpabilizar de las desgracias, sin los mitos consecuentes, atado a los elementos propios de una existencia terraplanista donde no exista la curva, ideologizado por la ambición de una creencia única en la única verdad de un capitalismo estrujante sin horizontes o  mejor dicho con el solo horizonte de dar satisfacción a  la injusticia, al dolor y al sufrimiento de una humanidad paria y descreída, y, para más desgracia, sin la  inquietud sanadora que generan las dudas (lo importante son las preguntas, no las respuestas dice el sabio) que nacen de  los  pliegues del alma y sin las costuras que unen esos pliegues hasta el infinito.

Fijémonos también en algunas otras ideas complementarias.

La filosofía que subyace en El pliegue de Gilles Deleuze, basada en la noción de la plegabilidad de la realidad, la subjetividad y el pensamiento, puede hasta vincularse con patologías muy comunes, las enfermedades osteoarticulares, por ejemplo. A través de varios conceptos clave se han estudiado ampliamente desde la  biodescodificación, que es una herramienta complementaria de los recursos de la medicina, cómo "descifrar o desprogramar" las causas de la enfermedad a partir del "inconsciente biológico", es decir, a partir de la experiencia de las células.

Esta, digamos, ciencia o rama de la psicología, nos lleva a descubrir que:

El cuerpo es una topología de pliegues

Las ideas aportadas nos dan una idea del mundo y del cuerpo como una serie de pliegues en constante reconfiguración. Desde esta perspectiva, las enfermedades osteoarticulares (como la artritis, la artrosis o la osteoporosis) pueden entenderse como formas en las que el pliegue corporal pierde su flexibilidad y capacidad de reorganización. La rigidez, el desgaste y la inflamación pueden ser vistos como una resistencia a la fluidez del pliegue, un endurecimiento de la materia viva.

La pérdida de plasticidad como pérdida de vitalidad

El concepto de pliegue sugiere que la vida es dinámica y adaptable. En contraste, las patologías osteoarticulares reflejan una disminución de esta plasticidad: las articulaciones pierden movilidad, los huesos se debilitan o las superficies articulares se desgastan. Esto podría interpretarse filosóficamente como una dificultad del cuerpo para seguir plegándose y desplegándose con la misma libertad, es decir, una reducción de su capacidad de devenir.

El pliegue y la experiencia del dolor

Para Deleuze, el pliegue también tiene un componente subjetivo: nuestra experiencia del mundo se estructura en pliegues perceptivos y afectivos. El dolor crónico asociado a enfermedades osteoarticulares podría ser visto como una modificación en el modo en que el cuerpo y la mente se pliegan sobre sí mismos. El sufrimiento, en este sentido, no es solo una sensación localizada, sino un reordenamiento de la experiencia que afecta toda la relación del individuo con su entorno.

  

Ramón Dokuten Bustos

Dojozen Cuenca 





Comentarios

Entradas populares de este blog

CULTIVANDO EL SILENCIO , 11,12,13 DE ABRIL EN SORTETXEA, GAINTZA DE NAVARRA

CALENDARIO 2025 DOJOZEN GENJO PAMPLONA/IRUÑA

Camino de un año nuevo- Patrick Pargnien