Los pliegues del alma (2), Ramón Dokuten Bustos
La medicina y el arte de replegarse
Si seguimos la lógica de El pliegue, el tratamiento de estas enfermedades podría no solo centrarse en la reparación mecánica del cuerpo, sino en recuperar la capacidad de plegarse de otra manera. Esto podría incluir terapias que favorezcan la movilidad, enfoques holísticos como la medicina china (que trabaja con la circulación de la energía vital como una forma de pliegue dinámico), o incluso cambios en la manera en que la persona experimenta su corporalidad.
Desde esta perspectiva, la enfermedad osteoarticular no sería solo un fallo estructural, sino una manifestación de cómo el cuerpo ha perdido su capacidad de modularse y remodelarse en el tiempo.
Llegados aquí, entonces, además del Lorazepam, los ansiolíticos, la analgesia, o algo de mindfulness de los psicólogos modernos, ¿qué nos queda?
Deleuze nos habla de la obligación de vivir en completitud, de no ser así, no habrá posibilidad de vida; (entre nosotros) no habrá posibilidad de práctica.
Por usar otros términos, habrá, en la necesidad de vivir de los individuos, que, necesariamente afrontar el dinamismo de comprender cómo establecer una relación entre el interior y el exterior de lo que el organismo entienda (o lo que sea, porque Deleuze también habla de lo inanimado), es decir, ajustarse a los pliegues, practicar zazen o, en términos rurales, atarse los machos que también tienen pliegues.
Pues, deberíamos entrar en la tercera parte del escrito, a la supuesta conclusión, conclusión zenniana, y como el koan, aspiro a que ésta propicie un estado de plegamiento.
En el zen, el pliegue toma una profundidad mística. No se trata solo de una forma en el mundo, sino de un gesto del espíritu que se repliega sobre sí mismo para descubrir su propia vacuidad. La flexibilidad aquí es radical: es la disponibilidad absoluta a lo que es, sin asimiento ni preferencia. De nuevo, como el koan que interroga sin exigir respuesta, el zen invita a una relación con el pliegue que no busca desplegarlo completamente, sino habitarlo en su misterio. La imagen del árbol seco, que en su aparente muerte oculta la fuerza de la vida latente, o el canto del dragón en el vacío, son expresiones de esta profundidad insondable. En el repliegue del silencio y la práctica, se descubre que el pliegue último es el de la mente misma, que se pliega y despliega en su incesante devenir sin aferrarse a nada.
El zen y la filosofía del pliegue de Deleuze se solapan en su comprensión de la realidad como algo dinámico, interconectado y en constante transformación. Ambos rechazan la rigidez del pensamiento y promueven una relación flexible con el mundo y con uno mismo. La comparativa nos deja unas ideas que pretendo apuntar aquí:
En el zen aludimos a la Impermanencia y al Devenir. El zen enseña que todo es impermanente y fluye sin un yo fijo; Deleuze ve la existencia como una serie infinita de pliegues y repliegues en continua formación.
También mostramos las ideas de No-dualidad y Continuidad. El zen disuelve la separación entre sujeto y objeto; el pliegue elimina los cortes entre lo interior y lo exterior, mostrando cómo todo se integra en una misma curvatura del ser.
La Práctica y la Experiencia Directa. En el zen, el despertar no es conceptual, sino vivido en el cuerpo y la mente; en El pliegue, la realidad no se comprende como una estructura fija, sino como algo que se percibe en su torsión y despliegue.
De la práctica se desprenden las experiencias de Flexibilidad y Adaptabilidad. Es así como el zen enfatiza la fluidez mental ante las circunstancias; el pliegue es una forma de adaptación continua que evita la rigidez del pensamiento y la materia.
En síntesis, ambos sistemas (equivalentes a mi entender en su epistemología) nos enseñan e invitan a identificar en la profundidad de nuestros misterios, que abandonar estructuras rígidas y fijas y experimentar la realidad como un movimiento incesante, donde cada instante es una inflexión de lo infinito, es la necesidad de la existencia.
Empecé el contenido de esta carta con una alusión al kesa el vestido de Buda, el hábito lleno de pliegues que, para nosotros, es más que evidente, denota una profunda enseñanza. Hace unos meses hicimos en Cuenca unas jornadas sobre el kesa. Cuando comenzamos a practicar nos movemos en un ambiente en que hay kesas que se pliegan y se despliegan, se guarda plegados en sus sobres de tela caligrafiados… ¿Qué nos enseñan estos momentos?
Lógicamente, ahora sí, hay que volver al principio y sobre todo a Dōgen y el simbolismo del kesa.
Dōgen, el fundador de la escuela Sōtō Zen en Japón, otorgó una importancia profunda al kesa, el manto de los monjes budistas, considerándolo más que una simple vestimenta, un símbolo del Dharma mismo. En sus escritos, especialmente en el Kesa Kudoku (El mérito del kesa), explora el significado espiritual de esta prenda y su papel en la práctica budista.
Dogen otorga al Kesa el contenido de Expresión del Despertar
Dōgen veía el kesa como la manifestación visible de la enseñanza del Buda. No era solo un atuendo monástico, sino una forma de encarnar el Dharma en la vida cotidiana. Para él, vestir el kesa no era un acto trivial, sino un gesto de entrega total a la vía del despertar.
- En el Shōbōgenzō Kesa Kudoku, Dōgen enfatiza que recibir y portar el kesa es recibir directamente la transmisión del Buda.
- El kesa no es solo un símbolo, sino la realidad misma del Dharma, tal como la luna reflejada en el agua no es solo una imagen, sino la luna en su totalidad.
Coser un kesa, la Costura, guarda relación con la Interdependencia
El kesa se confecciona uniendo fragmentos de tela reciclados mediante pliegues y costuras, lo que resuena con la visión budista de la interconexión y la impermanencia. Para Dōgen, esta estructura del kesa refleja la naturaleza del mundo:
- Nada existe de manera aislada; cada pieza del kesa es unida a otra, como los seres interconectados en el flujo del Dharma.
- Las costuras y pliegues no buscan ocultar la diversidad de los retazos, sino que respetan su singularidad mientras los integran en un todo funcional y armonioso.
El Kesa es el símbolo del Pliegue del Universo
Podemos vincular esto con la noción de pliegue en Deleuze y con la totalidad implicada de David Bohm:
- Cada pliegue en el kesa es una manifestación de la interdependencia del universo, uniendo lo múltiple en lo uno sin eliminar su diversidad.
- El kesa se pliega y despliega como el mundo mismo, que nunca es un ente fijo, sino una sucesión de transformaciones y encuentros.
La Confianza en el Acto de Vestir el Kesa insiste en la actitud reverente al ponerse el kesa. Este acto no es mecánico, sino un gesto de fe en la práctica misma.
- Vestir el kesa es envolverse en el Dharma, dejarse habitar por la enseñanza sin resistencias ni asimientos.
- Aquí hay una gran resonancia en el zen: vestir el kesa es la práctica misma del despertar, sin separación entre lo sagrado y lo cotidiano.
Para Dōgen, el kesa es más que una prenda: es la manifestación del Dharma en el mundo. Su confección con pliegues y costuras simboliza la interdependencia de todos los fenómenos, su vestir es un acto de entrega a la vía, y su presencia en el cuerpo es la encarnación misma del despertar. Cada costura del kesa es como un pliegue del universo, que manifiesta la unión de lo visible y lo invisible en la totalidad del momento presente.
Podemos, visto lo visto, barruntar que Dogen, cuando se presentó ante Nyojo para expresar su Gran Percepción lo que expresó (shin jin datsu raku) en realidad fue: he mirado en el interior de mis angustias y he podido asistir al plegamiento, desplegamiento y replegamiento del universo en mí, y no he sentido ningún temor, ninguna duda ni el más mínimo dolor.
Voy a ir dando fin a este texto con un último apunte que es el recordatorio de instantes en que nuestro maestro Alonso Taikai Ufano nos ha instado a mantenernos alerta en el terruño.
En el momento en que nos abandonamos al pliegue consciencial de zazen, de una u otra manera se va a disolver la inflexibilidad del pensamiento establecido por la ortodoxia de normas y morales, zazen no elimina las ideas, sino que las repliega, las funde en la experiencia directa del cuerpo y la respiración. De igual manera, cuando desplegamos el sagu (samata, 坐具), el útil que colocamos delante de nosotros en el suelo antes de hacer sampai, no solo se está delimitando un espacio físico, sino que se está marcando la apertura de un territorio sin límites. El sagu es humilde, a menudo hecho, igual que el kesa, de tela remendada, pero en su despliegue se expresa la totalidad del Dharma. En ese gesto simple y ritual, el suelo se convierte en el centro del universo, y la práctica se arraiga en lo ilimitado.
Desde la perspectiva de El pliegue, este despliegue es un acto en el que lo finito (el pequeño pedazo de tela) se pliega sobre lo infinito, revelando que no hay una diferencia real entre ambos. Es como si, al extender el sagu, desplegáramos el cosmos mismo, no en un acto grandioso, sino en la más pura simplicidad del estar aquí y ahora.
Al abrirse el sagu, el suelo deja de ser solo suelo: se convierte en el umbral del vacío, en la posibilidad de un pliegue que contiene todos los tiempos y todas las formas. No hay nada que atrapar ni que rechazar: solo el flujo continuo del ser desplegado, admirado por una lúcida capacidad de entender que este trozo de tela desplegado y suspendido en el suelo es el único universo que podemos y debemos necesitar. Así, el infinito no está allá afuera, sino exactamente bajo nuestros pies.
Voy a terminar esta exposición con dos poemas que he podido atrapar de los textos de estos dos maestros, el primero pertenece a la obra del maestro Dogen y el segundo de Ikkyu.
Flores en el espejo, luna en el agua
Mil pliegues de realidad reflejados sin cesar,
nada se sostiene, nada se pierde.
¿Dónde termina la ola y dónde comienza el océano?
Solo el viento sabe cómo doblar el vacío.
El segundo está sacado de la colección Kyōunshū
Las nubes plegadas en la montaña
no saben de su propia forma.
El agua al doblarse sobre sí misma
no ve el reflejo de su hondura.
Si preguntas por la esencia del viento,
escúchalo plegarse entre los juncos.
(1) El título de este texto es el mismo que el del capítulo 2 de El pliegue de Deleuze
Ramón Dokuten Bustos
Comentarios
Publicar un comentario