EL VERANO DE RYOKAN

Noche de verano,

contando todas mis pulgas,

velo hasta el alba.

RYOKAN: EL VERANO

 

En 1799, Kokusen ordenó a Eizo como monje, tokudo, shuke –sin morada- y recibió el nombre de Ryokan (Bueno, Vasto). Ambos comenzaron un viaje que les llevó en una peregrinación de cinco meses del templo de Kosho hasta el de Entsu-ji. Desde el mes de mayo hasta comienzos de octubre, recorrieron juntos y a pie más de 1200 kilómetros. En su viaje hacia el sur visitaron templos y monasterios donde buscaban abrigo para dormir hasta llegar a Tamashina, ciudad del mar interior y de clima suave, a medio camino entre Osaka y la actual Hiroshima, que tanto bien hizo a Ryokan, llegado del país de las nieves.

 

Antes de franquear la puerta del templo de Kokusen, Entsuji, ambos se detuvieron y el maestro le dijo a Ryokan: “Este es el templo en el que vas a practicar. Es muy diferente del templo del que vienes. Vas a encontrar muchas dificultades, pero considéralas como práctica de la Vía. Nunca olvides la decisión que has tomado”.

“La vía está bajo tuus pies”. La vida en sí misma es la práctica del zen, y en esta opción de hacerse monje zen, Ryokan encontró la libertad.

 

Desde que abandoné  mi hogar

he dejado mis huellas en la bruma y en las nubes.

 

A veces mezcladas con las de los pescadores,

a veces con las de los leñadores,

otras, con las de los niños en sus juegos.

 

¿Cómo querría estar cerca de  reyes y señores?

¿Para qué parecerme a un santo o a un dios?

¿Para qué estar en el monte Song?

 

Soy allí  donde estoy.

 

Jugando apaciblemente,

abandonado al ritmo de cada día,

así quiero acabar mi vida.

                ***

      

El templo de Kokusen respondía al nombre de Entsu-Ji, tomado de la expresión de Dogen del Shobogenzo, que significa “la verdad en su origen va más allá del mundo relativo y lo atraviesa totalmente sin encontrar obstáculos”.

Un día Kokusen dio una charla sobre el Shobogenzo de Dogen y para Ryokan fue una revelación. Lo estudió y lo puso en práctica con el rigor que le caracterizaba. Sobre todo le gustaba copiar el texto Aigo, Palabras de amor: “Lo más importante es dejar que broten las palabras de amor que reflejan el fondo de un corazón compasivo, vasto y generoso…De generación en generación, de existencia en existencia, no olvidéis nunca pronunciar palabras amables. Cuando alguien recibe directamente estas palabras su rostro se ilumina de gozo y su corazón de contento”.

 

Kokusen, que apreciaba realmente a Ryokan, insistía mucho sobre la práctica de zazen, pero también en la importancia del trabajo físico, del samu, lo que se reflejaba en la vida diaria del templo.

 

El ritmo comenzaba a las tres de la mañana con el despertar, levantarse, lavarse.

 

En el bosquecillo sombrío

suena la campana del alba.

 

A las tres y cuarto ya era el primer zazen. A las cuatro y media recitado de sutras, a las seis guen-mai, (sopa de arroz como desayuno), a las 7 segundo zazen, a las 8 trabajo, a las 9 estudio de sutras, a las 11 se recitaba el sutra del día, a las 12 comida y té, a las 13 lectura y silencio, a las 16 zazen de la tarde, a las 17 recitar sutras, a las 18 una sopa de arroz (habitualmente en los templos sólo se comía una comida al día que se llamaba “medicina y piedra”) y a las 19, zazen de la noche. A continuación, en el crepúsculo, 108 toques anunciaban el final del día. Después llegaba de forma voluntaria una entrevista individual con el maestro, el dokusan, a la que Ryokan asistía regularmente. Un día que le pedía su enseñanza, Kokusen le contestó: “El mar azul ya está lleno de agua”.

A las 21 horas llegaba la apertura del futón y el acostarse; algunos monjes que querían avanzar más en la vía, durante la noche se levantaban en secreto para seguir practicando zazen hasta una hora muy avanzada.

El 1 y 13 de cada mes salían a pedir, a hacer la takubetsu, la ronda mendicante pidiendo alimentos y limosna.

 

En varios poemas recordará la vida que llevaba en Entsuji.

 

Volviendo atrás en la memoria,

recuerdo mis días en Entsu-ji

y la solitaria lucha para encontrar el camino.

 

Al cargar la leña  recordaba a Layman Ho;

cuando molía el arroz,

venía a mi mente el sexto patriarca.

 

Siempre estaba en primera fila

para recibir la enseñanza  del maestro

y nunca me perdí una hora de meditación.

 

Treinta años han pasado

desde que abandoné las verdes colinas

y el azul mar de aquel maravilloso lugar.

 

¿Qué ha ocurrido con todos mis condiscípulos?

¿Cómo puedo olvidar la amabilidad de mi

amado maestro?

 

Al recordarlo las lágrimas no cesan de fluir

mezclándose con la arremolinada corriente

de este arroyo de montaña. (2)

 

(2) Layman Ho fue un maestro zen de la era T'ang. Uno de sus famosos dichos es:                        

¡Qué hermosura/ acarreo leña/ saco agua del pozo!

Con el Sexto Patriarca se refiere a Eno (Hui-neng, 638 - 717) quien trabajó  moliendo arroz en un monasterio.

 

Tendrían que pasar seis años más, diez en total desde su llegada a Entsu-Ji, para que Ryokan  fuera nombrado sussho, el primero entre los monjes. Durante esos diez años, Ryokan comprendió el zen integrando el trabajo físico, no solamente el estudio, y la práctica de zazen.

 

La gran vía

no tiene senderos que recorrer,

ni atajos que tomar,

ni caminos que seguir,

ni muros que le veden el paso.

Entonces, ¿dónde podremos encontrar

la paz del corazón?

 

El vacío, los fenómenos

son explicaciones provisionales.

¿Qué separación puede haber

entre un ser ordinario y un santo?

 

Si nos atamos a las palabras

perseguimos las sombras

y las sombras nos alejarán

cada vez más de nosotros.

 

Si rechazamos lo falso

y buscamos la verdad

esta búsqueda será nuestra herida.

 

Si intentamos atrapar la verdad con la mente,

se alejará de nosotros miles de kilómetros,

sólo podremos comprenderla suavemente,

a través de la experiencia directa.

 

 

Antonio Taishin Arana (dojo zen Genjo Pamplona/Iruña)

 

“Primavera, verano, otoño y primavera

La vida de Ryokan monje y poeta zen”

Editorial Milenio 2021

 



 

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