Una reflexión sobre el zen y el lenguaje, Eduardo Donin García

 


                                                 

                                                                 ZEN Y LENGUAJE

                                                         ¿Esta anticuado el lenguaje zen?

 Una de las sensaciones de la época, que nos ha tocado vivir, es el de la perplejidad y la confusión elevada a la máxima potencia, que parecen definir los días actuales. Atiborrados de información y confusos como zombis, así parecemos navegar  los ciudadanos corrientes y vulgares en las sociedades tardo-capitalistas.

Esa sensación de perplejidad, personalmente también me acompaña, cuando observo  el ámbito meditativo en general, y al zen en particular. Referido a este último, una de las máximas que se repiten, es eso de “ir más allá de las palabras y de los conceptos”, como si el nombrar no tuviera su particular importancia.

Evidentemente en un contexto de sesshin, donde todo tiene una estructura reglada, las formas de comunicación no-verbal, pueden suplir en determinados casos, la palabra hablada. Hay mucha comunicación en el silencio. Sin embargo fuera de dichos contextos, la palabra hablada es fundamental.

Vivimos en una sociedad, que tiene un gran problema con el lenguaje, donde se dan innumerables malentendidos, y donde se dijo digo, ahora se dice Diego, y el que dijo, digo, dice que dijo Diego. Y el que escucho digo, dice que dijo, digo, y ahora dice Diego. Así que nadie sabe lo que digo a ciencia cierta, ni tampoco que quiso decir, aquel que dijo, cualquier cosa.  El problema puede deberse a que ni sabemos explicarnos, ni sabemos escucharnos, y se genera una babel conceptual, donde nadie entiende nada, ni a nadie.  Lo peor de todo, es que se generan malentendidos que fragmentan la sociedad, la polarizan, y eso genera un ambiente general de crispación.

En la sociedad no estamos “más allá del lenguaje”. En el zen actual, probablemente tampoco.  Porque para ir más allá de las palabras y los conceptos, primero hay que saber conceptualizar,  segundo hay que saber y comprender los límites de los conceptos, que previamente han sido bien conceptualizados, y una vez colocados en ese abismo y en dicha perplejidad, es posible que podamos dar el salto, a un hipotético “más allá de las palabras”. 

Una de las mayores contradicciones del zen, es que habla de impermanencia, pero sin embargo utiliza un lenguaje rígido, que parece que no puede ir más allá de la época en la cual surgió.  No se trata quizá, de cambiar conceptos pero si de explicarlos, a la luz del momento histórico presente. No vaya a darse la tremenda paradoja, de estar siempre hablando de concentrarse en el “momento presente”, y no saber ver, “los tiempos presentes”.

Por referirme ya a cosas concretas, y dejar de moverme en el ámbito de la abstracción, uno de los sellos del dharma es la interdependencia. La interdependencia es ese concepto con el cual nos referimos a que no existen fenómenos aislados que no dependan unos de otros.  Sin embargo en nuestra utilización zen, presuponemos que dicha interdependencia, desnuda y por si misma, implica algún tipo de realización.

Nada más alejado de la realidad es presuponerlo. La interdependencia no implica la solidaridad. Es mucho presuponer, ya que los mercados, los Estados, la globalización bien entienden y sabe que todos los fenómenos son interdependientes. De hecho el libre mercado se basa en la apertura y la interdependencia, frente a sistemas económicos feudales, basados en una economía que pretende ser lo menos dependiente de fuerzas ajenas y externas a los territorios propios. De hecho el razonamiento del capitalismo comprende muy bien la interdependencia, cuando menos tengan unos, más tendrán otros. Si los pobres crecen, y  las clases medias se empobrecen, los ricos son cada vez más ricos. Si a la riqueza no se le pone un límite, el número de ricos que queden serán cada vez más ricos. Es una lógica totalmente interdependiente. Que no excluye la interdependencia.  Sino que se fundamenta en ella.

Si hay guerra en Ucrania, en Palestina,  o en cualquier otro sitio, los mercados se resienten, las bolsas bajan o suben, y todo el mundo sabe que es por la interdependencia.  Mercados, políticos, economistas, gente corriente, todo el mundo comprende la interdependencia. ¿Pero es esa interdependencia el sello del dharma del que hablan las enseñanzas? ¿No tiene alguna otra implicación?  Si hablamos de interdependencia, es necesario, conceptualizarla, decir a qué nos estamos refiriendo, y cuáles son las implicaciones dhármicas de dicha interdependencia. Es decir, que la interdependencia no está exenta de un debate filosófico sobre la misma 

Otra de las cosas a las cuales la enseñanza alude, es a la naturaleza ilusoria del yo.  “El yo no existe más que en relaciones de interdependencia”, se dice, y se quiere decir con ello, que no existe una entidad fija llamada sujeto inmutable.  Sin embargo ese concepto de sujeto, ya ha sido superado por la filosofía, la política, la economía, y la post- modernidad. Ya nadie piensa que existen identidades fijas e inmutables. Y ese yo de herencia cartesiana, ya hace tiempo que paso de moda. En ese punto me surge esta pregunta ¿A quién habla el zen hoy en día? Francamente no lo sé.   

De hecho el capitalismo no ha nacido para alimentar a identidades fijas, ni a sujetos permanentes. Sino para alimentar a identidades líquidas. Ya no existen aquellos egos fuertes, que eran como bloques de hielo, que daban mucha agua cuando se derretían,  (parafraseando al maestro Desimaru)  sino egos líquidos.

Los egos de hoy en día no son como bloques de hielo, sino son más bien como el mercurio, perfectamente adaptables a las circunstancias cambiantes, a la temperatura ambiente.  El ego de la post-modernidad, cambia de identidad, como la serpiente muda de piel.  El sujeto neoliberal no tiene una identidad fija, no ha sido educado para ello. Los mercados exigen adaptabilidad, cambio, mutación.  

Por ello mantengo la tesis, de que lingüísticamente hablando, la enseñanza no fue hecha para el sujeto histórico que hoy somos, para nuestro “aquí y ahora”. La enseñanza fue concebida, para aquel sujeto inmutable que pensaba que las castas determinaban completamente su vida. Que no consideraba ni prójimo ni humano al perteneciente a otra raza, o religión.  Hoy el mismo lenguaje de antaño, nos lleva a las trampas de la vía.

Siento decirlo, pero bajo mi punto de vista, el lenguaje empleado por el zen ha quedado notablemente desfasado, y no sólo eso, sino que nos genera confusión y perplejidad. Si el zen no hace una reflexión sobre ello, será como aquel que pretende enseñar mecánica cuántica con el latín de Cicerón.

Eduardo Donin García  

 

          

 

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