Ryokan, País Natal: El monje loco está de regreso

 

“El monje loco ha vuelto”, es el título que reúne 100 poemas que Ryokan escribió en chino en la ermita de Gogoan. El primer poema de este capítulo de “Primavera, verano, otoño, invierno…y primavera”, editado por la editorial Milenio, da título a estos poemas.

Es un libro que tenemos traducido, inédito, del que iremos publicando diferentes poemas.

 

 

PAÍS NATAL: EL MONJE LOCO ESTÁ DE REGRESO

 

 

Acabada mi ronda de mendigar

salgo del pueblo

y paso por los alrededores

del templo sintoísta de Hachiman.

 

Los niños que me ven

se dicen entre ellos:

 

¡El viejo monje loco ha vuelto!

 

Ryokan, a pesar de tanto peregrinar, siempre tuvo el mismo sueño: el retorno al país natal.

Ese sueño de volver se le repetía cada noche “sobre su almohada de hierba” y en 1796, con treinta y ocho años, decidió volver.

Lo hizo por la Ruta del Norte (Hokuri kudo) y se detuvo en la península de Kihun para rendir homenaje a su poeta preferido, Sagyo (1118-1190), monje budista y poeta itinerante.

A este poeta está asociada la flor del cerezo, la sakura. Amaba tanto esta flor que compuso el siguiente poema:

 

Mi deseo más profundo

es morir en el mes de febrero

un día de luna llena

bajo los cerezos en flor.

 

Su deseo se cumplió y murió el 16 de febrero de 1190.

 

Tras una ausencia de más de doce años, Ryokan volvió a casa. Cuanto más se acercaba, más sentía que la tristeza invadía su corazón. Durante el viaje escribió el siguiente poema:

 

Un intenso viento de soledad y tristeza

barre el cielo.

 

Este día de finales de otoño

soy un viajero

inquieto por las dificultades del camino.

 

Aquí donde paso la noche

me despierto varias veces:

Solo eran las gotas de lluvia

y el cercano sonido del arroyo.

 

***

 

Durante veinte años he viajado como nube errante. En el camino de vuelta a mi país natal, tras salir de Tamashina, llego a Itoigawa. Enfermo, ya no puedo avanzar. Alojado en casa de un sacerdote de un templo sintoísta escucho caer la lluvia y compongo con entusiasmo un poema.

 

Este poema está grabado en una piedra erigida en el entorno del templo zen Jikishi en Itoiwaka.

Con una pequeña mochila, un cuenco, con un kimono harapiento y un sombrero agujereado, Ryokan se preguntaba quién podría acoger cálidamente a ese monje miserable. Llegó bajo un cielo plomizo, bajo una lluvia intensa. Pero, al alcanzar el collado, la visión del mar iluminó su corazón. A lo lejos, la bella silueta de la isla de Sado, lugar de nacimiento de su madre. Recordó las historias que le contaba de su isla cuando él era pequeño; a los dos les gustaba contemplar el mar en el momento del crepúsculo.

Tomó el camino de descenso, llegó al pueblo y lo recorrió. Todo había cambiado. La primera visita fue a su casa, que encontró abandonada ¡Qué diferencia con la casa de su infancia! Nadie se había ocupado de mantener ni el jardín ni la casa.

 

En los jardines y en los setos

se amontonan las hojas.

 

La hierba se tumbó

 

y tumbada sigue

la hierba del jardín.

 

Nadie lo reconoció en esos días y no se hizo reconocer por nadie. Su mirada estaba puesta en la Isla de Sado, donde nació su madre.

 

“Sé que te has preocupado por mí, madre. Ahora estoy de regreso. A partir de ahora podré venir más a menudo a este lugar donde reposas”.

 

Pasaba el tiempo y desde su vuelta a la provincia de Echigo, Ryokan no había revelado quién era. Se alojaba en cabañas o casuchas deshabitadas. Cansado del largo viaje, terminó por caer enfermo:

 

En uno de sus paseos en el pueblo de Gomoto, alrededor de doce kilómetros de distancia de Izumozaki, cerca del mar, encontró una “ermita abandonada”. Pidió permiso para ocuparla y  se instaló en la cabaña.

 

Profunda noche.

 

He regresado a mi pueblo natal

tras muchos años de ausencia.

 

Me hospedo en medio del campo

y escucho caer silenciosamente la lluvia.

 

Un hábito, un cuenco es todo lo que tengo.

 

Enciendo incienso y enfermo

me esfuerzo por sentarme a meditar,

toda la noche sigue cayendo una constante llovizna.

 

Tras la oscura ventana,

en mi interior, pujantes recuerdos

de estos largos años de peregrinaje.

 

Al principio los vecinos ni repararon en él. Mendigaba su alimento y, cuando tenía bastante, regresaba a su cabaña. Tras cierto tiempo se dieron cuenta de que sus acciones no eran las de un monje ordinario: no dudaba en compartir lo que tenía con los mendigos, pájaros u otros animales y poco a poco se sintieron atraídos por él. Terminaron por darse cuenta de que era el hijo mayor de la casa Tachibana. Genzan, que había sido su compañero en la  escuela, decidió ir a visitarle. A pesar de no encontrarle, pudo ver dentro de la cabaña una mesa baja con una piedra de tinta y un pincel y las paredes cubiertas de poemas escritos en chino, en los que reconoció, sin lugar a dudas, la escritura de su antiguo compañero. Volvió al pueblo y lo anunció a todos. Varias personas lo visitaron y le propusieron acogerlo en sus casas, cosa que él rechazó.

Su hermano Yushi al saber la noticia se sintió feliz y le propuso que se quedara a vivir junto a ellos.

Ryokan estaba muy emocionado por tan cálida acogida, pero no podía aceptar si quería vivir su condición de monje en la libertad de una vida sin trabas.

Se quedó ahí alrededor de medio año.

 

¿Cuántas primaveras

llevo ya de aquí para allá?

 

He escogido la pobreza

de una ermita de techo de paja.

 

Escuchando los raros pájaros invernales,

escribo un poema.

 

Contemplando las nubes,

las tomo por vecinas.

 

 

 

 

 

 

 

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