La prédica del Dharma de los seres no sensibles II-Tozan, Eduardo Donin García

 

                                 


 

 LA PREDICA DEL DHARMA DE LOS SERES NO SENSIBLES II

 

Por lo visto Tozan se sabía de memoria este famoso mondo  y lo repitió delante de Yakusan:

-          ¿Qué es la mente de los antiguos Budas?

-          Empalizadas, muros, tejas y guijarros- respondió el maestro nacional.

-          ¿Pero no son todos ellos objetos no sensibles?

-          Así es.

-          ¿Querrías explicarme, pues, cómo hacen para predicar el Dharma?

-          Lo pregonan de continuo, vigorosamente y sin cesar-respondió el maestro-.

-          ¿Por qué yo no puedo escucharlo?

-          Que tú no puedas escucharlo no significa que otros no puedan escucharlo.

-          Me asombraría de que alguien pudiera escucharlo-replicó el monje-.

-          Yo no puedo escucharlo-contestó el maestro-.

-          Si no puedes escucharlo ¿Cómo sabes que los objetos no sensibles también predican el dharma?

-           Afortunadamente no puedo escucharlo. Si pudiera escucharlo, sería igual que los santos y tú no podrías escuchar el dharma -replicó el maestro imperial-.

-          ¿Entonces los seres no sensibles no forman parte de él?

-          Yo lo predico para los seres sensibles, no para los santos -replicó el maestro-.

-          ¿Y qué ocurrirá cuando lo escuchen los seres sensibles?

-          Entonces dejará de haber seres sensibles.

-          ¿Y cuál es el fundamento escrito de la prédica del Dharma de los seres no sensibles?

-          Claramente las palabras que no están de acuerdo con las escrituras no se discuten entre caballeros ¿Acaso ignoras que el Avamtasaka Sutra afirma: “Todos los mundos predican, los seres sensibles predican, todas las cosas del pasado, del presente, y del futuro predican el Dharma?-concluyó el maestro imperial-.

Este es el mondo que al parecer Tozan repitió de memoria, es posible que recordando la tradición oral, y no de que lo hubiera leído en algún texto, aunque eso no lo podemos saber con exactitud. Tanto la tradición oral como los textos escritos intentan perpetuar en el tiempo lo que por naturaleza es fugaz, como la vida que pasa ante nuestros ojos, y los seres que la pueblan.

Todo es efímero, aunque existen diferentes medios que crean la memoria colectiva, ya sea tradición oral o la tradición escrita. El despertar no deja huella, las palabras y circunstancias que rodean al despertar sí. Una huella imperfecta, una huella ante la que el ser humano intenta agarrarse. La huella del recuerdo, del conocimiento intelectual, la huella de la historia y de las palabras. La huella de los budas y patriarcas.  Una huella que evoca, que estimula, que nos hace recordar, que nos acompaña.

Según el maestro Deshimaru el mayor homenaje que podemos hacer a budas y patriarcas es practicar zazen, es decir realizar el mismo despertar que ellos realizaron.

El segundo mayor homenaje será escuchar sus palabras y comportarnos en la vida como si fuéramos budas.  Si esto segundo no podemos hacerlo, por lo menos podemos intentar comportarnos de una manera menos estúpida. Con mayor conciencia. 

Antiguamente los escritos y las escrituras no eran accesibles a la mayoría de la gente. Las enseñanzas muchas de ellas se recitaban y se memorizaban. De hecho no todo el mundo sabía leer y escribir. Cabe recordar que Eno el sexto patriarca zen, cuando compuso el famoso poema que expresaba su despertar, se lo tuvieron que escribir otros porque él no sabía escribir.  En esas circunstancias la escucha, el recuerdo y la memoria tenían un valor bastante mayor que en nuestros días. Hoy podemos ir a cualquier conferencia o charla con nuestro dispositivo móvil, para grabar con frecuencia algo que probablemente nunca escucharemos con atención, ni en el instante presente, ni probablemente después. Pero sin duda lo que la posibilidad que tenemos de grabarlo hará que asistamos a la charla con negligencia, perdiéndonos el instante presente y sin estar atentos, protegidos por la falsa ilusión de que al grabarlo ya lo tenemos en nuestro poder.

Así que el ser humano perfectamente moderno es aquel que colecciona en una absurda memoria electrónica cosas que nunca ve, nunca siente y nunca escucha. Megabytes y megabytes y megabytes son los mecanismos de la avidez y de tener disponible lo que nunca sacia.  

Atención y memoria están estrechamente unidas, recordamos aquello que es significativo para nosotros, y recordamos porque estamos atentos a ello. Una negligencia en la atención conlleva con frecuencia una falta de memoria. Si intentas recordar a la noche, antes de dormirte los hechos que te han ocurrido en el día, recordarás aquello en lo que tu nivel de presencia al instante presente haya estado más acentuado.     

        El maestro Deshimaru mantenía que deberíamos de memorizar los textos fundamentales del zen. Memorizar esta en desprestigio en nuestros días. Parece como aquel ejercicio inútil que no sirve para nada. Sin embargo memorizar sirve para una cosa para ejercitar la memoria, para recordar (etimológicamente de “recordari”, volver a pasar por el corazón). En este sentido quizá deberíamos de hacer caso,  al Maestro Deshimaru, y también a Marco Tulio Cicerón quien dijo: “Dicen que la memoria se debilita con los años. Eso le sucede a quien no la practica o es de naturaleza perezosa”.  De alguna manera memorizaremos aquello que de verdad queremos, y aquello con lo que deseamos ocupar el espacio limitado de nuestra memoria.

También podemos escuchar al maestro Sekito en otro texto fundamental del zen, el Sandokai quien dice: “Escuchando las palabras comprenderéis el sentido, no creéis vuestras propias categorías”. Por supuesto para comprender el sentido de las palabras, hay que saber las palabras, hay que visitar los textos como quien visita a un viejo conocido. Visitar los textos clásicos del zen con asiduidad, para orientarnos en la práctica y no crear nuestras propias categorías. Entendiendo la práctica no solo como el tiempo dedicado a estar encima del cojín de meditación, del zafu,  sino como un todo que abarca la totalidad de los momentos que nos toca vivir.

De todas formas los textos fundamentales del zen, no son la Biblia que consta de más de mil páginas, sino que son más bien breves y entre todos no consta de más de 25 páginas. Hannya shingyo, Sandokai, Shodoka, Sin Jin Mei, y por supuesto el Hokkyo Zan Mai escrito precisamente por el maestro Tozan.

 Después de escuchar este rico diálogo puede surgir la pregunta ¿Y quiénes serán los seres no-sensibles y los seres sensibles?  La respuesta parece evidente. Los seres no-sensibles son los minerales y las rocas, las tejas y los guijarros, los tejados y los muros de piedra. Los seres sensibles, las plantas y los microbios. Los virus, los gérmenes, las lombrices y los árboles. Las aves y los peces, los herbívoros y los carnívoros, el cervatillo y el león de la estepa.

También podemos pensar que dentro de los seres humanos hay demasiados seres no-sensibles, seres que tiene adormecida la compasión y que permanecen indiferentes hacia las desgracias ajenas. Suele pasar con frecuencia que para no sufrir intentemos insensibilizarnos, y permanecer ajenos al ruido del mundo sufriente.  

Como practicantes también podemos confundir el desapego con la indiferencia, o el nirvana como una especie de ataraxia estoica. A veces no querer sufrir trae más sufrimiento que el hecho de sufrir. Sin embargo el zen no es más que vivir aquello que nos toca vivir, vivirlo como lo estamos viviendo. No hay ninguna actitud zen correcta ante los hechos. Como vivimos aquello que estamos viviendo lo único que hace es reflejarnos.   

En la enseñanza referidos a los seres humanos la expresión ser sensible,  se refiere a todos aquellos que no somos budas, y que alegre o tristemente seguimos bañándonos en las aguas del samsara.

Eduardo Donin García.    

 

Dojozen Genjo-Sustraia, PAmplona /Iruña                 

  


 

     

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