El don, Roland Yuno Rech, primera parte

 

 


EL DON (Primera parte)

Teisho de Roland Yuno Rech – Templo Gyobutsuji,  Niza, enero de 2021

  El Maestro Hyakujõ decía: « ¿Cómo entrar en la vía del Zen? Es a través de la práctica de la paramita del don». Y, ¿por qué esa paramita del don? Porque la paramita del don es la que nos permite verdaderamente actualizar nuestra total interdependencia con todos los seres. En el fondo no poseemos nada. Ni siquiera nuestro cuerpo nos pertenece y deberemos un día abandonarlo. Todas nuestras posesiones deberemos igualmente abandonarlas. Sin embargo, si realizamos que nada nos pertenece, es de entrada un gran despertar, porque eso tiene el mérito de suprimir  todas nuestras angustias, nuestros temores vinculados a la avidez, a la idea de pérdida, de no tener lo suficiente, y eso es una fuente de alegría. Y esa alegría de la liberación es tal que finalmente, el hecho de dar se vuelve algo natural, se vuelve incluso la expresión  de esa alegría, de esa felicidad del despertar de zazen.

 En el Zen, contrariamente a lo que puede ser el caso en ciertas religiones, el don no se vive como un sacrificio, como algo a lo que se renuncia, sino como algo alegre que viene de nuestro despertar a la verdadera naturaleza de la existencia, y no solo la nuestra, sino a todas las existencias. Esta es la razón por la cual el don figura siempre en primer lugar.

Por supuesto hablaré luego de los diferentes aspectos del don… Como sabéis en la enseñanza de Buda están las Cuatro Nobles Verdades. Es la primera enseñanza. Voy a evocarlas rápidamente, porque volveremos más en detalle en otros teisho. En las Cuatro Nobles Verdades existen la toma de consciencia del sufrimiento, las causas del sufrimiento, el hecho que hay remedios al sufrimiento, y luego el Óctuple Sendero, en el cual los diferentes remedios al sufrimiento están enumerados como formas de práctica.

 Todo eso muestra que toda la enseñanza se basa en el hecho que, a partir de su Despertar, Buda quiso dar a todos los seres los medios de tomar consciencia del sufrimiento (no solo el suyo, sino también aquel de todos los seres vivos), y al mismo tiempo, que hay causas de esos sufrimientos y en consecuencia remedios, y los enumera. El punto de partida de toda la enseñanza de Buda es un gran regalo, un gran fuse, un don fundamental porque ayuda a todos los seres a tomar consciencia de que hay causas y por lo tanto remedios al sufrimiento. Y entre los remedios el don juega un papel importante.

Los remedios enseñados por Buda son las ocho prácticas llamadas Óctuple Sendero, y también las seis paramita. Ya enumeré esas paramita y sobre todo el don y los preceptos (de los cuales hablaré en otro momento). Los preceptos son también una forma de don. Todo lo que hacemos respetando los preceptos es una manera de evitar crear sufrimiento. El primer precepto es «no matar». Luego viene «no robar», porque es también una manera de crear sufrimiento. No solo no se roba, sino que se practica el don en el sentido de «abstenerse de apropiarnos de lo que no nos pertenece» Pero como, fundamentalmente, nada nos pertenece, solo podemos dar.

Otras práctias del bodhisattva son lo que el Maestro Dõgen llamaba shishobo, o las Cuatro Prácticas. Y una vez más, dentro de esas prácticas, el fuse, el don figura en  primer lugar. Luego viene aigo, es decir las palabras de amor, porque la palabra es una oportunidad de dar. Aigo, las palabras de amor, es dar consuelo, dar un reconocimiento. La forma como se habla a los demás puede transformarse en práctica del don y al mismo tiempo, en una práctica de escuchar: el tiempo que nos tomamos y que damos para escuchar a los demás es una práctica fundamental del don. La gente tiene más  necesidad de ser escuchada que de recibir consejos o recomendaciones. Ahí vemos también que (la escucha) es una forma de práctica del don.

 Existe también un aspecto de la práctica del don que se llama rigyo, es decir «ayudar» «hacer favores». En ese caso podemos darnos cuenta que existen mil maneras de ayudar o de hacer favores. Por ejemplo, la prestación de un servicio fundamental es el hecho de hacer samu, lo que practicáis en el dojo. Pero todo el trabajo que hacemos en la sociedad puede ser también una forma de don, es decir: el servicio que prestamos a la comunidad en la que vivimos, de manera que funcione en buenas condiciones. Es también la manera de utilizar nuestra energía en forma generosa: no trabajamos solo para enriquecernos o para cubrir nuestras necesidades, sino que trabajamos también para prestar servicio a la comunidad en la cual vivimos. Esa es otra forma de don.

Eso quiere decir que el don es a la vez la expresión del despertar, pero también la oportunidad de realizarlo. Siempre hay esos dos aspectos en la práctica del don, y sobre todo en el don de nuestro tiempo y de nuestra energía que dedicamos a la práctica en un dojo, ya sea el zazen, el samu, e incluso los rituales. Los rituales en un dojo son siempre dedicados, como hicimos por ejemplo esta mañana, para el bien de los seres a quienes dedicamos esa ceremonia. Todas las prácticas en un dojo son formas de la práctica del don. Pero al mismo tiempo, esas prácticas se convierten también en la oportunidad de recibir nosotros mismos los beneficios de nuestra práctica. Siempre hay una actitud de compartir en la práctica del don, lo que hace que nuestra práctica sea una práctica feliz. Muchas veces en las religiones hay una noción de sacrificio. En el Zen no hay ninguna noción de sacrificio, sino al contrario, de un compartir alegre con todos los seres.

Hace un momento hablaba de las Cuatro Prácticas del bodhisattva además de las paramita: el don en primer lugar, las palabras de amor, el hecho de prestar servicio y finalmente doji, el hecho de nunca separarse de los demás. Esa es también una práctica extremadamente importante. En las vías de meditación se tiende a considerar que la soledad es una buena cosa, que hay que recogerse y así cortar con la interdependencia con los demás. Hay un cierto número de meditantes a quienes les gusta retirarse a las montañas, a grutas, e incluso a un monasterio, y por lo tanto se apartan de la vida social. El Maesto Deshimaru y todos los maestros preconizaron, por contra, el hecho de compartir la vida con todo el mundo, sobre todo en el Budismo del Gran Vehículo.

A este respecto, y como sabéis, hay tres Vehículos: el Theravada, que fue calificado de manera un poco peyorativa de «Pequeño Vehículo», porque la prioridad de los practicantes de ese Pequeño Vehículo, sobre todo en la India y en todo el este asiático es la de salvarse uno mismo, de asegurar su propia salvación. Esa salvación consiste en nunca más renacer en este mundo, porque en el mundo en que vivimos vamos a encontrar, tarde o temprano, el surfrimiento (enfermedad, vejez y muerte), no se obtiene lo que se desea, se pierde lo que se quiere, lo que se desea y esas son causas, formas del sufrimiento. Hay un aspecto del Budismo del Pequeño Vehículo en el que se constata todo lo contrario del don: es el «sálvese quien pueda», es querer escapar del sufrimiento. Mientras que en el Gran Vehículo, que aparece en el 1er. siglo a.J.C., un buen número de budistas felizmente tomaron consciencia de lo absurdo de esa actitutd. El verdadero sentido de la enseñanza de Buda es, por contra, venir para ayudar a todos los seres, como lo hizo él mismo. Buda era ante todo un bodhisattva y el bodhisattva es ante todo un practicante del don, del fuse. Por lo tanto, a partir del 1er. siglo a.J.C., hubo un gran auge del Budismo del Gran Vehículo en donde el don viene verdaderamente en primer lugar.

 

Traducción: Dojozen Genjo, Pamplona/Iruña

 

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