Postcultivando el silencio: Oharriz, valle del Baztán






POSTCULTIVANDO EL SILENCIO 

 OHARRIZ, VALLE DEL BAZTÁN

En la invitación al Cultivar el silencio en Oharriz, decíamos que el rumor del agua nos mostraba el camino, la Vía. Pero, ¿por dónde entrar en la Vía?



Maestro y discípulo marchaban juntos a lo largo del río, el discípulo le preguntó: ¿Por dónde penetrar en la Vía? El Maestro le contestó: Por el sonido del arroyo.

¿A dónde el camino irá? Nos dirá Calixto en el tiento que canta en homenaje a Antonio Machado: “Yo voy soñando caminos”.

Tierra del sol donde nacimos: y para llegar a ella un sendero de luciérnagas que en noche oscura, nos balizan ese camino hacia la fuente. Vamos donde no sabemos, por dónde no sabemos y esa íntima luz y  rumor silencioso nos va mostrando el camino. Y en esa búsqueda del origen, del origen de la fuente, “que yo bien sé dónde tiene su manida”, diría San Juan de la Cruz -cuando hablaba de volcanes- vamos ya por los caminos del agua y, ¡ay, tantas veces nuestros labios resecos!



En el valle del Baztán, hemos recorrido los caminos antiguos, caminos de herradura, caminos del recuerdo sobre el que tantos pasos han andado y sobre los que los nuestros resonaron, hollaron en las mismas huellas. También el laberinto que recorrimos con pasos íntimos y serenos por sus circunvoluciones como las de nuestro cerebro y la apertura a su centro restaurador, como nos explicaron. Siempre es el mismo origen, siempre  el mismo destino, a nosotros mismos: La vacuidad. 

Es, nos dirá Dogen, un olvidarse de nosotros mismos. El despojamiento, el desprendimiento, la desposesión; para ser reconocido por todos los seres. Y para este viaje, no necesitábamos, ni necesitamos alforjas, ni fardos que enlentezcan nuestros pasos, ni historias que nos los veden.
Camino de alegría y gozo (jijuyu zanmai), en el que sin hacer nada, la hierba del prado crece; las flores de las primeras prímulas, las imposibles flores verdes del eléboro, los amentos del avellano florecen.




Cantaban los pájaros y en el caminar atravesamos los prados, el caserío al refugio del milenario roble tutelar… y olía a cuadra y a heno. Y un poco más arriba en el alto, nos acogió el pueblo, y en él su olor a madera, a leña quemada, a fuego y a madre.



Nos saludaba el viento, llegaba, lo sentíamos y se iba, sin quedarse su saludo atrapado  en las aún desnudas ramas.

Después en siete círculos concéntricos recorreríamos el laberinto, peregrinaje simbólico, ida y vuelta de nuevo hacia nosotros, 



antes de acabar en la luz silenciosa del último zazen del encuentro.




 Gracias a todos los que habéis participado por vuestra hermosa entrega.






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