El don por Patrick Pargnien





EL DON

Continúo las seis prácticas del bodhisattva con la del don o la de la generosidad. Recuerdo que las seis prácticas son un verdadero camino para abismarnos en la vía; es decir no solamente para consagrarles toda nuestra energía, sino también para sumirnos en las profundidades de uno mismo.

Este caminar permite hacer fisuras en los muros de la fortaleza del sistema condicionado (ego) para dejar que suceda la inteligencia del corazón. El impulso, el perfume de la generosidad se difunde ampliamente a todos los seres cuando el corazón está abierto. La generosidad con todos los seres es uno de los aspectos esenciales de la práctica de la vía y de la enseñanza del Buda.

Esta “primera” práctica del Bodhisattva nos invita a cultivar la cualidad del corazón del don, pero también a compartir lo que nos permite liberarnos de la actitud ego-centrada  y abrirnos a la compasión. Esta calidad del corazón nos permite también reconocer nuestras verdaderas necesidades y liberarnos de la insatisfacción, del miedo a fallar .Lo que nos lleva a vivir de forma más intensa el momento presente.

La práctica del don es una práctica esencial ya que nuestra forma condicionada de funcionar es tomar, apropiarnos, poseer. Esta actitud imprime en telón de fondo de cada una de nuestras acciones y también de nuestras relaciones la pregunta más o menos consciente de: “¿Qué beneficio puedo sacar?”

Es decir que el velo de la avidez, que en la tradición es uno de los tres venenos (ignorancia, avidez, cólera o aversión) está en el centro de nuestras diferentes acciones. De hecho si nos observamos honestamente en nuestras diversas acciones podemos “ver” que ese velo tiene inconscientemente un lugar preponderante en nuestra vida. Lo que no está ni bien ni mal, es un hecho. Pero si queremos que ese velo deje de oscurecer nuestra actitud de estar en la vida, si nuestro deseo profundo es realizar el despertar, estamos abocados a cambiar ese funcionamiento.

Y la práctica del don es un camino de cambio que nos permite abandonar la mente que siempre calcula clasificando las ventajas y desventajas, la mente que consiente en dar a condición de sacar cierto beneficio o si el dar se nota. Es el don totalmente gratuito sin buscar nada a cambio, sin calcular, lo que en la vía del Zen llamamos el espíritu mushotoku, sin fin egoísta, sin espíritu de provecho.

Y cultivar este valor del don , se vuelve cada vez más esencial hoy en día en el mundo en que vivimos en el que el espíritu de provecho está en primer plano; al observar todas las consecuencias dramáticas que de ese provecho se derivan por el no respeto a lo vivo y su presencia en las diferentes relaciones humanas.

Existen muchas formas de don. Por ejemplo, en ciertas tradiciones religiosas, la práctica del don es esencialmente hacer ofrendas materiales, dar alimento, dinero. Incluso si eso se considera importante para caminar en la vía del desapego y ayudar a los seres en la necesidad, si no estamos atentos, en esta forma de dar podemos desarrollar la esperanza de obtener algo a cambio, una enseñanza, la esperanza de ser salvado. Por ello la práctica del don no se reduce solamente al hecho de dar sino que pide estar en la consciencia y la observación del espíritu que anima la acción de dar. ¿Quién da?

La acción de dar ya no es una cuestión de “hacer” dones materiales, si no una actitud del corazón y de la mente y también un don de uno mismo.

Cuando estamos en el don que emana de la apertura del corazón, naturalmente abandonamos el estado de la mente que se encierra en sí mismo, el estado de la mente que se apega a lo que él cree que le pertenece; abandonamos el estado del espíritu de la avidez para dejar paso a la “generosidad alegre”. Para dejar espacio al don que se sitúa más allá de la ganancia o de la pérdida, más allá de sí, más allá incluso de la voluntad de dar…


El Maestro Deshimaru decía también que ser feliz era un gran don. Es decir no culpabilizarse por ser feliz. Lo que se puede comprobar que a menudo es el caso, pues alrededor de nosotros existe tanto sufrimiento, gente desdichada, miseria…Justo porque vivimos actualmente en un mundo difícil es importante ofrecer nuestra alegría, dejarla irradiar para dar otro alimento al mundo y a los otros.

Estos son « gestos » muy sencillos que podemos dar, compartir en la vida cotidiana, que emanan del sí, de su actitud en la vida, de su actitud cara a los otros. Por ejemplo, ofrecer sencillamente una sonrisa, una mirada acogedora, un gesto atento, la propia presencia, una benevolente escucha. Ofrecer de manera sencilla y desinteresada lo que pueda aliviar con sabiduría y compasión para no dar a partir de los propios miedos, de los propios deseos y de las propias creencias.

Pero dar no es solamente un movimiento de uno mismo hacia el exterior, hacia el otro. En este gesto olvidamos a menudo que existe él o la que da y él o la que recibe. Si el acto de dar es esencial en el caminar espiritual, el de recibir lo es otro tanto. Podemos considerar el hecho de recibir como un don.

Sin embargo podemos remarcar en nuestra vida qué difícil puede ser recibir simplemente, sin que ello ocasione un malestar, una tensión, un rechazo si no tenemos nada que dar a cambio o si no nos sentimos dignos de ese don. Recibir sencillamente, libremente pide hacer realidad un cierto grado de apertura y de humildad. La plenitud de la generosidad y del compartir está directamente ligada a la capacidad de recibir en esta sencillez.

Pero en último lugar, uno de los más grandes dones que podemos hacer a la humanidad, es nuestro compromiso en la práctica de la vía, en la práctica de la meditación sentada (zazen) sin ahorrar nuestra energía, sin buscar obtener un resultado y perpetuar así el don de Buda y de todos los y las que se han sucedido y han consagrado toda su energía, entregado toda su vida a  la transmisión de la Vía sin esperar nada.

La generosidad, el compartir son la manifestación de la apertura del corazón, de un corazón amoroso del que brota el gozo cuando esas cualidades inherentes del ser pueden expresarse sin trabas. Finalmente no tenemos ni que ser generosos ni llegar a serlo sino despojarnos de todo lo que impide irradiar libremente a la claridad original del corazón del ser.

Os deseo a todos y a todas una buena práctica en la vida.


                             Patrick

Comentarios

  1. Ser feliz es casi una obligación "social". Nadie que sea feliz es un malhechor ni alberga odio en su corazón, todo lo contrario, empatiza con el entorno. Es compasivo.
    Oscar Wilde tiene una frase que siempre me llamó la atención:
    "Cuando soy bueno no soy feliz.Cuando soy feliz soy bueno"
    Un abrazo
    _/\_
    j

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  2. Muchas mersises por tu Oscar. Un abrazo desde esta norteña luna llena.

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