La impermanencia











A veces, la impermanencia  invade nuestra vida sin permiso, sin aviso, sin conciencia de que sea algo que está ahí, que controla nuestra vida, que campa por el cosmos y lo controla. Su efecto, su acción, nos deja sin respiración, sin aliento, sin base en la que apoyarnos. Entonces, como el viejo maestro de Castaneda nuestro lamento se alza hacia el cielo gritando:

“Qué lejos estoy del suelo donde he nacido
Inmensa nostalgia invade mi pensamiento
      Y al verme tan sola y triste cual hoja al viento:
        Quisiera llorar, quisiera morir, de sentimiento”

¿Dónde estamos? ¿Qué es de nosotros, de nosotras?
En esos momentos de desesperación, de carencia absoluta de certezas, aparece la Vía. Es lo único que tiene validez.
Puede parecer cruel, pero en esta realidad en la que estamos sumergidos, sumergidas, es la única realidad, lo único cierto.
Abandonados, abandonadas a zazen, aparece nuestro hogar, la paz lo inunda todo, estamos en su territorio. No hay más morada que la de Buda, no hay más morada que la del cosmos. Nada que hacer, nada que demostrar, nada que definir,… Tan sólo ser, vivir.
Respira, siente, vive, sé tú. Y todo lo demás vendrá por añadidura. Aunque no lo creas, la paz te embargará y la vida, negada hoy, inundará de nuevo los nuevos arrozales que alimentarán el hambre de tu espíritu.

Kogen

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