SOBRE LA NATURALEZA DEL SER HUMANO, Eduardo Donin García

 

                     

                                       SOBRE LA NATURALEZA DEL SER HUMANO I

                                              Una disertación dentro de la Filosofía China

 Dentro de la Filosofía China, aparece una discusión interesante sobre el ser humano, es decir, sobre nuestra propia condición.  La pregunta sobre si la naturaleza original del ser humano es buena o mala. Por una parte Mencio (372-289 a C) defendió la bondad de la naturaleza humana. Por otra parte Xunzi (313-238 a C)  afirmó la maldad natural del ser humano.

Por una parte desde nuestra época nos puede parecer esta cuestión como irrelevante. Es cierto, pero ello es debido a nuestro condicionamiento histórico. Esta cuestión no es que no sea interesante, sino que ya no nos importa. No tiene relevancia porque no la pensamos. Los filósofos antiguos si la pensaron.

Por otra parte, dado como están las cosas es hasta peligroso hablar de una “naturaleza original” porque es posible que en estos tiempos digitales, alguien piense que nuestra “naturaleza original”, es el iPhone. Conviene hasta decir que no es así, que existe una vida más allá de nuestro dispositivo, llamado teléfono móvil.  Que el móvil no es nuestra naturaleza original. 

En segundo lugar, dentro del ámbito del zen también puede parecernos esta cuestión como irrelevante, y ello también puede ser debido a un condicionamiento zen, que cree que el zen es exclusivamente zazen, o que los antiguos maestros del zen no pensaron. Sin ir más lejos esta cuestión llega hasta el mismísimo Dogen, ya que él mismo se planteó dicha pregunta, con otro vocabulario, Si todos tenemos la naturaleza de Buda ¿para qué practicar?  Fue un koan que le persiguió durante largo tiempo. En esencia es la misma pregunta, pero planteada quince siglos después.

Para empezar con esta reflexión, no estaría de más recordar como en Occidente, se planteó históricamente esta cuestión. En primer lugar no estaba en el pensamiento de los griegos, sino que fue el cristianismo el que la introdujo, dentro del ámbito filosófico-teológico.  Aunque los griegos no se la plantearan, no quiere decir que no hubiera algo de ello, en su pensamiento. Para empezar, ellos consideraban la razón como algo divino. El logos es divino, y la mayor aspiración del ser humano era una vida contemplativa, considerada como una vida dedicada al pensamiento. Mucho ha cambiado la historia, ya que hoy en día consideramos el pensamiento como una carga de la que hay que desprenderse.

Por otra parte, consideraban la vida como algo divino. La única diferencia entre los dioses y los hombres era la eternidad de los primeros y la mortalidad de los segundos. El pensamiento y la contemplación era lo que nos acercaba a la vida de los dioses. Sin embargo, había éticamente una diferencia fundamental entre Platón y Aristóteles. Respecto a la virtud, para Platón el conocimiento era la virtud más elevada, y conocer el bien, contemplarlo era suficiente. Sin embargo, para Aristóteles, como bien señala en su Ética a Nicómaco, “no basta conocer el bien para ser bueno, sino que hace falta practicarlo”. Es decir que, para Platón, la contemplación intelectual nos llevaba naturalmente a las buenas acciones, como por arte de magia, y para Aristóteles, la virtud era algo que debía de ser practicado. No era suficiente “contemplar el bien o la virtud”. La virtud debía de convertirse en una segunda naturaleza y para ello, sólo el hábito y la práctica constante nos llevaban a practicar “naturalmente” las virtudes.

Para Aristóteles las cuatro virtudes principales eran la prudencia, la fortaleza, la justicia, y la templanza. De ellas sólo una era considerada como una virtud intelectual, la prudencia, que era la que tenía que dirigir, por decirlo de alguna manera el barco, o estar en el timón de nuestra vida. El resto no eran consideradas por Aristóteles como intelectuales, sino como virtudes prácticas. Sólo podían mejorarse practicándose. Si alguien está familiarizado con la teología católica, verá que estas virtudes, son las que posteriormente Santo Tomás, cristianizando a Aristóteles concebirá como las virtudes cardinales, y añadió las virtudes teologales, que son la fe, la esperanza y la caridad.

Siguiendo a Aristóteles, en su ética podemos ver que se acerca a lo que en el zen consideramos el gyo ji, por ejemplo, las paramitas no son algo para contemplar, o para pensar, sino algo para practicar. Así la paciencia, los preceptos, el samadhi, la generosidad, la sabiduría, y el esfuerzo, son para ser puestos en práctica, y cuanto más sean puestos en práctica menos nos costará practicarlos. A eso es a lo que se refiere Aristóteles con “segunda naturaleza”.

En el cristianismo la cosa cambia, porque ya se habla de pecado y de naturaleza pecadora del ser humano.        

Por una parte, se considera al ser humano como pecador, pero por otra es creado a imagen y semejanza de Dios. ¿Cómo conciliar esto?   ¿La naturaleza del ser humano es intrínsecamente pecadora, o el ser humano es intrínsecamente imagen y semejanza de Dios, y el pecado obstaculiza dicha “verdadera naturaleza”?  

Esta cuestión ha tenido históricamente muchas implicaciones, y es una diferencia fundamental entre el catolicismo y el protestantismo. Por ejemplo, según la teología católica, el bautismo borra el pecado original. Por tanto, según dicha concepción el pecado original mancha una naturaleza que originariamente fue creada como buena.   

Según cierta teología protestante, el bautismo no borra el pecado original, ya que dicho pecado es inherente a la naturaleza humana.  No es una mancha, sino nuestra “naturaleza original”. No hay ser humano que sea anterior al pecado de Adán. El ser humano es intrínsecamente pecador. El pecado no obstaculiza una naturaleza pura que debemos recuperar, sino que muestra verdaderamente lo que somos.  Por eso en el protestantismo no hay santos, no hay modo de ser santo a través de nuestras obras.  Sólo hay un Santo, Jesucristo.     

 Los chinos se plantearon evidentemente esta misma cuestión, en otros términos. Desde otras coordenadas del pensamiento. Las referencias del pensamiento chino son muy diferentes, ya que no existe algo así que podamos llamar “pecado” en el sentido occidental de la palabra. No es que no exista el bien y el mal, sino que para ellos no era una cuestión religiosa, y mucho menos teológica, sino que afectaba al ámbito ético-político.  Tiene que ver con la educación, con la virtud. Si la naturaleza del ser humano es intrínsecamente buena, sólo hace falta que surja, que espontáneamente se manifieste. Por el contrario, si la naturaleza del ser humano es intrínsecamente mala, entonces hace falta “educar” en la virtud.     

Cuando en la filosofía china, se discute sobre la bondad o maldad inherente al ser humano, estamos hablando de la contraposición entre naturaleza y cultura que está en la base diferencial entre el confucionismo y el taoísmo. Si existe alguna bondad original del ser humano, no hace falta ninguna reforma de nuestro modo de ser, ni ninguna virtud que practicar, la espontaneidad hará brotar sin forzar dicha bondad. En este caso la sociedad es responsable de ocultar “nuestra verdadera naturaleza”, ya que corrompe nuestra bondad natural.  El sabio taoísta, no “practica” ninguna virtud. “Cuando el Tao se pierde, aparece la bondad, cuando la bondad se pierde aparece la moralidad, Cuando la moral se pierde aparece el ritual. El ritual es la cáscara de la fe auténtica y el comienzo del caos” (Tao te King 38)

Por otra parte, si existe una maldad inherente, el ser humano tiene que ser reformado, y si se guía por su espontaneidad, la maldad inherente sale a reducir. Por tanto, la sociedad, la virtud, reforma al ser humano.  

Sin embargo, para poder penetrar verdaderamente en la cuestión, tenemos que adentrarnos en el concepto de naturaleza. El concepto naturaleza en términos occidentales, su origen etimológico proviene de la palabra latina natura cuyo sufijo es natum que significa nacido, y nascendi significa nacer.  La naturaleza de algo es su origen. De donde proviene. Cuando en los textos chinos algo se traduce por naturaleza, hay que tener en cuenta, que los traductores, dependiendo del contexto, traducen diferentes conceptos e ideogramas chinos.    

Wolfgang Bauer, diferencia tres. En primer lugar, el concepto Tian, que significa cielo. Dicho término es una derivación del monoteísmo primitivo chino, que concebía a un Dios personal por encima de todo. Posteriormente perdió ese sentido originario, para ser un principio regulador impersonal. Representa la unidad. A veces se traduce Tian, como naturaleza. Otro término es el concepto ziran, que significa ser uno mismo, se refiere a la espontaneidad a la naturalidad. Un comportamiento natural, es algo espontaneo, no forzado, uno es lo que es, y como es y no desea aparentar ser de otra manera. Existe un tercer término, tianran que significa ser conforme al cielo. En ese sentido todo ello alude a la espontaneidad del ser humano. Dicha espontaneidad se manifiesta de modo inconsciente.  Un último término sería, xing que este significa nacer. Es la palabra que más se adecúa al término occidental de “naturaleza” según Bauer.

 Todo esto es lo que tenemos que tener en cuenta a la hora de pensar en “lo natural” dentro de la concepción de la filosofía china.  Son diferentes conceptos los que se traducen por “naturaleza”. 

Eduardo Donín García.

 

 

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